España - Madrid

Ya mis horas vacías, mi triste vivir

Germán García Tomás
jueves, 25 de noviembre de 2021
Las Horas Vacía de R. Llorca © 2021 by Teatro Real Las Horas Vacía de R. Llorca © 2021 by Teatro Real
Madrid, sábado, 13 de noviembre de 2021. Teatros del Canal (Sala Verde). Las horas vacías. Ópera para soprano, actriz, coro, piano y orquesta de cuerdas. Música: Ricardo Llorca. Libreto: Ricardo Llorca y Paco Gámez. Estreno absoluto de la versión escénica. Nueva producción del Teatro Real en coproducción con los Teatros del Canal y High C Music. Con la colaboración de la New York Opera Society. Dirección musical: Alexis Soriano. Dirección de escena: José Luis Arellano García. Escenografía: Silvia de Marta. Figurines: Miguel Ángel Milán. Vídeo: Miquel Àngel Raió. Coreografía: Chevi Muraday. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Reparto: Sonia de Munck (La Mujer: soprano) y Mabel del Pozo (La Mujer: actriz). Eduardo Fernández (piano). Coro y solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real. Director del coro: Andrés Máspero. Ocupación: 90%.
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Absorbida por Internet, la sociedad contemporánea, o mejor dicho, actual -porque el término contemporáneo admite varios campos semánticos-, es una sociedad en parte aislada, solitaria, y por qué no decirlo, profundamente misántropa, hedonista y egoísta.  Hace 14 años, cuando Ricardo Llorca compuso su ópera de cámara Las horas vacías, el estatus de internauta estaba ya en gran medida consolidado y la experiencia individual de entablar una conversación con otra persona a través de la red de redes empezaba a ser algo más que habitual. 

Hoy en día, con la telefonía móvil ejerciendo la gran hegemonía cibernética a través de las todopoderosas redes sociales, la peripecia de un chat es el catecismo de la población virtualmente nativa –la llamada generación Z- y de aquella otra bastante menos bisoña que -a la fuerza ahorcan- ha tenido que ir adquiriendo habilidades telemáticas por las imposiciones de la era posmoderna.

«Las horas vacías», producción de José Luis Arellano García. © 2021 by Pablo Lorente.«Las horas vacías», producción de José Luis Arellano García. © 2021 by Pablo Lorente.

Puede resultar por tanto casi naif e inocente que una obra de arte nos hable sobre una práctica tan extendida en nuestros días. Pero lo más relevante reside en el enfoque que el compositor alicantino afincado en Nueva York quiso poner sobre la mesa aún en 2007, cuando estrenó la ópera en versión de concierto en la XII Semana de Música Sacra de Benidorm: la soledad y el aislamiento que afecta a esta sociedad por obra y gracia de las nuevas tecnologías. 

Ahora, con el estreno absoluto de la versión escénica en la Sala Verde de los Teatros del Canal de la capital, la partitura adquiere todo su mensaje y moraleja, así como su profundidad sociológica y artística.

Mabel del Pozo y Sonia de Munck. © 2021 by Pablo Lorente.Mabel del Pozo y Sonia de Munck. © 2021 by Pablo Lorente.

Tras una dura jornada de trabajo, una joven llega a su casa para dialogar a través del ordenador con su amante, su amigo invisible a quien no conoce en persona pero con el que posee un entendimiento pleno y que, según ella misma asegura en un momento de la acción, representa la razón para seguir viviendo. El desdoblamiento en soprano y actriz del único personaje de la trama le permite a Llorca -un destacado hombre de teatro que siempre sabe lo que tiene entre manos- verter una gran variedad de matices escénicos para conseguir el efecto dramático deseado, y cuya alternancia o simultaneidad entre texto hablado y música, siempre con el reconocible asidero tonal, le permiten acercarse, salvando las distancias, al terreno de la zarzuela. 

Es imposible no reparar en otra ópera en un acto escrita a mediados de siglo, La voix humaine de Francis Poulenc y Jean Cocteau, pues el planteamiento teatral acusa en cierta medida su influencia, ya que es el mejor monólogo que refleja a través de un canal de comunicación la frustración amorosa de una mujer –en Las horas vacías hay más nostalgia de un pasado que mera frustración- con su amante al otro lado de la línea (del cable de teléfono o del cable de Internet -hoy en día hay fibra óptica, ya lo sabemos-). 

La propuesta de José Luis Arellano, lejos de ser estática por la unicidad de lugar, acción y tiempo, es de gran movimiento escénico con el apoyo emocional del vídeo, aunque plasma un clima que por momentos se antoja claustrofóbico por medio de la plataforma rectangular que ocupa el centro de la escena, la habitación que encierra la personalidad e intimidad desdoblada de la fémina, cuyos impulsos vitales se retroalimentan como en una conexión wifi.

El coro, presente en varios momentos en el fondo del escenario, plantea una evidente estética visual de tragedia griega, con un canto donde las modos de la polifonía renacentista y el contrapunto bachiano se integran de forma concertante con la línea que en sus varios números despliega la soprano, la cual abunda en exigentes vocalizaciones y melismas con ecos de coloratura y frases de agilidad, todo ello arropado por un efectivo lenguaje minimalista a lo Steve Reich en el que la orquesta de cuerdas vertebra un tapiz sonoro de tensiones y dinámicas graduadas por Alexis Soriano con gran efecto teatral. Eduardo Fernández aporta el toque de color desde el piano, integrando sus toques en la excelente ambientación que consiguen los miembros de la orquesta del Teatro Real, coliseo que ha producido este montaje junto a los recintos de Blanca Li.

De las dos protagonistas sobre el escenario (en realidad una sola) no hay que decir sino parabienes. Sonia de Munck realiza un trabajo memorable por medio de su dotada vocalidad y la calidad de su timbre, claro, transparente, de completo dominio de la intensidad y la expresión canoras, entre lo amargo y lo lúdico. La cantante muestra sus credenciales en el trabalenguas que describe la larga jornada semanal o en el humorístico número con rasgos estilísticos de ciaccona barroca donde ambas mujeres se enfundan en los trajes colgados de las perchas. 

Algo que se complementa a la perfección con su enorme entrega actoral, sólo igualada por Mabel del Pozo, que recita el texto con una seriedad y una gravedad no exenta de irónico nihilismo. Juntas nos hacen sentir con plenitud la amargura del vacío existencial y el efímero, transitorio consuelo hallado en el objeto amado. El vacío de esas horas vacías, carentes de sentido, en una ópera que tras salir del teatro consigue interpelarnos, invitándonos a la reflexión.

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