España - Cataluña
Dos obras de difícil programación
Jorge Binaghi

El festival de ópera con tres títulos llegó a su término los días 14 y 16 de marzo con dos obras mayores de Purcell de difícil programación debido al carácter
fragmentario de estas masques o mascaradas que llegaron importadas del
continente y tuvieron mucha aceptación, obras de teatro originales o adaptadas,
en prosa naturalmente, pero con ‘ilustraciones’ musicales de envergadura como
estos casos que nos ocupan. Aquí se hicieron versiones dramatizadas o
semiescénicas (nunca entiendo el uso de palabras distintas que tienden al mismo
concepto: versión de concierto en que los artistas entran y salen, se mueven,
pero sin trajes, y sólo con luces o vídeos o proyecciones).
Debo decir que desde el punto de vista del texto y de la
continuidad dramática impresiona más King Arthur que The fairy queen (nada que ver
pues con la calidad de la música). En este caso, además, se ha respetado, a mi
entender, el texto de Dryden mientras que en el caso de The fairy queen al texto anónimo inspirado en el Sueño de una noche de verano de
Shakespeare (atribuido al actor Thomas Betterton y al escritor Elkanah Settle,
en su momento considerado un rival de Dryden) se le ha injertado o simplemente sustituido
uno nuevo, de la autora de la dramaturgia, Isaline Claeys, muy políticamente
correcto sin duda pero que se da de bofetadas con la música. Y naturalmente por
eso me resultó más convincente la actuación como narrador de Arquillué que de
Bel, que lo hizo sin duda muy bien, pero más por el cómo que por el qué. Por
cierto, de esta última obra fue el estreno mundial en coproducción con el Concertgebouw
de Brujas.
El conjunto Vox
Luminis, creado por el belga Lionel Meunier, viene destacándose como gran
intérprete de este período y comprende tanto instrumentistas como cantantes,
todos de un nivel extraordinario (como es esperable, cuando los últimos actúan
como coro resultan formidablemente homogéneos; cuando se exhiben como solistas
por supuesto hay diferencias dentro de un innegable alto nivel). El propio
Meunier, que es quien decide al final a quién o quiénes toca recibir los
aplausos, actúa como bajo y flautista.
Ambas obras son, como se acostumbraba en la época, en cinco actos y de duración aproximada (aunque es, y se hizo, más larga The fairy queen). Si algo, de entrada, llama la atención en ambas -en un caso el fragmento más conocido (‘What power are thou’, cantado por el genio del frío en el acto 3 de Arthur) y en el otro el más acendradamente poético (‘O let me wheep’ en el acto 5 de Fairie queen, sin un personaje concreto al que atribuir -y aquí se advierte ya lo que más arriba he apuntado sobre las diferencias ‘teatrales’ entre ambas obras)- es que cuando Purcell, soberano en todos los registros, tiene que escribir un lamento o ‘a modo de’ (como es el aria del genio del frío) su inspiración resulta incomparable, como le ocurre en su ‘ópera’ a secas, Dido and Aeneas, toda ella estupenda, pero cuando llegamos a ‘When I’m laid on earth’, la muerte de la protagonista, nos elevamos a la cumbre de la música.
Mucho se podría decir sobre los cantantes, pero señalaré
que la más aplaudida en ambas funciones fue Zsuzsi Tóth (lo mejor suyo estuvo
en ese mencionado lamento) aunque a mí me pareció superior Anabella Baric (en
la segunda ópera Juno y otras dos arias). También merecidamente aplaudidos el
bajo (diría bajo-barítono) Sebastian Myrus (en particular en el genio del frío
de la primera) y el tenor Jacob Lawrence (en especial ‘How blest are the shepherds’ en
la primera y Febo en la segunda). De los demás destacó por su vis cómica el
contratenor David Feldmann por su ‘Mopsa’ en Fairy Queen.
En ambos casos la sala distaba de estar llena, pero en conjunto había un buen nivel de asistentes que aplaudieron con mucho calor.
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