España - Galicia

Para menores sin reparos

Alfredo López-Vivié Palencia
jueves, 26 de mayo de 2022
Viktoria Mullova © OBC Viktoria Mullova © OBC
A Coruña, sábado, 21 de mayo de 2022. Palacio de la Ópera. Viktoria Mullova, violín. Orquesta Sinfónica de Galicia. Dima Slobodeniouk, director. Sergei Prokofiev: Concierto para violín nº 2 en Sol menor, op. 63; Josef Suk: Sinfonía nº 2 en Do menor, op. 27 “Asrael”. Ocupación: 60%
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No éramos muchos, apenas un poco más de la mitad del aforo. Es cierto que los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Galicia en sábado tienen menos parroquia que los de los viernes; pero en este curso de ya relativa normalidad incluso los viernes se ha notado un bajón, y además las obras hoy en cartel no son precisamente de las que “hacen afición”. 

Ni siquiera la presencia de Viktoria Mullova podía constituir un reclamo sino para quienes somos de su quinta. Y el caso es que observé la presencia de bastantes jóvenes entre el público, y al salir de la función escuché a uno de ellos dirigirse a sus amigos exclamando “¡qué chulo!”. No sé si es un síntoma de esperanza en la continuidad de los conciertos coruñeses, pero me agarro al clavo ardiendo.

Quien no arde es Viktoria Mullova, que toda su vida se ha caracterizado por interpretaciones muy frías. Y esta noche no fue la excepción. Fría no quiere decir carente de expresividad, sino que esa expresividad se manifiesta de manera más oscura y desde luego con toda la elocuencia del mundo. Una forma de tocar que creo que le sienta bien al “madrileño” Segundo Concierto de Prokofiev, pieza mucho menos efectista que su hermana mayor aunque igualmente dificilísima. Y ahí estuvo Mullova, concentrada leyendo la partitura que tenía delante, demostrando que -a pesar de los años- sigue siendo una de las mejores (y encima se conserva con un aspecto espléndido), con su toque firme y grande y con una técnica infalible.

Más que la fuerza que exigen los movimientos extremos, me gustó su forma de cantar el Andante: Mullova no se solaza en lo que aparentemente es una melodía intrascendente, sino que la transmite con tiralíneas y en tinta negra, consiguiendo así un contraste fabuloso con el –también aparentemente inocente- acompañamiento de “pizzicato” en tiempo ternario. Dima Slobodeniouk y la orquesta se entendieron bien con ella, de forma que sólo cabe imputar al compositor el hecho de que cuando al solista se le exige tocar con sordina se le escuche únicamente en el primer movimiento. Y el público pagó con la misma moneda: aplausos no calurosos pero sí continuados, hasta que obtuvo de Mullova una propina bachiana.

Me apetecía mucho escuchar en vivo la Sinfonía “Asrael”. Ignoro si era la primera vez que la Sinfónica de Galicia la pone en atriles, pero para mí sí lo fue en casi medio siglo de vida concertística. De hecho, ¿cuántos de ustedes han escuchado en directo una obra –cualquiera- de Josef Suk? Por descontado que es una pieza extensa (una hora de reloj) y de digestión lenta; pero también es una sinfonía compacta en la forma, de calidad y profundidad de principio a fin, y cargada de espiritualidad recogida en el recuerdo de la esposa y del suegro (Dvořák fue para él mucho más que un padre político). Hubo un conato de aplausos tras el tercer movimiento, pero al final el público respetó el largo momento de silencio que consiguió Slobodeniouk.

Y ese silencio sólo podía derivar de una interpretación magnífica que naturalmente se apoya en el tono oscuro de la pieza, pero que tampoco desatiende sus colores y sus contrastes. Como siempre, el secreto está en mantener el pulso y la concentración: la conclusión del primer movimiento surte el efecto deseado, con el llanto contenido de los violines, la amenaza del metal y esos golpes secos del bombo; el Scherzo –que debe mucho a Mahler- presenta todo el vértigo y toda la brillantez de su orquestación; y el finale alcanza una catarsis muy parecida a la de la Sinfonía “Patética” de Chaikovski. Gran trabajo de Slobodeniouk y de toda la orquesta dando cuerpo y densidad a la interpretación, entre quienes me gustaría destacar a las trompas (en solista y en escuadrón), y a Irene Rodríguez, la percusionista encargada de los platillos (me entusiasma comprobar que en un par de segundos se puede estar atenta a la anacrusa del director, después volver la mirada al timbalero, y finalmente dar el platillazo justo cuando éste golpea el parche).

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