España - Galicia
Gestos y sonidos
Alfredo López-Vivié Palencia
Me echo a temblar cada vez que un solista asume también la dirección de un concierto: como espectador sufro porque las más de las veces falla en uno de los dos papeles, cuando no en ambos.
Más sufro cuando a ese solista nunca le he visto dirigir antes, como sucedía esta noche con Javier
, a quien he escuchado –y disfrutado- muchas veces cuando se pone ante el piano, pero de quien desconocía su faceta batutera.Me tranquilicé un poco cuando vi en el programa de mano que se había traído como “concertino invitado asistente a la dirección” a
, primer violín del , con el que Perianes colabora frecuentemente.Y mis temores se desvanecieron por completo en cuanto comenzó el concierto. La correa de transmisión entre Perianes y Sierra estaba bien engrasada, y Sierra –provisto de un “i-atril” con la partitura general- estuvo pendiente de todo lo que sucedía en la orquesta. No es sólo que Sierra diera sus indicaciones con claridad manejando el arco como un florete, sino que continuamente se contorsionaba en su silla para que no cupiese duda de lo que había que hacer, e incluso a veces se daba media vuelta y lanzaba una mirada asesina si alguien en el último atril de los primeros violines se quedaba rezagado. Algo exagerado visualmente, sí, pero el resultado sonoro salió estupendamente bien.
Perianes me sorprendió en su faceta de director. Ya tiene cuarenta y tres años, pero mantiene esa cara de no haber roto un plato en su vida y sigue entrando en el escenario con ese aire tímido, casi a hurtadillas. Sin embargo, el gesto al dirigir es muy efusivo, llegando a abalanzarse por encima del piano: hay cierta imprecisión en la técnica (algunas entradas del tutti con las trompetas adelantadas), pero a cambio la parte expresiva es de gran calidez para no descuidar las voces internas de la cuerda y para destacar las maderas siempre que es necesario. De todos modos, lo mejor es que Perianes se alejó de cualquier tentación historicista y dejó que la orquesta sonase a lo grande. Es decir, entre Perianes y Sierra hicieron que esta noche la tocase con la excelencia que le es exigible y de la que es capaz cuando tiene delante a alguien con buenas ideas y que además se toma su tiempo para trabajarlas.
El Jeunehomme es un concierto raro. Lo de menos es el misterio sobre la dedicataria. Lo de más es su extensa duración, sobre todo debida a esa especie de “Trio con variaciones” intercalado en el último movimiento; e incluso diría el exceso –viniendo de Mozart- de notas para la parte solista. Claro que es una obra preciosa, pero no se puede comparar con sus últimas hermanas de este género, equilibradas como un templo griego. Da lo mismo. Perianes está en su elemento: los tiempos juiciosos, el toque impecable, la respiración profunda para dosificar el aire de cada frase, y –lo más importante- la sabiduría para expresar con contención el drama que siempre subyace en el movimiento lento de los conciertos mozartianos. La demostración de ello estuvo en el público, tanto en la salva de aplausos al final como en el silencio elocuente tras el “Andantino”.
En el Tercer Concierto de Beethoven Perianes no está del todo en su elemento. La intención es acertada, pero la realización no siempre: Perianes no es un pianista di forza y a su toque le falta algo de rotundidad en los movimientos extremos, aunque la serenidad en el “Largo” es la propia de un maestro; algunas escalas suenan más taquigrafiadas que mecanografiadas; y de vez en cuando se le escapa una frase en estilo galante (en do menor se puede ser de todo menos galante). No obstante, Perianes sí sacó de la orquesta todo el músculo beethoveniano (qué buenas las retenciones de tiempo antes de las cadencias, y qué atinado el protagonismo del timbal en esos episodios), y la Real Filharmonía respondió con tanto empaste como brillantez.
Comentarios