España - Madrid

Jugando con las texturas

Germán García Tomás
martes, 29 de marzo de 2022
Marzena Diakun © 2020 by Łukasz Giza Marzena Diakun © 2020 by Łukasz Giza
Madrid, lunes, 14 de marzo de 2022. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). Elena Bashkirova, piano. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, Krastin Nastev director del coro. Marzena Diakun, directora. Claude Debussy: Preludio a la siesta de un fauno. Manuel de Falla: Noches en los jardines de España. Antonín Dvořák: V přírodě [En la naturaleza] op 63 B. 126. Bohuslav Martinů: Sinfonía nº 3, H. 299. Ocupación: 75%.
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Programa ciertamente original el que nos proponían la Orquesta y el Coro de la Comunidad de Madrid en su noveno concierto de temporada bajo la batuta de su directora titular Marzena Diakun. En él se convocaban cuatro páginas de diferentes periodos y una variedad de formatos y estéticas musicales que consiguieron amenizar una sesión sinfónica y coral sin interrupción. Un atractivo menú que sirvió a la directora polaca para su hábil creación de ambientes y manejo de texturas.

De entrada, una primera mitad con la música francesa como protagonista, tanto en sus más puras esencias como en su influencia en España y Bohemia. Claude Debussy, punto de partida, y Manuel de Falla y Bohuslav Martinů como dos maneras de asimilación de los modelos franceses desde perspectivas territoriales muy diversas. Noches en los jardines de España de Falla, al margen de su singular carácter concertante, que no le lleva a ser un concierto para piano al uso, es un tríptico eminentemente sinfónico à la manière de la Iberia de Debussy, con la ventaja respecto a éste de la voluntad de su creador de identificarse con la esencia y la sustancia de las músicas populares andaluzas, y no por aproximación de carácter exótico -inspiradisima, por cierto- como en el caso del genio de Saint-Germain-en-Laye. 

Quiso resaltar el colorismo de la escritura pianística Elena Bashkirova -esposa de Daniel Barenboim- mediante un estimable despliegue virtuosístico, pero no consiguió extraer toda la sutileza, la finura y la pureza de sonido que el compositor gaditano vertió en estos pentagramas, viéndose enfrentada frontalmente con la orquesta en los tuttis, en los que la directora polaca se abandonaba al forte, dando la impresión de que estuviera dirigiendo un concierto de Rachmaninov, en ese enfrentamiento con el instrumento solista. Faltó evanescencia en ciertos pasajes y sobró grandilocuencia en otros, pese a la consecución de ciertas texturas, como el efecto de las cuerdas con sordina en el primer movimiento “En el Generalife”. Aun así, hubo intención en la actitud de la pianista rusa, que acusaba poses un tanto exageradas ante el teclado, y cuya ejecución fue recibida con aplausos más deferentes que entusiastas. Al margen de su idónea programación en marcos como el Festival de Granada, esta obra de Falla siempre se agradece escucharla en salas de concierto, a pesar de que sea poco grata para un pianista, desmotivando el ofrecimiento de propinas, como fue aquí el caso.

Comenzaba entonces la parte dedicada a la música checa, con dos universos enteramente opuestos: de un lado Antonín Dvořák con sus canciones corales a capella, y Bohuslav Martinů con uno de sus capítulos sinfónicos más importantes. Pareciera que esta cita se había convertido de repente en uno de los conciertos que periódicamente ofrece en solitario el Coro de la Comunidad de Madrid, pues la interpretación de En la naturaleza op 63, un delicioso ciclo de cinco canciones tradicionales del autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo sirvió para evidenciar en su más pura desnudez el cincelado resultado de la coral madrileña obtenido por su actual director, Krastin Nastev, y supusieron un verdadero soplo de aire fresco esas armonizaciones sencillas y eminentemente cantabiles diseñadas por Dvořák, con líneas horizontales y casi en su mayoría homofónicas, muy bien delineadas por Diakun, de un sustrato folclórico que el compositor checo vierte por doquier en toda su obra sinfónica. Un recorrido por bucólicas situaciones y detalles cinegéticos que se traducen en imágenes musicales, como en la tercera canción, donde, gracias a la prosodia de la propia lengua checa, el coro emite sonidos que simulan zumbidos. Esta pequeña incursión vocal de Dvořák como colección sobre poemas de Vítězslav Hálek (1883) nada tiene que ver con la obertura de concierto V přírodě, koncertní [En el reino de la naturaleza] op 91 B. 168 (1891), la pieza que analiza el crítico Daniel Quirós Rosado en sus notas al programa, no sabemos si por error propio o ajeno.

Y como colofón, siguiendo con ese halo bohemio desgajado de todo apego a las raíces folclóricas, la Sinfonía nº 3 del exiliado Martinů, una obra hija de su tiempo como lo son la Séptima de Shostakovich, la Quinta de Prokofiev o la Sexta de Vaughan Williams, y que es lo más alejado a una sinfonía de repertorio a la hora de cerrar un concierto, una osadía a la hora de programarla que hay que agradecer a esta inquieta directora experta en las lides del siglo XX que es Marzena Diakun. De esta bartokiana partitura, ambigua, ecléctica y sumamente original en su planteamiento tripartito, con su dispersión del material temático como una naturaleza viva, la polaca brindó una lectura de grandísima altura, resaltando todo su trabajo contrapuntístico, su carácter obsesivo y cuasi maquinista y, por qué no decirlo, hasta expresionista, extrayendo un sobresaliente rendimiento de una orquesta fiera en los movimientos extremos, con un buen trabajo en las maderas, que igualmente brillaron en el muy bien balanceado Preludio a la siesta de un fauno con que había dado inicio el concierto. Imposible quedar indiferente ante los secos acordes finales, con un ambiente relativamente esperanzador, de la Tercera de Martinů, que sigue interpelando al oyente de hoy así como al del año 1944 en que fue escrita frente a la barbarie de la guerra.

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