Ópera y Teatro musical
Festival Donizetti (I): dos obras brillantes
Jorge Binaghi
Este año, al reanudarse la actividad en vivo en el Festival Donizetti de Bérgamo, se eligieron dos obras ‘brillantes’ de Donizetti, L’elisir d’amore y La fille du régiment, que se presentaron en ambos casos en el Teatro Donizetti.
L'elisir d'amore: 17 de noviembre
L’elisir d’amore es uno de los tres ‘hits’ de Donizetti de siempre, junto con Lucia di Lammermoor y Don Pasquale (me temo que por delante de este último), seguidos probablemente por La favorite o La favorite (hasta hace poco, más habitual en la versión italiana que en la original en francés) y que por mucho tiempo han estorbado el brillo de partituras tanto o más meritorias.
En este caso tuvo como
principal atracción el debut del gran Javier Camarena, al que ya había visto en
Barcelona en la misma parte, pero que ofreció una versión si se quiere más
completa de Nemorino: un campesino algo patoso pero simpático, con una línea de
canto ejemplar, un timbre muy bello que sí hicieron de su actuación en todo
momento fuente de auténtico placer y convirtieron su versión de ‘Una furtiva
lagrima’ en la mejor que he oído en vivo, junto con la de Carlo Bergonzi en el
mismo Liceu.
Y eso
pese a que la nueva producción de Frederic Wake-Walker, que como gran mérito
tiene el de no haber molestado, fue otra más de las suyas, desteñida y sin
interés, y volvió a demostrar que este director tan sobrevalorado no sabe qué
hacer con un coro. Hubiera ganado mucho más con la puesta en escena de Gas, a
quien parecer todos ignoran fuera de, en su momento, el Liceu (todavía recuerdo
su Jenufa liceísta aparte de este
mismo Elisir).
A diferencia de la mayor parte de mis colegas tampoco encontré especialmente importante la dirección de Riccardo Frizza (director musical del Festival) aunque sin duda fue buena o por lo menos algo más que correcta. Lo más interesante fue haber presentado la versión íntegra de la ópera y el hacer sonar a la orquesta Gli Originali (se trata de un nombre parlante) en instrumentos de época y con el diapasón más bajo en un semitono con lo que se consiguió una textura quizás más ‘pastel’, pero que permitió admirar mejor las sutilezas de un compositor que era más ‘dozinetti’ cuando tenía que cumplir con plazos.
Debutaba
también la jovencísima Caterina Sala (22 primaveras) en Adina y lo hizo muy
bien o más que eso pese a su empeño
-legítimo- en mostrar sus sobreagudos, lo que hizo que algunos sonaran metálicos
o algo ásperos. Ad maiorem gloriam cantó al final la cabaletta alternativa de
‘Il mio rigor dimentica’ tras su gran aria ‘Prendi per me sei libero’, que es
mucho más pirotécnica pero tantísimo menos inspirada, a partir del propio texto
(‘Ah, l’eccesso del contento’) destinada a alguna diva de entonces (algunos
hablan de la creadora de Lucia, la
célebre Fanny Tachinardi Persiani).
Roberto
Frontali debutaba también, pero en Dulcamara. Nada que decir de un barítono en
esta parte aunque suelan afrontarla bajos o bajobarítonos. Es un profesional y
lo hizo bien, pero no dio más que la parte vocal y sin mucho compromiso o
interés.
Muy bien
Florian Sempey en un Belcore como se debe, exuberante, pomposo, y algo ridículo.
El canto fue muy atendible. Interesante resultaba la Giannetta de Anaís Mejías
y bien sin más el coro Donizetti Opera dirigido por Fabio Tartari. Al principio
se convocaba al público a participar
antes de alzarse el telón en la ejecución del coro que inicia el segundo acto,
(‘Cantiamo, facciam brindisi’), cosa que hizo con gran vivacidad.
La fille du régiment: 18 de noviembre
Esta es
una obra que luego de un largo eclipse ha vuelto con fuerza, como otras de su
autor, pero en todo caso vinculando su suerte y su éxito a las dos figuras
principales (y en particular a la del tenor).
La
también nueva puesta en escena resultó muy colorida y algo o bastante
‘folclórica’ , ya que el director Luis Ernesto Doñas (se trata de una coproducción
con el Teatro Lírico Nacional de Cuba), además de incluir una habanera de S.
Yradier, El arreglito, que subrayaba el parecido con la de Carmen -cantada por la más que chispeante
Marquesa de Berkenfield , o sea Adriana Bignani Lesca- hizo que el regimiento
de marras fuera cubano y al parecer castrista (se mezclaron frases y palabras
castellanas en los recitativos, algo actualizados).
Como es
debido, pues, el espectáculo tuvo entonces sus puntos de fuerza en el gran John
Osborn (bis de nueve dos incluido, con variaciones, y no hablemos ya de la para
mí mucho más importante segunda aria ‘Pour me rapprocher de Marie’), que sin un
timbre glorioso tiene todas las cartas en regla para triunfar en su Tonio, pero
también en la descarada y desenvuelta Sara Blanch en Marie (más a sus anchas en
las partes ligeras o brillantes que en las patéticas, que de todos modos cantó
muy bien), acompañados ambos por el excelente Sulpice de Paolo Bordogna.
Correctos los demás, con una mención para el
percusionista Ernesto López Maturell. Cristina Bugatty hizo bien el rol hablado
de la Duquesa de Krakenthorp sin llegar a otras interpretaciones recientes más
desmesuradas (pero la parte se presta a ello y el público en parte lo espera).
Correcto el coro, en este caso el de la Academia del Teatro alla Scala
preparado por Salvo Sgrò. La orquesta tuvo un brillante rendimiento gracias a
la ágil batuta de Michele Spotti.
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