Italia
Salvada por los protagonistas
Jorge Binaghi

Hacía tiempo que no volvía a la Ópera de Roma, con ese
‘Benito Mussolini Duce’ que nunca han borrado y que corre el riesgo de volver a
estar de moda. Pero la sala es bonita y con buena acústica y en esa función
vespertina estaba repleta, lo que es bueno. También muy cálida con todos los
intérpretes.
No sé cómo fue recibido el nuevo montaje, pero la verdad
es que esta puesta en escena, más bien lóbrega, que en muchos momentos se da de
bofetadas con el libreto (imposible, es cierto) como cuando a Elvira su padre
la manda a ponerse su vestido de boda que ya lleva puesto y que tanto ‘juego’
tiene en el primer acto de esta producción, con lo que de paso destruye el
pretexto para dejar solos al prometido y la reina depuesta y enmascarada, no
ofrece mucho más que ceguera de Elvira que, cual nuevo Edipo, se arranca los
ojos (profusión de sangre) en medio de su locura (no se explica cómo, al
volverse cuerda al final -ni tampoco por el medio, ya que ésta es la loca con
más idas y venidas del repertorio lírico- recupera la vista). Los trajes son
más o menos de época, pero resulta extraño que la protagonista lleve las de
perder frente a la prisionera, o que al barítono principal le suceda otro tanto
con el bajo secundario…
De las pausas no tiene la culpa el director de escena,
pero sigo pensando, pese a todos los argumentos de peso en contra, que los
compositores sabían cuándo tenía que llegar una pausa -una grande, no una corta
de algunos minutos- y en este caso es sacrificar el impacto dramático musical
del final del segundo (la excitante cabaletta de bajo y barítono ‘Suoni la
tromba’) al unirlo con el tercero, que así resultan muy largos.
Se ofrecía una versión como la del estreno absoluto, sólo
con los cortes que introdujo el mismo compositor, pero además de hacer algo más
larga la primera escena y algunas cosas menores en el resto, no se ve la
necesidad de imponerla frente a la versión tradicional.
Abbado dirigió bien e hizo relucir a la orquesta, que
está en un buen momento después de Gatti y a la espera de Mariotti, pero lo
hizo muy fuerte en detrimento de las voces que no son, ni tienen por qué en
esta ópera, cañones. Incluso opacó algo la prestación del excelente coro
preparado por Gabbiani, que por suerte pudo lucirse al inicio del segundo acto.
Por fortuna la obra se salva siempre con los
protagonistas, que si no parejos fueron todos estimables y dos extraordinarios.
Empezando por estos, fueron justamente los protagonistas. Pratt actúa ahora
mejor que antes y sigue siendo la reina de los adornos, coloraturas y demás
preciosismos técnicos que Elvira requiere y pese al poco pero natural y audible
registro grave se hace valer incluso en el gran concertante final del primer
acto aunque sus momentos de fuerza son sobre todo la gran escena del segundo
acto (‘O lasciatemi la speme’) y la brillante ‘Son vergin vezzosa’, amén del
gran dúo del acto final.
Osborn fue un memorable Arturo hace doce años en
Ámsterdam (la reseña se puede encontrar aquí). Las voces no son iguales a sí
mismas siempre y doce años con un repertorio como este pueden ser mortíferos.
No lo son en este caso y por suerte. Es cierto que el timbre (jamás su punto
fuerte) puede sonar algo apagado en el recuerdo de aquella interpretación, pero
la que tenemos es ésta…y es extraordinaria, no importa si alguno de esos
tremendos agudos y sobreagudos que Bellini pensó para alguien fuera de clase
como Rubini son algo más cortos o metálicos que entonces: están. Y lo más
importante, la lección soberana de canto, estilo, técnica estuvo allí siempre.
Si tuviera que elegir un momento en que Osborn sentó cátedra de lo que es el
belcanto me costaría un tanto, pero elegiría sin vacilar su escena inicial del
tercer acto que le valió la ovación más merecida de todas las que se escucharon
durante la representación.
Ulivieri estuvo muy bien en su Giorgio, noble y compuesto,
aunque alguna sonoridad y volumen mayor en algunos graves se habrían
agradecido.
Vassallo tiene mucha voz y de buen color. Como cantante
nunca me ha parecido demasiado interesante y para Riccardo sigue la vieja
tradición (creo que en algunos casos, no sólo el suyo, vigente) de hacer del
personaje un émulo de algún malvado verdiano o verista aunque en algunos
momentos intentó aligerar y demostró buena voluntad para ejecutar los adornos,
pero la emisión del agudo es siempre estentórea. Gustó mucho.
Muy bien Lorenzi en Valton padre y bien Savignano en
Enrichetta. El joven Rodrigo Ortiz, como ella perteneciente al proyecto
‘Fabbrica’ del programa del Teatro para artistas jóvenes, estuvo correcto en la
parte de Sir Bruno. Al final del espectáculo, aplausos aún más intensos.
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