España - Galicia
Miradas sobre la modernidadLa lección de Nadia Boulanger
Xoán M. Carreira

Parece haber unanimidad con respecto a la condición de
(París, 1887-1979) como la profesora de composición más importante de la historia. Esta consideración se fundamenta en la asombrosa cantidad de creadores excepcionales que se formaron con ella, así como de la no menos asombrosa variedad y diversidad de sus talentos y de sus obras. Que esta variedad y riqueza sea el fruto de su labor docente prueba su enorme competencia, pero no alcanza a explicar su excepcionalidad, que a mi entender reside no tanto en la enormidad de sus conocimientos como en su empatía, que le sirvió para guiar a sus discípulos por el camino más adecuado a su propia idiosincrasia, al margen de cualquier otra consideración estética, técnica o profesional.Sólo así se pueden comprender los casos de Astor Philip , por mencionar cuatro de sus geniales alumnos americanos. En todos ellos Nadia Boulanger supo reconocer un talento tan obvio como rebelde, al igual que su ilimitada capacidad para concebir propuestas extravagantes dirigidas a emocionar a unos intérpretes y a un público nuevos, para los cuales la alta y la baja cultura son solo etiquetas políticas sin el menor sentido estético.
, , Aaron oLas familias de Copland y Glass llegaron a USA procedentes de los Países Bálticos y allí encontraron su tierra de promisión: así los jóvenes Aaron y Philip gozaron de una educación equilibrada entre sus propias tradiciones culturales y el pensamiento utópico de los Padres Fundadores. Por eso Copland y Glass llegaron a ser adultos creyendo firmemente en el derecho a aspirar a la felicidad, un convencimiento que ha marcado sus carreras profesionales, constantemente a la búsqueda de nuevas preguntas y utopías. Como otros muchos discípulos de Nadia Boulanger, Copland y Glass gozan del privilegio de tocar los corazones de las personas con su música, por ejemplo la 3ª Sinfonía y la Fantasía para dos timbaleros y orquesta que integraban el programa de abono de este programa de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia, OSG.
Son dos obras separadas por cincuenta años de distancia en el tiempo pero unidas por una ambiciosa concepción, un meticuloso proceso productivo y un impecable resultado final. Obras poderosas a la vez que enormemente frágiles en su extrema dependencia de lo que los intérpretes puedan o quieran hacer con ellas. Fragilidad que se puso en evidencia en este concierto. En primer lugar, por la muy deficiente acústica del Palacio de la Ópera de A Coruña: cuando los solistas no se oyen entre sí ni a las distintas secciones orquestales, las cuales tampoco se escuchan unas a otras, y el director no percibe con claridad las texturas y la dinámica que está ofreciendo al público, cualquier cosa puede suceder. José , percusionista él mismo, tiene un gesto claro y preciso, que es agradecido por la orquesta. Pero sólo con eso no se saca adelante una música tan compleja y sutil como la Copland y Glass, en cuya ejecución faltó claridad de concepción, direccionalidad, concertación y comunicación.
Los primeros desconcertados fueron los propios solistas, Javier y José , por momentos desincronizados con la orquesta y esporádicamente entre sí. Quizás a ello contribuyera las distintas estrategias corporales de Eguillor y Belmonte ante sus instrumentos: Belmonte fuertemente asentado en una banqueta bien centrada, en una posición ergonómica que le permitía ahorrar esfuerzos y garantizaba la precisión de los ataques; Eguillor de pie, desplazándose constantemente, malgastando energía y visiblemente preocupado por la afinación de sus timbales y la reubicación de las baquetas en sus tarimas de reposo. Dado que he visto a Eguillor interpretando esta misma Fantasía con otras orquestas y compañeros, siempre con resultados óptimos, sólo me cabe pensar que no fue su noche.
Tampoco fue la noche de los metales de la OSG, doblemente desconcertados por las deficiencias acústicas y la confusa planificación de Trigueros, que apagó y deslució el fragmento más hermoso, brillante y emotivo de la Tercera sinfonía de Copland en la que se evoca la mítica Fanfarria para el hombre común.
En los últimos meses algunos periodistas han criticado negativamente la programación de la OSG acusándola de desatender la música actual sin ofrecer a sus lectores prueba alguna de su afirmación. En esta temporada, la OSG toca veinticuatro programas de abono, con sesenta y tres obras. El porcentaje de títulos por centuria es el siguiente: siglo XX un 52,38%, siglo XIX un 23,81, siglo XVIII un 14,28% y siglo XXI un 9,53%. O si lo prefieren en cantidades: 9 obras del XVIII, 15 del XIX, 33 del XX y 6 del XXI.
Comentarios