Alemania
¡Qué aburrido es el Olimpo!
Juan Carlos Tellechea

¡Hay que ver qué espectáculo espléndido y fascinante de “Orfeo en los infiernos“ ha puesto en escena este domingo el prestigioso Musiktheater im Revier (MiR), de Gelsenkirchen! Con el brillante concepto de Kristina Franz y bajo la batuta de Rasmus Baumann, director musical principal del MiR, la versión de concierto (casi escénica) de la gran opereta en dos actos de Jacques Offenbach se ha convertido en toda una fastuosa aventura teatral: fresca, ingeniosa y entretenida.
Sobre una gigantesca pantalla al fondo del escenario se proyecta el cielo con sus diversas formaciones de nubes que hacen volar la imaginación del espectador hacia lo que puede estar ocurriendo realmente en el Olimpo de los dioses mitológicos griegos.
Considerado el creador de la opereta, Offenbach compuso para su Théâtre des Bouffes-Parisiens, inaugurado en 1855, un total de más de 50 obras cómicas en un acto, la mayoría de las cuales han caído en el olvido. No ocurre lo mismo con sus grandes obras teatrales.
Se dice que “Orfeo en los infiernos“, su primer gran éxito, marcó el inicio de la opereta francesa, aunque la pieza se denomine en realidad ópera bufa (opéra-bouffe).
Fue asimismo la primera opereta larga. Las anteriores fueron a escala más pequeña puesto que la ley en Francia no permitía en ciertos géneros obras extensas. Orfeo no solo era la más prolongada, sino también la más arriesgada musicalmente. Aquí fue sobre todo con el pegadizo “Galop infernal“, a menudo también llamado cancán ("Ce bal est original“ / “Este baile es original"), que Offenbach conquistó los escenario de todo el mundo.
En 1855 creó una versión en dos actos, a la que añadió abundantes números musicales en 1874. La que presenta el MiR es una función de concierto y utiliza una alternativa mixta de ambas versiones. Pero, esta velada no es del todo de concierto, por más que la orquesta Neue Philharmonie Westfalen toque en el escenario y el coro de la ópera del MiR actúe con libreto. Más bien, con su permanente acción, tiende a ser casi escénica para alborozo y esparcimiento de los espectadores que llenaban la sala al máximo de lo que permiten las medidas de prevención contra la pandemia.
El coro de la ópera, muy bien ensayado por Alexander Eberle, no se conforma con quedarse detrás de la orquesta y cantar. Cuando los dioses deciden descender a las tinieblas al final del primer acto, el coro, al igual que Baumann y la orquesta, se apresura a salir del escenario para conseguir el mejor asiento en el animado inframundo. A su regreso, tras el descanso, el coro prepara el ambiente de celebración con sombreritos cónicos de cartón y confeti, lo que ya anticipa la representación de Nochevieja de esta producción del MiR.
Offenbach y sus libretistas, Ludovic Halévy y Hector Crémieux, tomaron la historia mitológica del talentoso cantante tracio Orfeo (Christopher Hochstuhl), que quiere traer de vuelta a su difunta esposa Eurídice (Margot Genet) del Hades, pero la pierde de nuevo en el camino porque viola a posta la prohibición de dirigir su mirada hacia ella, yendo contracorriente.
En la obra de Offenbach, Orfeo y Eurídice son una pareja infelizmente casada que desearía separarse, si no fuera por la Opinión pública (Ileana Mateescu), que se presenta en persona y sabe impedirlo. Incluso cuando el dios de los infiernos, Plutón (Martin Homrich), se presenta como el pastor y apicultor disfrazado Aristeo y secuestra a Eurídice en su reino, la mismísima opinión pública no descansa y exige que Orfeo vaya ante los dioses del Olimpo y exija que le devuelvan a su esposa.
Júpiter (Joachim Gabriel Maaß), quien tiene un ojo puesto en la bella Eurídice, decide hacer un descenso al averno con el resto de los dioses, que están tan aburridos en el cielo (¡no es para menos!) que quieren iniciar una revolución contra el padre de los dioses, para conquistar a la propia Eurídice. Para ello, primero se acerca a ella bajo la apariencia de una mosca con su zumbido ("Bel insecte à l'aile dorée“ / “Hermoso insecto con alas de oro"). Eurídice se aburre mortalmente en el báratro; justo lo que necesita Júpiter como nuevo pretendiente, sobre todo porque también es el dios más alto.
Sin embargo la opinión pública tampoco puede permitirlo, por supuesto. Exige que Eurídice vuelva a la tierra con Orfeo. Sin embargo, en el camino no se le permite dirigirse a ella. Como esto no supone ningún problema para Orfeo -al fin y al cabo, ya no ama más a su esposa-, Júpiter tiene que recurrir a una treta para impedir el regreso de Eurídice. Lanza un rayo de tal manera que Orfeo se asusta tanto que mira hacia atrás para verla. Pero esto significa que Eurídice no solo está perdida para Orfeo. Júpiter también debe prescindir de ella. En lugar de ello, a partir de ahora va a servir de bacante.
En la versión del texto en alemán interpretado aquí, las diosas, que son figuras bastante marginales en la opereta de Offenbach, tienen mucho más espacio. Juno (también Ileana Mateescu), por ejemplo, se desliza en el papel de la opinión pública como guardiana del matrimonio. Antes de que la orquesta, dirigida por Rasmus Baumann, pueda iniciar el "Galop infernal" por primera vez en la obertura, la diosa interrumpe la música y lamenta la infidelidad de los maridos.
Mateescu convence en esta puesta con una interpretación autoritaria y un rico registro de mezzosoprano. Diana (encantadora, Bele Kumberger) también gana más protagonismo en esta versión. Mientras que en la opereta se lamenta en realidad de su mal de amores con el cazador Acteón, del que está secretamente enamorada, en esta versión confiesa que fue ella misma quien lo convirtió en ciervo, porque considera una impertinencia que él observara en secreto su baño.
Después de su clásica copla "Cuando persigo a través del bosque verde", le divierte deliciosamente que los otros dioses crean en su dolor. Bele Kumberger sobresale vocalmente con una brillante voz de soprano y un histrionismo subyugante. También se destaca el hecho de que la diosa Venus (Almuth Herbst) se siente mucho más cómoda en el alegre inframundo que en el aburrido Olimpo.
La diosa del amor de Almuth Herbst es bastante lasciva y lujuriosa, por lo que se permite coquetear con algún que otro músico. Cupido (Dongmin Lee) no solo es cantado por una mujer, sino que es además una diosa y no una divinidad masculina. Sin embargo, en Gelsenkirchen se prescinde del aire de Cupido en el erebo, insertado en la versión de 1874.
Algunas cosas suenan nuevas e inusuales en esta versión. Verbigracia, en el segundo acto hay una copla entre Eurídice y los dioses masculinos, a los que se presenta como una bacante poco después del famoso dúo de la mosca con Júpiter. Mientras que normalmente en este punto la pieza "Bueno, bella bacante" es cantada por Júpiter, Eurídice y el coro, ahora son Philipp Kranjc como Marte y Tobias Glagau como Mercurio, quienes entonan una canción de cuna junto a la bella bacante. Philipp Kranjc puntúa como Marte con un tono fuerte de barítono y una preciosa actuación humorística, mientras que se queda más bien pálido como John Styx, con su mal de amores ("Cuando todavía era Príncipe de Arcadia"). Tobias Glagau interpreta al raudo Mercurio con la gran agilidad de un tenor ligero. Joachim Gabriel Maaß, miembro del conjunto desde hace tiempo, vuelve al escenario del MiR como Júpiter y demuestra, especialmente en el famoso dúo de amor de la mosca, que todavía tiene una vena traviesa en su actuación. No está claro por qué los interludios de Júpiter son pronunciados por él fuera del escenario y no se presentan en él como los de las diosas. Martin Homrich interpreta el papel de Aristeo, disfrazado de pastor, con gran ingenio y un potente registro de tenor. Wendy Krikken completa el conjunto de dioses de forma convincente como Minerva.
Rasmus Baumann dirige la Neue Philharmonie Westfalen con mano diestra a lo largo de la fresca partitura de Offenbach. Dos miembros del Opera Studio de Renania del Norte-Westfalia (NRW) demuestran ser muy experimentados como los "amantes terrenales". Christopher Hochstuhl interpreta al talentoso músico Orfeo con una espléndida arrogancia de tenor y hace creíble que está cansado de su mujer. En el dúo de la riña con Eurídice en el primer acto, se marca una gran autoironía cuando imita el toque del violín, maravillosamente realizado por Natasha Elvin-Schmitt, solista de la orquesta.
No se entiende bien que a Eurídice le tiene que molestar esta música. Margot Genet da a Eurídice el descaro y la frescura necesarios. Aunque su registro de soprano necesita aún madurar un poco en las alturas, aplica las coloraturas de forma muy límpida. Al final, se le permite optar por sí misma qué camino quiere tomar y decide por su propia voluntad continuar su vida como bacante. ¡Vaya mujer emancipada! El público aclamó al elenco entero, sin excepciones. Las ovaciones fueron tan insistentes y prolongadas que Baumann, la orquesta Neue Philharmonie Westfalen y los cantantes no tuvieron más remedio que entregarse de nuevo salvajemente al infernal cancán para acallarlas.
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