Recensiones bibliográficas
Cartas de una persona magnífica
Paco Yáñez

Apenados por el reciente fallecimiento de
Ahora bien, dentro de la bibliografía cageana en castellano se echaban en falta las cartas del compositor californiano: carencia que, de nuevo, una editorial argentina subsana en nuestro común idioma, con el volumen Escribir en el agua. Cartas (1930-1992), estupendamente editado a partir de un compendio de The Selected Letters of John Cage (2016), libro al cuidado de Laura Kuhn para la
Además, hemos de señalar la valía y el cuidado de esta edición por su respeto a algunas particularidades de la escritura cageana, como la utilización de símbolos (el «+» sustituyendo muchas veces a la conjunción «y») o la construcción de respuestas en forma de mesósticos: género poético nada sencillo de traducir, al tener que coincidir las letras de la cuerda central en ambos idiomas, desde la que se despliegan los versos que John Cage, en muchos de estos mesósticos, dedicaba a personas concretas utilizando sus nombres y apellidos como columna vertebral del poema.
Escribir en el agua (título que se deriva de una carta escrita por John Cage el 8 de marzo de 1990) se estructura en un prólogo, titulado por Gerardo Jorge Para escuchar un siglo e imaginar otros; una Nota a la traducción; y cinco partes que dividen las cartas en los periodos 1930-1949, 1950-1961, 1962-1971, 1972-1982 y 1983-1992. Preludian cada una de estas cinco partes unas introducciones verdaderamente encomiables cuya lectura en continuidad nos podría suministrar una completa biografía del compositor norteamericano, tanto en los aspectos más íntimamente personales como en los propiamente artísticos: evidencia del profundo conocimiento que de la vida de Cage aquilatan la editora y el traductor de este libro.
De hecho, el prólogo de Gerardo Jorge conforma todo un ensayo de una enorme lucidez sobre el pensamiento artístico de John Cage y su relación con la no intencionalidad de la obra de arte, como leemos en palabras de Gerardo Jorge, al reflexionar sobre el conjunto de estas cartas y algunos de sus temas recurrentes:
una y otra vez nos encontramos a Cage ponderando la disolución del ego, la suspensión del control sobre la materia sonora, la inmersión total en el sonido y en el espacio, la utopía de hacer caer todas las distinciones entre el arte y la vida.
Ello adquiere en estas cartas, que dirige a amigos, músicos, artistas, productores, críticos, etc., un estatus paradigmático, por cómo la narración de sus experiencias personales se liga con los distintos momentos de su producción artística, no separando ambos mundos, aunque especificando claramente los procedimientos a través de los cuales se crea esa obra que va entregando al público con una aceptación progresivamente mayor, hasta alcanzar, en los últimos años de su vida, el nivel de un artista planetario, merecedor de todo tipo de premios y homenajes. Como señala Gerardo Jorge, las propias cartas conforman una biografía de John Cage, además de todo un ideario, pues, como veremos, algunas de ellas son profundamente teóricas, exponiendo sus principios sobre la vida y el arte, así como llegando a detallar pormenorizadamente la laboriosa construcción de sus obras.
Echaremos en falta, eso sí, las respuestas a algunas de estas cartas, o las misivas que las habían propiciado: tarea que daría para una publicación más amplia, y para la que ignoro si se conservan tales respuestas. En todo caso, muchas de esas respuestas se pueden intuir a partir de lo escrito por Cage; en especial, cuando aborda las cuestiones candentes de su tiempo, como las relacionadas con las sucesivas guerras que los Estados Unidos afrontó en vida de John Cage o los movimientos contraculturales surgidos en la segunda mitad del siglo XX. Sea como fuere, Cage se distancia de una militancia política activa y, como su admirado Henry David
Otro aspecto apasionante que estas cartas ponen encima de la mesa es su recorrido por el siglo XX musical, de la mano ya no sólo de las aportaciones del propio Cage (cruciales, en el desarrollo estético de los últimos cien años), sino por los reveladores recuerdos que comparte de compositores con los que colaboró de primera mano. Con todos ellos, Cage nos conduce en un recorrido que abarca casi toda la pasada centuria, o, como tan sabiamente dice Gerardo Jorge:
La historia de transformación de la música en otra cosa (resultado de la obra de una vida) y esta constelación de conceptos y discusiones son dos entradas que este libro ofrece, sin dejar de desembocar una y otra vez en un tono que retorna: cierta suavidad y serenidad que parecen refrendar la caracterización que hiciera Morton de Cage como un ser atento, delicado y relevante: "Cage es una de las personas más magníficas que cualquier civilización haya tenido nunca por su modo de mirar la vida: gentil, generoso, abnegado". Escribir en el agua es una puerta a la historia de esa persona, y acaba constituyendo una conversación acerca de qué es ser humanos, hacer arte y estar vivos en un periodo histórico que llega a solaparse con el nuestro.
Sin embargo, los primeros pasos en esta senda epistolar nos conducen casi un siglo atrás, al año 1930, con una primera carta dirigida desde Argelia a su familia por un John Cage que dieciocho años contaba entonces: primero de sus muchos viajes por el mundo, en el que descubre no sólo tantas culturas como nutrirán su obra, sino formas de vida, gastronomía o su propia (bi)sexualidad, pues, de hecho, en estas primeras cartas comprobamos su ardoroso deseo de contraer matrimonio con Xenia Kashevaroff, primera mujer del compositor, y a la que atenderá hasta el final de su vida, incluyéndose en este volumen una última carta a ella enviada el 17 de marzo de 1988, ofreciéndole ayuda económica. Su noviazgo y posterior boda comparten páginas con cartas dirigidas a
En esa misma década, seremos partícipes de las primeras experiencias de John Cage como docente en Berkeley (1939), así como de sus partituras seminales para ensembles de percusión, de gran resonancia internacional, que colocan su música en el centro de interés de las vanguardias, aunque John Cage vea en estos constructos instrumentales un mero anticipo de lo que sería en el futuro la música electrónica, siguiendo la estela de Varèse y su división entre tonos y sonidos como superación de la previa oposición entre consonancia y disonancia. También en una línea netamente vareseana, leemos a Cage (en una larga carta del 14 de diciembre de 1940 a Peter Yates) que Empecé a definir la música para mí mismo como Sonido Organizado. Y sigo definiéndola de ese modo. En este sentido de ir conociendo de su propia mano las ideas que su desarrollo estético le sugieren al propio Cage, disponemos en Escribir en el agua de incontables momentos de reveladora iluminación, como la carta dirigida a John H. Ballinger el 14 de septiembre de 1939, en la que vuelve sobre su nueva concepción de la música, poniéndola en perspectiva con su carrera como instrumentista y cómo los propios medios instrumentales han marcado lo estético.
Dentro de las reflexiones cageanas hay lugar, cómo no, para una lúcida mirada al pasado, en la que volvemos a tomar conciencia de su inmenso respeto por Erik *
Las numerosas cartas en las que Cage diserta sobre las diferencias culturales, artísticas y sociales entre Nueva York y Europa en la posguerra son, asimismo, dignas de destacar, como la dirigida a Peggy Glanville-Hicks desde París, el 6 de septiembre de 1949, en la que habla de ambos mundos como opuestos, pues donde en Estados Unidos se vive de la afirmación, en Europa se hace de la negación: Siguen esperando que surja algo de las cenizas, mientras nosotros solo tenemos que plantar para producir crecimiento. Ni que decir tiene que esas cenizas eran las de una devastadora II Guerra Mundial y que, con el paso de los años, en ese joyero que es la tradición europea Cage encontró belleza y motivos para la reflexión, como demostró en sus postreras óperas.
Si Boulez se asomaba a estas cartas en 1949, ya en 1942 lo hacía el otro gran contacto epistolar de John Cage, así como su pareja artística y afectiva durante tantos años: Merce
De hecho, pasando ya a la segunda parte del libro, abruma comprobar la movilidad constante de Cage ya en los años cincuenta, así como la ingente cantidad de contactos que maneja (que lo obligan, cierto es, a un volumen epistolar impresionante) y el arrojo de un compositor que se tiene que echar encima no sólo a su propia familia (con los problemas crecientes de sus padres), sino la propia compañía de danza de Merce Cunningham, con esfuerzos que lo ponen repetidamente al borde de la ruina.
Pierre Boulez continúa siendo un interlocutor habitual en esta segunda parte de Escribir en el agua. Con él, Cage dialoga sobre la situación de la música pasada la guerra, sobre proyectos a ambos lados del océano, así como lleva a cabo minuciosos análisis de sus obras que constituyen joyas musicológicas, como las misivas del 17 de enero de 1950 y, muy especialmente, la larga carta del 22 de mayo de 1951 (que ocupa diez páginas del libro). Pena, como antes señalamos, que no se incluyan las respuestas de Boulez.
Otra presencia fundamental en la vida de John Cage que aparece en esta segunda parte del libro es la de
En las cartas compendiadas en la tercera parte nos encontramos a un Cage más preocupado por su salud, así como prestando una gran atención a la micología; incluso, organizando sociedades micológicas en los Estados Unidos, lo que nos deja ver la cara más pragmática de un John Cage al que en muchas de estas cartas leemos sus campañas de recogidas de fondos, en las cuales las donaciones de los pintores serán fundamentales, con lienzos gracias a cuyas ventas se sacaron adelante conciertos, fundaciones y becas para jóvenes artistas (además de facilitar a más de un coleccionista el hacerse con obras hoy en día valoradas en millones de dólares de autores como Robert
Asimismo, en este momento aparecen en su vida figuras que serán cruciales en su pensamiento futuro, como Buckminster
Una de las cartas más interesantes en esta tercera parte del libro es la que escribe en Stony Point (NY), el 14 de septiembre de 1962, sin destinatario especificado, y en la que recoge una serie observaciones previas a una visita a Japón, así como lleva a cabo todo un resumen del proceso de conformación de la llamada New York School y cómo se fueron conociendo sus miembros: además del propio Cage, Morton
Pasando a la cuarta parte de Escribir en el agua, comprobaremos el creciente interés de John Cage en cuestiones de salud, con su adopción de la dieta macrobiótica para intentar paliar sus graves dolencias artríticas, que le obligaban a ingerir una gran cantidad de medicación diaria, de la cual pudo prescindir con sus cambios de hábitos alimentarios. Otros cambios en su vida pasaron por su traslado definitivo a Nueva York y todo un proceso de purga de los muchos objetos que había acumulado a lo largo de su vida, además de cartas, escritos, libros, discos, etc., que empieza a repartir por diversas instituciones y universidades norteamericanas, a pesar de que en sus cartas muestra un frontal distanciamiento de estas últimas por su vida académica y cultural tan marcada por las presiones económicas y las luchas de poder en(tre) los departamentos: situación que se encontraba completamente en los antípodas de su pensamiento.
Entre las cartas de este cuarto periodo hay una al compositor Dieter
La sexta y última parte de Escribir en el agua nos conduce a la década de los ochenta, con los postreros años de vida de un Cage que muere el 12 de agosto de 1992. En estas últimas cartas la pintura adquiere una presencia cada vez mayor, así como la importancia de un espacio privado y personal en Nueva York: refugio para un Cage que es ya una figura global reclamada constantemente por doquier. Además de ser reclamado de forma presencial, Cage es también interpelado con insistencia de forma epistolar, lo que hace que multiplique su correspondencia con muy diferentes puntos de la Tierra: cartas en las que tanto hace memoria de aquéllos a quienes conoció como procede ya a numerosos apuntes autobiográficos.
Concluye este hermoso recorrido de escritura sobre el agua con los últimos proyectos musicales de John Cage: desde las Number Pieces (1987-92) a las
Como se pueden imaginar, nuestra recomendación es entusiasta, conformando Escribir en el agua desde ya un documento cageano imprescindible en castellano.
Este libro ha sido enviado para su recensión por Caja Negra Editora.
Notas
1. Laura Kuhn (ed), «John Cage. Escribir en el agua. Cartas (1930-1992)», traducción al castellano, selección y prólogo de Gerardo Jorge, Buenos Aires: Caja Negra Editora, 2021, 472 páginas. ISBN 978-987-48226-1-1.
2. La edición de referencia del epistolario entre Cage y Boulez es: Jean-Jacques Nattiez & Robert Samuels (ed), «The Boulez-Cage Correspondence», New York: Cambridge University Press, 1993, 186 pages. ISBN 978-0521401449
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