Alemania
Lisiecki en Düsseldorf, con genuino sentimiento
Juan Carlos Tellechea

A sus casi 27 años de edad Jan Lisiecki supera en algo más de un lustro las primaveras que tenía el genial Frédéric Chopin cuando comenzó a componer sus célebres estudios y nocturnos. Quizás sea por eso que la ejecución de estas piezas suena de sus manos con una sensibilidad tan auténtica que cautiva desde un primer instante a los espectadores en el recital organizado esta tarde por Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf.
Al entretanto varias veces laureado pianista canadiense lo venimos siguiendo desde hace una década aproximadamente y siempre que lo vemos sobre el escenario nos sorprende como en el primer día. El deslumbrante programa que ofrece Lisiecki bajo la cúpula tachonada de estrellas de la gran sala auditorio de la Tonhalle de Düsseldorf se titula Frédéric Chopin: Poesie der Nacht (Poesía de la noche) y concluye con un bis para calmar de alguna forma las efusivas aclamaciones y prolongadas ovaciones del público de pie en la sala.
Como siempre, el pianista necesita de unos instantes para entrar en calor musical, para concentrarse, para sentirse cómodo en las nubes de sonido de Frédéric Chopin. Las 24 piezas que ejecuta, maravillosamente unidas por su tonalidad, fluyen con gran naturalidad, como una colección de poemas concatenados en un volumen antológico.
Cada Estudio y cada Nocturno tiene un estilo diferente, y cada uno cuenta su propia historia, que cada oyente interpreta a su manera. Las composiciones, ejecutadas con entrega y verdadera consagración por Lisiecki, despejan un amplio espacio para que podamos sumergirnos en el propio mundo de sentimientos y pensamientos de Chopin. Su música nos conmueve y nos habla hasta el día de hoy con su propio e inconfundible lenguaje.
Sin virguerías ni experimentaciones ególatras, Lisiecki presenta todo lo que gusta de la música del compositor polaco, sus maravillosas melodías, sus ideas originales y, sobre todo, la característica sencillez y la refinada elegancia que van tan a la par en su música.
A decir verdad, Lisiecki puede hacer lo que solo 50 veces osó llevar a cabo Chopin en su tiempo:
No soy apto para dar conciertos (…) el público me intimida, su aliento me sofoca, sus miradas curiosas me paralizan, me quedo callado frente a rostros extraños.
Los misteriosos Nocturnos surgen de las tinieblas, un mundo encantado de infinitas posibilidades. Aunque inventada por John Field, fue Chopin quien hizo suya esta forma musical, con la que ha quedado inseparablemente ligado hasta nuestros días.
Los Nocturnos de Chopin describen un mundo muy singular y peculiar de cercanía y distancia, de intimidad y expansión. Lisiecki parece muy comedido al principio, a menudo casi deletreando las notas en lugar de llevarlas a un flujo emocional.
Sin embargo, poco a poco las reservas se desvanecen, los elaborados conceptos pasan a un segundo plano y se instala el estado de liberación que el pianista practicaba con toda ecuanimidad en sus años de más tierna juventud, cuando captaba intuitivamente el lenguaje tonal individual de Mozart y Chopin y lo interpretaba sin vacilar.
Los Estudios se encuentran entre las piezas más exigentes desde el punto de vista técnico. Mas, la técnica parece secundaria frente a su belleza y musicalidad: cada nota es una parte esencial del conjunto. Todo tiene un significado, un valor, una línea; ningún pasaje es una decoración incidental.
Chopin y el piano son uno, y esto se demuestra de forma impresionante en su forma de explotar toda la gama de posibilidades tonales del instrumento. Se refleja en las melodías más populares y muy queridas de este programa, así como en aquellas que pueden sonar menos conocidas.
A Lisiecki, que ha dedicado ya tres grabaciones a la obra de Chopin, le debe de resultar imprescindible volver a alcanzar ese estado como condición de concierto permanente. Lo decimos, porque el joven pianista no es un teórico del teclado, ni un intelectual con talento para el piano, sino un músico de alma que se acerca a sus semejantes y a la música con imparcialidad y deferencia. Esto no es superficial, pero exige un alto grado de seguridad en sí mismo, que obviamente no siempre es compatible con la necesaria humildad que posee, damos fe, hacia el trabajo.
Lo que a otros pianistas se les da de sobra, a Lisiecki le toca resolverlo pieza por pieza. La elegancia evidente de la melodía fluida, que lleva a estos nocturnos sombríos a la congruencia de tristeza y optimismo propia de Chopin, es más bien un ejercicio mental de los dedos, que Lisiecki consigue sobremanera en todo el programa para regocijo de los espectadores.
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