España - Castilla y León

Motivación

Samuel González Casado
jueves, 27 de enero de 2022
Nelson Goerner © 2021 by Jean-Baptiste Millot Nelson Goerner © 2021 by Jean-Baptiste Millot
Valladolid, viernes, 21 de enero de 2022. Centro Cultural Miguel Delibes. Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Nelson Goerner, piano. Thierry Fischer, director. Fryderyk Chopin: Concierto para piano y orquesta n.º 2 en fa menor, op. 21. Serguéi Rachmáninov: Sinfonía n.º 2 en mi menor, op. 27. Ocupación: 85 %.
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Gran concierto, uno de los mejores desde septiembre, el dirigido por Thierry Fischer: un programa en el que por un lado es difícil darse un gran batacazo, pero que también se presta a muchas comparaciones, dado que este repertorio es conocido y amado por el público habitual. Los movimientos lentos y sus melodías nobles y “ariosas” fueron la conexión concreta entre ambas obras.

El Maestoso del concierto de Chopin no sonó con la plenitud deseada: Nelson Goerner comenzó un poco atenazado: notas mudas, falta de claridad en algunos pasajes y más atento a la concertación que a la creatividad. La orquesta empezó muy apagada, algo que Fischer decidió probablemente porque a veces Goerner no anda sobrado de volumen, aparte de que la acústica de la sala no favorece al piano, sobre todo en filas superiores. En cualquier caso, todo esto se fue resolviendo: Goerner se soltó definitivamente en un fantástico segundo movimiento, repleto de sutilezas, y el último sonó infinitamente más desinhibido, en parte porque el juego de volúmenes es distinto y la orquesta puede brillar.

La Sinfonía n.º 2 de Rachmáninov superó con creces mis expectativas: la interpretación de Thierry Fischer de la Sinfonía n.º 3 de Saint-Saëns, hace solo unos meses, no me convenció del todo. Pero esta Segunda es la mejor versión, en líneas generales, que he escuchado en directo; no la más sutil, ciertamente; pero ese impulso energético que infunde Fischer a la orquesta da un resultado irresistible: hay un perpetuo movimiento que elimina cualquier tiempo muerto y que favorece especialmente a una obra como esta, en la que un enfoque estático es mortal. Los músicos tocan movidos por un entusiasmo especial.

La cuerda jamás perdió presencia, y en esta OSCyL se mostró sobrada y muy bien coordinada. Los metales estuvieron perfectos, y las tremendas escaladas en los desarrollos hacia los momentos de descarga se gestionaron con la debida tensión pero con los elementos melódicos intactos. La polifonía fue intachable, con mención especial a la clarísima presencia de violonchelos y violas. Los tempi, ideales (un adagio letárgico hubiera sido un error). El público, entusiasmado, jaleó a Fischer y a la orquesta, cuyos miembros parecieron sentirse completamente a gusto con un director que es capaz de motivar hasta lograr unos resultados tan excepcionales.

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