Reportajes

Gergiev, Baden-Baden y algunas cosas más

J.G. Messerschmidt
miércoles, 16 de marzo de 2022
Festspielhaus Baden-Baden © 2012 by Dominio púbico / Wikipedia Festspielhaus Baden-Baden © 2012 by Dominio púbico / Wikipedia
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En la primavera de 1998 se inauguró la Casa del Festival de Baden-Baden.* Se trataba de un proyecto monumental. Se había construído el mayor teatro de ópera de Alemania y uno de los mayores del mundo, con capacidad para 2.650 espectadores. Ahora bien, no se trataba de un teatro convencional. No contaba ni con personal artístico propio ni con financiación pública. Debía mantenerse con la venta de entradas y ofrecer funciones de ópera, concierto y ballet en las que actuarían las máximas estrellas de la música clásica. 

En la inauguración lo hicieron Christian Thielemann, John Elliot Gardiner y Cecilia Bartoli entre otros. Los precios de las entradas eran comparables a los del Festival de Salzburgo, con el que se pretendía competir. Contratar a tales artistas requiere un cierto esfuerzo organizativo, pero es factible si se dispone de medios económicos y de un proyecto más o menos plausible. Lo que no es tan fácil es vender 2.650 entradas a un precio astronómico para funciones de un teatro "recién nacido", en una ciudad de 50.000 habitantes, carente de una tradición musical de primer orden y en cuyo entorno el centro urbano mayor, con poco más de medio millón de habitantes, es Stuttgart, a más de cien kilómetros, ciudad que ya posee un nada despreciable teatro de ópera propio. Si la promoción regional y exterior no es milagrosamente buena, el proyecto tiene pies de barro. 

La inauguración fue un desastre. Las estrellas debieron actuar ante una sala con una ocupación de un cuarto o un quinto de su capacidad. El resultado fue espantar a cualquier artista y a cualquier potencial espectador. El proyecto estaba condenado a la quiebra.

Por el precio simbólico de un marco la ciudad de Baden-Baden compró el teatro y a toda prisa nombró intendente a Andreas Mölich-Zebhauser. Éste, que había sido dirigente de un grupo estudiantil marxista, era profesor de historia y de literatura alemana titulado, y en Milán había trabajado en Ricordi. Según la wikipedia también habría estudiado en Múnich economía de empresa, derecho, ciencias del teatro y ciencias del arte (carrera que con esta denominación en Múnich no existe), sin que se nos aclare si terminó alguno de tales estudios. Desde 1991 era gestor cultural en el campo de la música contemporánea, como gerente de la Deutsche Ensemble Akademie y del Ensemble Modern de Frankfurt. El hecho mismo de que ejerciera simultáneamente ambos cargos y los apenas siete años de experiencia en ellos, dan una idea de que su posición en este ámbito no era precisamente de primerísimo orden. La misión imposible de sacar a flote al Festival de Baden-Baden parecía quedarle más que grande. Pero Mölich-Zebhauser tenía cuatro dones: tesón, inteligencia, el favor de la fortuna y la amistad de Valery Gergiev.

Ignoro totalmente de dónde se conocían ambos hombres. No creo que fueran las actividades gestoras de Mölich en el campo de la música contemporánea lo que lo relacionara con Gergiev, más verosímil es su paso por Ricordi. Sea como fuere, Andreas Mölich-Zebhauser, en un estado de ánimo que podemos imaginar como limítrofe entre desesperación y temerario optimismo, llamó a Valery Gergiev para pedir ayuda. Gergiev se mostró dispuesto a improvisar una serie de actuaciones en Baden-Baden con la orquesta y la compañía de ópera del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, del que era y es director. 

Músicos, cantantes solistas, coro, técnicos, etc. viajarían a Baden-Baden llevando algunas producciones propias, incluídos decorados, vestuario, tramoya, etc. Es decir, una aventura artística gigantesca y audaz como pocas. Valery Gergiev accedió también a poner en contacto al Festival con alguien con quien el Teatro Mariinsky tenía muy buenas relaciones y que era el mayor mecenas mundial de la música en aquellos tiempos (y quizá en toda la historia):  el multimillonario cubano-estadounidense Alberto Vilar, una especie de rey Midas melómano. 

De hecho, para Gergiev y el Mariinsky esta toma de contacto entre Mölich y Vilar era un gran riesgo. Si las cosas salían mal (cosa nada imposible dadas las circunstancias) podían perder la confianza de Vilar, que era un generosísimo patrocinador del teatro petersburgués. Si salían bien, el Festival de Baden-Baden podía convertirse en un competidor por las subvenciones del mecenas. Pero los tres hombres actuaron con generosidad y lealtad mutua y la fortuna les fue propicia -por el momento. Vilar decidió contribuir comprando todas las entradas para las actuaciones del Mariinsky en Baden-Baden y poniéndolas a disposición del Festival para que éste, en una espectacular acción publicitaria, las regalara.

El éxito fue mayúsculo. Hay que tener en cuenta que en aquellos años, apenas nueve años tras la caída del Muro de Berlín y siete después del fin de la Unión Soviética, en la Europa Occidental había un inmenso interés por redescubrir todo lo que viniera del este del continente y en especial de Rusia. El Teatro Mariinsky aunaba una vieja y muy atractiva tradición de época soviética y zarista, y se hallaba simultáneamente en un proceso de renovación y apertura. 

A esta primera visita siguieron otras de la compañía de ballet, en la que brillaba una bailarina como no se conocía desde hacía muchas décadas: la prodigiosa Uliana Lopatkina en lo mejor de su juventud. Poder ver en un suntuoso balneario termal alemán, a muy pocos kilómetros de la frontera francesa y no lejos de Suiza, al más célebre teatro de ópera ruso y a la mejor compañía de ballet del mundo, de tan dificilísimo acceso desde 1914, era una sensación para cualquier melómano. En cierto modo, las visitas del Mariinsky eran un descubrimiento como lo habían sido las organizadas por Diaguilev en París un siglo antes.

Además en todo ello había algo de novelesco y romántico, favorecido por el ambiente de Baden-Baden y su historia (con incontables recuerdos de visitantes rusos como Gogol, Dostoyevsky, Tolstoi, Turgueniev, miembros de la familia imperial, etc.); también por el aura misteriosa de lo desconocido y lo exótico, que en aquellos días aún rodeaba a todo lo ruso, y desde luego por la misma pequeñez de la ciudad, que favorecía el toparse con los artistas. A mí me ha ocurrido algo como ir a comer a un restaurante y tener sentados en la mesa vecina a dos estrellas de la compañía de ballet, los celebérrimos Farukh Ruzimatov y Diana Vishneva. O encontrarme por la calle con Uliana Lopatkina e ir conversando con ella al teatro. Personalmente, en parte por mi trabajo y en parte por conocidos comunes, no me hacían falta esas casualidades para estar cerca de las "estrellas". Pero para el balletómano sin tanta suerte (y que puede ser tan fanático como el verdiano o el wagneriano más exaltado) estas ocasiones añadían un irresistible atractivo a la presencia del Mariinsky en el Festival.

En el Festival de Baden-Baden el Mariinsky se convirtió en teatro "en residencia", con al menos dos ciclos anuales, uno de ópera en verano, y uno de ballet en invierno o primavera. Sin ninguna duda estas actuaciones eran la coronación de la actividad de la casa, en la que, además de conciertos, ópera y danza por otros invitados del máximo nivel, se ofrece una programación puramente comercial de eventos ligeros, con fines de subsistencia económica. 

También en este sentido, el vínculo con el Mariinsky ha reportado al Festival unas ventajas inmensas, no sólo por la asistencia de público, sino también porque promovió la actividad de los patrocinadores. El primero y mayor fue, naturalmente, Alberto Vilar, que se convirtió en el mayor protector de la institución. En parte por el atractivo del Mariinsky, el prestigio de Gergiev y la calidad del resto de la programación, en parte por el ejemplo de Vilar, en parte por el tesón y la habilidad de Mölich-Zebhauser, en torno al Festival se formó un círculo de generosos y potentes patrocinadores que con sus donativos no sólo contribuye económicamente, sino que también, por la posición de sus miembros, da a la casa un gran prestigio mundano, facilita contactos influyentes y a la vez constituye un "salvavidas" para tiempos adversos.

A Alberto Vilar éstos no tardaron en llegarle. Absorbido por su pasión musical y por su mecenazgo, descuidó sus negocios, que decaían rápida y peligrosamente. Para mantener su nivel de vida y seguir patrocinando las artes, así como investigación científica, hospitales y centros educativos, realizó algunas operaciones que terminaron por llevarlo ante la justicia, acusado de malversación de fondos. Su mecenazgo acabó abruptamente. De 2005 a 2018 cumplió condena en una cárcel estadounidense. 

La inmensa mayoría de los favorecidos por sus donaciones (del Covent Garden a la Scala pasando por Salzburgo, la Filarmónica de Nueva York y un incontable número de otras instituciones), y en los que Vilar creía tener grandes amigos, le dio la espalda, pero sin devolver ni un céntimo del dinero malversado que habían recibido. Si no estoy mal informado, sólo Valery Gergiev y Andreas Mölich-Zebhauser se mantuvieron fieles. En septiembre pasado Alberto Vilar murió en Nueva York, arruinado y olvidado de todos. El personaje y su vida son dignos de inspirar una película de Werner Herzog.

Andreas Mölich-Zebhauser fue intendente del Festival de Baden-Baden hasta 2019. Su sucesor, Benedikt Stampa, exigió en febrero de 2022 de Valery Gergiev que rompiera su silencio sobre la guerra en Ucrania y se manifestara abiertamente contra la posición rusa en el conflicto y contra Vladimir Putin, de quien Gergiev es amigo. El director de orquesta ruso sigue, hasta la fecha, sin hacer ninguna declaración al respecto. Agotado el plazo dado, Stampa anunció que el Festival prescinde de Valery Gergiev, el hombre que lo salvó de la ruina y como pocos contribuyó a su gloria. Según se deduce de lo argumentado en el ultimátum, es una medida en favor de la paz, la democracia y la solidaridad.

Notas

El nombre oficial de este teatro es Festspielhaus Baden-Baden, que traducido literalmente significaría "Casa de Festivales de Baden-Baden". Es decir, no se trata de un festival como los de Salzburgo o Bayreuth, sino de un teatro en el que se celebran eventos diversos, entte ellos festivales como el de Pascua de la Filarmónica de Berlín, antiguamente con sede en Salzburgo.

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