Italia
Un Verdi con altibajos y de nuevo censurado
Jorge Binaghi
No le bastó a Verdi (y otros) en vida con sufrir censura
en sus libretos y tener que tragar. Después tuvimos la plaga de los directores
de escena que modifican las palabras para que sus originalidades no resulten
tan burdas. Lo que nos faltaba era lo políticamente correcto, y llegó.
Empezamos por los Otelos y Aídas blancos relucientes aunque sigan procediendo
de Etiopía y alrededores; ahora, una vez superados los Gustavos y la Suecia
originales de este mismo Ballo, el
‘morte ai nemici!’ de La forza del
destino, y aquí me detengo, no sólo resulta que Ulrica no es una señora de
color oscuro en la Boston colonial (aunque se siga hablando de Inglaterra como
la madre patria o la patria matria) ni tampoco de ninguna otra minoría -con lo
bien que quedaría un contratenor en la parte- sino que a alguien se le ha
ocurrido que, faltaría más, Renato queda demasiado machista y maltratador
porque dice ‘sangue vuolsi e tu morrai’ y se cambia por un -eficacísimo, claro
está- ‘rea ti festi e tu morrai’, donde la idea de matar queda idéntica pero sin
sangre. Por suerte en esta ocasión el barítono cantó el texto tal cual; espero
que no lo multen. No sé a qué prepararme para la próxima Gioconda. ¿Y si en vez de vivir en este eterno presente tan
maravilloso hiciéramos el esfuerzo de pensar en el contexto histórico,
sociológico y cultural de 1859, por ejemplo?
Probablemente este exabrupto inicial habría quedado
limitado a un párrafo si hubiéramos estado ante una versión irreprochable de
esta obra genial. Pero empezaron los problemas cuando Riccardo Chailly no pudo
hacerse cargo de la dirección y ésta fue repartida entre Nicola Luisotti y
Giampaolo Bisanti. Sólo vi al segundo, como asimismo sólo he visto a Tézier y
von der Damerau y no a sus colegas precedentes.
Pero la puesta, ay, era la misma. Nueva. Aunque la hubieran regalado es demasiado cara por inútil. Un decorado único que puede servir para los interiores de palacio, un paje que más mujer no puede ser (espero que nadie me obligue a escribir el femenino), un juez idiota, una maga que parece una curandera, buenos vestidos para los tres protagonistas, todos dejados a su suerte o casi. Un ‘orrido campo’ que era más bien una ridiculez con cuervos incluidos. Ah, y una muerte que da vueltas por ahí no sé si en homenaje a Bergman y su Séptimo sello (por lo menos además de no ser vista o asustar -ambas cosas hace- sabe tocar el violín).
Hay una especie
de maqueta con la que juega Ricardo que me han dicho que es la del teatro de
Drottningholm que él creó. Será por eso que cuando al final se despide de su
patria (el texto dice ‘addio diletta America) ahora dice ‘Amelia’, y la
banalización es total (en este caso el tenor se atuvo a la hipercorrección).
Como dice Oscar ‘purchè abbastanza ho detto’. Esta es una ‘modernización’ de la
tradición que acaba con ella más que cualquier propuesta ‘transgresora’. No
escuché quejas del público.
Bisanti empezó a mostrar interés (y a ser interesante)
después de un preludio y primer cuadro lento y flojo. La orquesta se mostró en
buena forma y el coro, por suerte, sigue siendo un puntal de la casa.
Empecemos por los comprimarios ‘importantes’ (los otros,
salvo cambiar el registro del juez de lo que no es culpable el cantante,
estuvieron correctos). Yo no pido que los dos jefes de los conspiradores sean
los equivalentes (¿los hay?) de Tancredi Pasero e Italo Tajo, pero me parece
que en vez de importar mediocres o algo menos que eso procedentes de Viena
-cierto es que antes venían de Zúrich, y antes de Berlín y París- sería mejor
encontrar algo parecido, o incluso mejor y sin mucho esfuerzo, entre los
cantantes que residen en Italia.
Cuando se pasa al corto pero importante papel de Silvano
lo mismo vale centuplicado porque un apellido no hace a un cantante (menos
todavía si el famoso de turno no lo era en su momento).
Guida estuvo muy bien en Oscar: no fue su culpa la
presentación del personaje. Von der Damerau me pareció como en su momento en
Múnich discreta pero irregular en todos los aspectos.
Yo no soy un admirador de Radvanovsky pero no le voy a negar volumen y técnica, incluso para unos graves feísimos y unas artificiales notas filadas. No me parece una gran actriz y su italiano aquí fue rudimentario. La parte es muy difícil y expone ese molesto vibrato y lo metálico de sus agudos (que son seguros). Es cierto que tras las dos arias y el gran dúo pareció pensar que debía desgañitarse y a eso procedió, pero el voluble ‘gallinero’de la Scala que le había dedicado sonorísimos bravos al final decidió que debía abuchearla (se notó menos porque los aplausos se redoblaron).
Más se oyeron aunque eran decididamente menos (pero también
menores los aplausos) los pitidos a Meli, culpable de un desfallecimiento
(realmente lo fue) durante su gran aria del tercer acto y, obviamente, la
tremenda frase que corona ‘su’ cuadro. El tenor tiene una voz muy bella,
tampoco es un gran artista, frasea bien, tiene buena técnica y siempre ha sido
un tanto corto en el registro agudo. Frecuentar personajes ‘fuertes’ (no sólo,
pero principalmente de Verdi) ciertamente no lo ayuda, pero ha cantado mucho y
bien en la Scala para recibir este tratamiento.
O sea que el único que logró un apabullante consenso unánime, y merecidísimo, fue Tézier que volvía después de muchos (demasiados) años de ausencia a la Scala. Aplaudido en su aria de salida, fue en la célebre ‘Eri tu’, donde el silencio de atención y expectativa era impresionante, cuando se produjo la ovación de la noche, que se repitió cada vez que salió a saludar. No lo veía yo en el papel de Renato desde su segunda vez en París, y al parecer sólo hubo luego una vez en Madrid.
Nunca se puede afirmar del todo, pero no se
me ocurre, dentro de los cantantes de su cuerda que conozco y aprecio, quién
podría hacerlo mejor, porque está a la altura de los más grandes Renatos, y no
sólo de los que he oído en vivo, sino de los históricos. Tuvo una presencia y
fraseo nobles, un italiano perfecto, una emisión y una línea excelentes (sólo
un par de veces en un final de frase se dejó arrastrar por un semiverismo que
en realidad no tiene sentido aunque la mala tradición lo exija).
Quien diga
(siempre hay, y la envidia es mala consejera) que es muy bueno pero monótono, no
quiere admitir (o no sabe, que es peor) que cantando de esa forma Verdi queda
servido de la mejor de las maneras.
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