España - Cataluña
‘Equilibrado’ Rigoletto
Jorge Binaghi

Tras cuatro años volvió la merecidamente célebre ópera de
Verdi en la misma versión escénica. No soy yo quien vaya a quejarse de ahorros
en la parte escénica, pero me pregunto -es una pregunta retórica- si tiene
sentido que la obra más representada en este teatro, con derecho, tenga que
reponerse sí o sí cuando hay bastantes obras del mismo autor que esperan una oportunidad
(primera o segunda). En particular si nada hace prever una función inolvidable
y sí temer que se salga añorando la de cuatro años atrás.
Se me permitirá que me autocite sobre el espectáculo, que
vi en 2004 en Ámsterdam (si alguien se quiere tomar el trabajo, puede ver la
crítica), y no recuerdo si era nueva o reposición. Al respecto decía yo
entonces, allá lejos y hace tiempo: “esta [producción] -con algunos
contrasentidos, con alguna lobreguez de más (luces, vestidos recreaban los de la
época, pero no en Mantua sino en Holanda), con una escenografía ingeniosa y
hasta espectacular pero un poco complicada (casas subterráneas, escaleras
estilo segundo acto de Turandot)-
lograba transmitir la sensación de angustia con ese cuadrilátero en que el coro
canta pero también observa -al modo de lo que se daba en la tragedia griega- o
caracterizaba bien (cuando los intérpretes lo permitían) a los personajes…[…]
reconozco que los contrasentidos me molestaron más que entonces, que no
recordaba que -en función de acentuar el papel del coro, que esta vez me
pareció menos de tragedia griega y simplemente metido en todos los lados
posibles y actuando mecánicamente como un conjunto con una sola alma. […]. No
recordaba tampoco que, contra la música, Maddalena aparece en medio de ‘La
donna è mobile’ para enlazarse con cierta -no mucha- lascivia al Duque, y,
desde luego, no había o no se hablaba en esa época, un Rigoletto maltratador “-.
Lo último pareció más acentuado (menos mal que nadie puso el grito en el cielo
por eso, visto que ahora se lleva encontrar discriminación, violencia, bullying
en toda la cultura -particularmente la occidental por supuesto- como si toda la
historia fuese el siglo XXI (y no voto a Vox, PP o Ciudadanos citados por orden
decreciente de mi desagrado).
Pasemos a la música. El coro (con su nuevo director) estuvo,
como la orquesta, bien, y Callegari dirigió como siempre: efectivo sin más, con
algunas prisas y algunos excesos de volumen. Su principal mérito me parece ser
que trata de escuchar y ayudar a los cantantes.
En cuanto a los cantantes, hay dos repartos (con tres duques, nada menos, un papelito fácil). Vi el primero en la primera función porque me pareció el más equilibrado: ver dos Rigolettos en 18 días no es de mi predilección, sobre todo cuando el primero ha sido en general muy superior a éste. Y si digo ‘equilibrado’ uso un adjetivo que no sé si se puede aplicar a esta obra de modo totalmente positivo. Sí, en el sentido de que no hubo una gran diferencia entre los tres principales. La que salió mejor parada fue Peretyatko, sin ser inolvidable y teniendo en cuenta que sus sobreagudos no son ya lo que una vez fueran y el volumen no ha sido nunca una de sus cualidades (ni falta que hace, y en particular para Gilda): fue aplaudida, el personaje estaba, lo hizo bien.
Esperaba curiosamente más de los señores, pero a lo mejor no estaban en su mejor día. Maltman, con un vibrato excesivo en cuanto la frase debía ser larga, es un gran artista, dice bien, y desde ese punto de vista su protagonista fue lo mejor de la tarde (el aplauso tras la invectiva contra los cortesanos fue el más largo, aunque ninguno, ni durante la función ni al finalizar la misma, se caracterizó por su duración o especial calidez). Bernheim creo que necesita un consejero sobre cómo debutar en países ‘latinos’. Ya en Peralada este verano, en su recital, eligió empezar con algo difícil y poco conocido, y sólo las arias de la segunda parte hicieron que se lo reconociera como lo que es: uno de los mejores tenores líricos jóvenes del momento. Tiene técnica, estilo, buena planta, buena dicción (las ‘r’ del italiano no se cuentan entre las mejores), pero el timbre no es ni muy bonito ni especialmente brillante; el personaje no parece ser tampoco el más natural para la actuación y en el canto hubo dos momentos de zozobra, felizmente superados, al final de ‘Parmi veder le lacrime’ (fue aplaudido) y en el momento final de ‘La donna è mobile’ (no lo fue); discrepo con los que se mesaron las barbas porque en la cabaletta -completa, dos estrofas- ‘Possente amor’ no subió al final como NO lo escribió Verdi; hoy en día, ningún tenor sensato lo hace, o si lo hace es porque es lo único que tiene para ofrecer, y Bernheim es mucho más cantante, pero ciertamente no triunfó.
Lo malo del asunto es que, salvo los condes de Ceprano (un viejo conocido como Stefano Palatchi y una joven Sara Bañeras), ninguno de los otros tuvo una actuación muy cumplida. Contratar a un cantante de fuera para que resulte, con suerte, un mediocre Monterone no parece de recibo, tampoco una Maddalena exagerada en lo escénico y vocal (con una voz hueca, además) -y ambos eran debuts en el Liceu: espero no tener que volver a verlos al menos aquí. Grigory Shkarupa (Sparafucile) tiene buenos medios y figura, pero tropezó con una equivocación en el texto luego de su primera palabra (‘Signor’) y le costó lo suyo rehacerse. Vila se las arregló con Giovanna, pero no mucho más. Desapercibidos Marullo (Michal Partyka), Borsa (Moisés Marín) y el paje de la duquesa (Helena Zaborowska). Y no se me pregunte por el Heraldo que anuncia la cárcel para Monterone porque no lo hubo. Mucho público (algunos todavía piensan que la ópera son ‘Caro nome’, ‘La donna è mobile’ y el cuarteto. Pues no).
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