Ópera y Teatro musical
Festival Donizetti (II): Mayr, Esposito y Donizetti
Jorge Binaghi
El
programa principal del Festival Donizetti se completó con una obra
significativa del maestro del compositor, Giovanni Simone Mayr, y un
espectáculo llamado Había una vez dos bergamascos, presentados en el Teatro Sociale de Bérgamo.
Medea in Corinto: 17 de noviembre
La obra
de Mayr es difícil hoy de ver, aunque existan un par de grabaciones (yo
conocía, obviamente, la más antigua). La puesta en escena del director del
Festival, Francesco Micheli, lleva la acción a tiempos modernos y a una familia
burguesa (la de Medea) en oposición a una de clase alta. El mito de la maga
asesina por amor puede admitir transposiciones, pero la cosa empieza a hacer
agua cuando se ‘privilegia’ la situación o el punto de vista de los hijos (que,
supongo que por los misterios de la corrección política -el mito nació algo
antes- son niño y niña cuando hasta ahora sólo habían sido dos varones: qué le
vamos a hacer si ‘entonces’ a su madre y a su padre la cosa no les era
indiferente. Torcer las cosas para que digan lo que queramos, en el fondo no
arregla nada).
La primera parte fue exageradamente larga y plúmbea, como para dar razón a los que piensan que Felice Romani era un maestro en la poesía, pero no en la creación de situaciones dramáticas. La verdad es que aquí las hay a raudales, pero la majestuosa música que mira al pasado es siempre igual e impasible (el terremoto de Rossini ya había empezado a notarse en 1813, cuando se estrenó esta ópera en Nápoles), y el interés decae después de cinco minutos.
El coro Donizetti Opera,
preparado por Fabio Tartari, y colocado a los costados de la escena, no sólo
acentúa el carácter casi oratorial de la música, sino que se ve en claras
dificultades para cantar al unísono. Por otro lado no estoy seguro de que la
dirección de Jonathan Brandani -bien la orquesta de la Donizetti Opera- no haya
colaborado lo suyo en la atmósfera de aburrimiento que planeaba en la sala;
correcta pero impersonal y sin chispa.
En la
segunda parte, por suerte, las escenas en que se ve involucrada la protagonista
tienen mucha más fuerza expresiva (la invocación a los poderes infernales es
particularmente brillante), pero los demás personajes, salvo quizás Egeo,
siguen sin convencer, con Creonte (eficaz el bajo Roberto Lorenzi) reducido a
comprimario y los dos verdaderos comprimarios de la obra, Ismene (correcta
Caterina Di Tonno) y Tideo (un Marcello Nardis no muy feliz), convertidos
respectivamente en doméstica -parece que de Medea, pero no es seguro- y portero
de la casa- cosa que facilita los cambios de escena pero si no confunde causa
cierta hilaridad….
Con
todo, el caso más sangrante es el de Creusa, causante y víctima del conflicto:
tiene mucha parte y dos arias difíciles, a cual más interminable, y por más que
lo haya intentado la interesante Marta Torbidoni, que se demuestra en posesión
de cualidades innegables, por la mitad uno se distrae.
Quedan entonces la pareja ‘legal’ de Medea y Jasón y el tercero en discordia, aquí Egeo, o sea prima donna y dos tenores -estos sí del tipo de los que se encontraría Rossini al llegar a Nápoles, donde esta obra se estrenó. La protagonista le sienta bien a Carmela Remigio, siempre gran profesional, que le saca todo el partido posible y se esfuerza por convencer siguiendo las indicaciones escénicas. No sé si la parte de Jasón es la que más conviene a los medios de Juan Francisco Gatell, a quien encontré muy cambiado físicamente pero no así en lo vocal: fue muy musical, pero por momentos no tuvo incisividad -y agresividad- suficiente. No es el caso del Egeo de Michele Angelini que no posee un color bello -cosa que aquí no importa, o no tanto- y tiende a la brusquedad en el ataque (en particular en los agudos), pero sale airoso de una parte tremenda. Los aplausos fueron muchos, pero no sonaron demasiado entusiastas.
Habia una vez dos bergamascos…: 18 de noviembre
Una
función sola tuvo este espectáculo que inauguró oficialmente el Festival,
creación de Alberto Mattioli con adaptación musical y dirección de Alberto
Zanardi (el Donizetti Opera Ensemble -dos violines, viola y violonchelo- y el
pianista Michele D’Elia, siempre un punto de referencia en estas lides) en el
que intervenía también como ‘narrador’ (primero en off y luego en persona, el
director del Festival, Francesco Micheli), pensado a mayor gloria de Donizetti,
pero también -y quizá más- de otro bergamasco ilustre como él, el magnífico
bajo Alex Esposito que ya ha pisado varias veces estos escenarios.
Personalmente no sé, aunque por el camino se hayan acordado de un tercer oriundo, Gianandrea Gavazzeni, si es posible equiparar a un compositor -cualquiera- con un intérprete (aunque, dependiendo del compositor, el último tal vez sea superior y sea su arte el que permita difundir la obra: aquí no es ese el caso).
En
cualquier caso Esposito estuvo todo el tiempo en escena, de modo solista o
acompañado de los jóvenes de la Bottega Donizetti que realizaron semanas antes,
con la participación de todos los integrantes de la velada y también con otras
figuras relevantes, una inmersión total en el mundo del canto y en particular
de Donizetti (las sopranos Rosalia Cid y Laura Ulloa, las mezzos Ester Ferraro
y Angela Schisano, el barítono Lodovico Filippo Ravizza, y el tenor Omar
Mancini).
Primero,
creo preferible el acompañamiento solo de piano y no este extraño arreglo;
segundo, creo que la única pieza que oí entera fue la de Smeton en el segundo
acto de Anna Bolena, ópera de la que
se escucharon diversos fragmentos, pero que la desfiguraron porque el elemento
‘principal’ y constante fue -por suerte, ya que los jóvenes no estuvieron
siempre a buen nivel, siendo el tenor el más precario- el Enrique VIII de
Esposito. Este tuvo que cantar fragmentos de sus papeles conocidos (una frase
hablada de Dulcamara, un fragmento de Papageno, de los diablos de Gounod, Offenbach
y Boito, Il turco in Italia de
Rossini, el Figaro mozartiano, y seguro que me estoy olvidando de algún autor y
obra). Como se hizo sin pausa hubo aplausos al finalizar, pero no ovaciones.
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