España - Madrid
Ya mis horas vacías, mi triste vivir
Germán García Tomás

Absorbida por Internet, la sociedad contemporánea, o mejor dicho, actual -porque el término contemporáneo admite varios campos semánticos-, es una sociedad en parte aislada, solitaria, y por qué no decirlo, profundamente misántropa, hedonista y egoísta. Hace 14 años, cuando Ricardo Llorca compuso su ópera de cámara Las horas vacías, el estatus de internauta estaba ya en gran medida consolidado y la experiencia individual de entablar una conversación con otra persona a través de la red de redes empezaba a ser algo más que habitual.
Hoy en día, con la telefonía móvil ejerciendo la gran hegemonía cibernética a través de las todopoderosas redes sociales, la peripecia de un chat es el catecismo de la población virtualmente nativa –la llamada generación Z- y de aquella otra bastante menos bisoña que -a la fuerza ahorcan- ha tenido que ir adquiriendo habilidades telemáticas por las imposiciones de la era posmoderna.
Puede resultar por tanto casi naif e inocente que una obra de arte nos hable sobre una práctica tan extendida en nuestros días. Pero lo más relevante reside en el enfoque que el compositor alicantino afincado en Nueva York quiso poner sobre la mesa aún en 2007, cuando estrenó la ópera en versión de concierto en la XII Semana de Música Sacra de Benidorm: la soledad y el aislamiento que afecta a esta sociedad por obra y gracia de las nuevas tecnologías.
Ahora, con el estreno absoluto de la versión escénica en la Sala Verde de los Teatros del Canal de la capital, la partitura adquiere todo su mensaje y moraleja, así como su profundidad sociológica y artística.
Tras una dura jornada de trabajo, una joven llega a su casa para dialogar a través del ordenador con su amante, su amigo invisible a quien no conoce en persona pero con el que posee un entendimiento pleno y que, según ella misma asegura en un momento de la acción, representa la razón para seguir viviendo. El desdoblamiento en soprano y actriz del único personaje de la trama le permite a Llorca -un destacado hombre de teatro que siempre sabe lo que tiene entre manos- verter una gran variedad de matices escénicos para conseguir el efecto dramático deseado, y cuya alternancia o simultaneidad entre texto hablado y música, siempre con el reconocible asidero tonal, le permiten acercarse, salvando las distancias, al terreno de la zarzuela.
Es imposible no reparar en otra ópera en un acto escrita a mediados de siglo, La voix humaine de Francis
y Jean , pues el planteamiento teatral acusa en cierta medida su influencia, ya que es el mejor monólogo que refleja a través de un canal de comunicación la frustración amorosa de una mujer –en Las horas vacías hay más nostalgia de un pasado que mera frustración- con su amante al otro lado de la línea (del cable de teléfono o del cable de Internet -hoy en día hay fibra óptica, ya lo sabemos-).La propuesta de José Luis
El coro, presente en varios momentos en el fondo del escenario, plantea una evidente estética visual de tragedia griega, con un canto donde las modos de la polifonía renacentista y el contrapunto bachiano se integran de forma concertante con la línea que en sus varios números despliega la soprano, la cual abunda en exigentes vocalizaciones y melismas con ecos de coloratura y frases de agilidad, todo ello arropado por un efectivo lenguaje minimalista a lo
De las dos protagonistas sobre el escenario (en realidad una sola) no hay que decir sino parabienes. Sonia de
realiza un trabajo memorable por medio de su dotada vocalidad y la calidad de su timbre, claro, transparente, de completo dominio de la intensidad y la expresión canoras, entre lo amargo y lo lúdico. La cantante muestra sus credenciales en el trabalenguas que describe la larga jornada semanal o en el humorístico número con rasgos estilísticos de ciaccona barroca donde ambas mujeres se enfundan en los trajes colgados de las perchas.Algo que se complementa a la perfección con su enorme entrega actoral, sólo igualada por
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