España - Andalucía
Lucia de pureza belcantista
José Amador Morales
Ya desde mediados del siglo XIX hay constancia de la puesta en escena de la Lucia di Lammermoor de Donizetti en Córdoba, primero en el Teatro Principal y, ya a partir de su temporada inaugural en 1873, en el Gran Teatro. Más recientemente, la última producción de este título donizettiano pudo disfrutarse en abril de 2012, en aquella ocasión con el protagonismo de una jovencísima Mariola Cantarero que debutaba el rol principal, junto a Javier Palacios, Carlos Almaguer y la dirección de Enrique Patrón de Rueda.
Veinte años después, ha sido Maria José Moreno la encargada de encarnar una Lucia di Lammermoor de simpar pureza belcantista. La cantante de Granada, que ya logró impactar en este mismo escenario con una descomunal ‘Gilda’ en 2001 y con su ‘Olympia’ en 2008, ha sabido mantener intactas sus cualidades como soprano lírico-ligera después de veinticinco años de carrera abordando dicho repertorio, una hazaña al alcance de muy pocas aunque lógica en base a una técnica impecable y un profundo conocimiento del bel canto.
Su ‘Lucia’ destacó por su hermoso y penetrante timbre, comunicativo en sí mismo, con un centro suficiente y un registro agudo y sobreagudo fácil, a pesar de puntuales notas frágiles que incluso utiliza para dar verosimilitud a la naturaleza del personaje; todo ello cincelado con un fraseo exquisito, pleno de filados, messe di voce y demás recursos belcantistas distribuidos con un derroche de buen gusto y siempre al servicio de la recreación dramática. Así, con estos medios Moreno logra una impresionante caracterización psicológica del personaje, realmente única tanto a nivel vocal como actoral, que ha ido madurando desde que debutara el rol en otoño de 2001 en el Teatro Real de Madrid, ya entonces vocalmente impecable como pudo comprobar entonces quien esto suscribe.
Así, desde la inicial “Regnava nel silencio” y la subsiguiente cabaletta “Quanto rapito in stasi”, recibida con sonoras aclamaciones, Maria José Moreno desplegó su canto hasta conmover sobremanera en "Soffriva nel pianto" del segundo acto, embelesar con una tan intensa como portentosa escena de la locura y finalmente hacernos sucumbir de forma irremediable con una sublime "Spargi d'amaro pianto". Al público no pareció importarle en absoluto el incidente del sobreagudo raspado que coronó la locura y la supresión del mismo en el aria siguiente. Había tanto y tan bueno, tanta emoción contenida que la ovación fue histórica, tanto en esa escena y en los saludos finales. Y podemos afirmar que resultó aún más vehemente en la siguiente función.
A su lado, cualquiera diría que Moisés Marín debutaba el rol de ‘Edgardo’ habida cuenta del arrojo y madurez con el que asumió el importante compromiso. Posee un timbre claro y su voz desde luego parece un tanto liviana aún para este personaje, que suele ser utilizado por los tenores como un papel de transición hacia papeles de mayor peso dramático (como los verdianos ‘Duque’ de Rigoletto o ‘Alfredo’ de La traviata). El tenor también granadino posee una emisión algo irregular, con unos agudos carentes de apoyo. Aún así, su ‘Edgardo’ mostró un volumen suficiente y una encarnación bastante plausible del romántico personaje, con momentos de arrojo vocal como su impactante "Ah! Vi disperda!” con la que humilla a Lucia en el segundo acto y una emotiva escena final, donde ofreció detalles de gran elegancia.
El ‘Enrico’ de Javier Franco resultó musicalmente idiomático, con una rudeza de medios que en este caso utilizó de forma tremendamente eficaz para recrear al descarnado hermano de Lucia. Su entrega fue evidente desde su aparición en la primera escena, que fue coronada con sendos agudos tanto en el aria como en la cabaletta, hasta un segundo acto donde destacó como cantante-actor.
Algo parecido sucedió con Manuel Fuentes, que delineó con una voz de bajo rotunda y no exenta de belleza, un Raimondo de gran musicalidad y de enorme presencia vocal y escénica que hizo agradecer la inclusión de su escena del segundo acto (aunque no se ofreció el duelo entre Enrico y Edgardo en el tercero).
Al ‘Arturo’ de José Manuel Montero le faltó una técnica más aseada para rematar un rol al que dotó de inusitada relevancia. La brillante y robusta voz de Lucía Tavira fue tal derroche para Alisa que nos hizo desear contemplarla en roles de más enjundia, al igual que el excelente Normanno de Raúl Jiménez, también de mayor fuste de lo habitual.
Carlos Domínguez-Nieto ofreció una lectura orquestal bastante interesante por su realce tímbrico y la sugerente articulación, así como por el sabio acompañamiento a las voces. Ciertamente su concepto del tempo teatral lastró en algunos momentos la agilidad narrativa, particularmente en toda la primera escena y las introducciones de las restantes, aspecto este algo tamizado en la segunda representación. Bajo su batuta la Orquesta de Córdoba se mostró a un nivel aceptable y excelente el Coro de Ópera de Córdoba.
La ya conocida producción que Francisco López diseñara para el Teatro Villamarta de Jerez en 2014 enfatiza, dentro de una general sobriedad, los aspectos esenciales del drama y del trágico desenlace. Es el caso de la violencia casi extrema que rodea a Lucia, no solo encarnada en los personajes de su entorno, sino en el mismo ambiente social que le rodea, algo visible por ejemplo en los movimientos de los invitados durante la escena de la locura o en ese grupo de hombres con paraguas que dan la fatal noticia a Edgardo en la escena final, componiendo prácticamente un verdadero muro tan impasible como infranqueable. Todo ello junto a una escenografía que no rehúye el eminente carácter romántico de la obra (fuente, bosque, mar…), una cuidada iluminación que ofrece un ambiente bien oscuro y opresivo, bien luminoso y superficialmente festivo así como unas bien distribuidas videoproyecciones que ilustran de manera eficaz el recuerdo -lacerante para Lucia- del fantasma de la muchacha ahogada en la fuente.
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