España - Madrid
Personal, pero no excéntrico
Maruxa Baliñas

Tenía una gran ilusión por escuchar a Blechacz (Nakło nad Notecią, Polonia, 1985) en recital, ya que he coincidido pocas veces con él y -con una única excepción- siempre fue como solista orquestal (la última hace poco más de un año en A Coruña, en un concierto aún muy marcado por la pandemia y que no resultó bien). Siempre he salido contenta de sus conciertos, pero no totalmente satisfecha y esperaba que en el Auditorio Nacional, con un buen piano y una buena acústica, y sobre todo en solitario, pudiera 'sacarme la espinita'.
Sin embargo, sigo sin definirme totalmente respecto a él. Que es uno de los grandes pianistas de su generación, es evidente. Que técnica y expresivamente tiene mucho que decir, también es indiscutible. Que asistir a un concierto suyo es un privilegio, tampoco cabe duda. Pero aún no me ha conquistado totalmente, acaso porque junto a interpretaciones cautivadoras, hay otras en las que me desconcierta o simplemente no llega a implicarme.
En esta ocasión además hubo tres detalles, pequeños pero significativos, que me restaron entusiasmo. Como indico más abajo, y graduándolos de menor a mayor influencia, me desagradaron las notas al programa, por motivos personales no estaba demasiado receptiva ante el concierto, y además en el descanso, cuando contra mi costumbre abandoné mi butaca y salí al exterior del propio Auditorio Nacional, había un grupo de jóvenes -supongo que alumnos de piano- destripando casi cruelmente la interpretación de Blechacz hasta el punto de hacerme dudar de lo que había oído, especialmente dos de ellos. Luego me di cuenta de que Blechacz salía bien librado en comparación con Pollini (un ejemplo de todo lo que no se debe hacer) y casi todos los pianistas de los años 1950-80, que Sokolov no era tan maravilloso como yo pensaba, y que si bien Argerich era superior a Blechacz tampoco era una pianista 'incontestable'. O sea, que eran eso que hace muchos años oí llamar 'cachorros de conservatorio', a menudo soberbios y 'repelentes', pero que -cuando maduran- son el futuro de la música.
Volviendo al concierto, la Partita nº 2 en do menor BWV 826, con sus seis movimientos me pareció en un primer momento demasiado 'organística' y con un exceso de pedal, pero luego Blechacz se centró y a partir de la Courante hizo un Bach maravilloso, más lírico que matemático, con un pedal un poco más ligero y sobre todo con un sonido precioso y muy cuidado.
Blechacz abordó la Sonata nº 5 op 10 nº 1 de Beethoven con un planteamiento muy personal, fiel a la partitura, pero no tanto a las "grandes" tradiciones interpretativas, especialmente en el fraseo que propuso. Además la introducción fue más rápida de lo convencional, los episodios arpegiados del primer movimiento sonaron más arrebatados que 'clásicos', el sonido parecía a veces más bachiano de lo que había sido el de la Partita nº 2, etc. Nada que objetar, pero un poco inquietante al tiempo que cautivador.
Las Variaciones en do menor WoO 80 fueron lo que menos me gustó del concierto. Aunque técnicamente fueron brillantes, Blechacz se centró en el sonido, el timbre y las diferentes pulsaciones para dar variedad a la obra, mientras dinámicamente hubo poca variedad, y el resultado general fue machacón, por más que en muchos momentos concretos consiguiera una versión linda y pulida. Como es habitual en él, sus finales son siempre 'repentinos', pero en el caso de estas Variaciones más bien se podría denominar abrupto.
El Preludio, fuga y variación en si menor op. 18 de Cesar Franck también sonó muy personal. Prácticamente no separó las tres partes, sino que planteó una obra ensoñada, que sonó de un tirón, arrebatada y sin que apenas se percibiese la fuga. Nuevamente Blechacz se alejó de las convenciones para hacer una obra que no sonaba a Franck, ni a lo que asociamos con estilo francés, ni con música de la Belle Époque. Desconcertante, pero al mismo tiempo serio: Blechacz no es excéntrico, es personal.
La Sonata en si menor op 58 de Chopin reunió todo lo bueno que había mostrado Blechacz hasta entonces (no me extraña que arrasara en el Concurso Chopìn de Varsovia de 2005, consiguiendo cinco premios distintos, incluyendo el primer premio absoluto). Su versión fue muy inteligente al tiempo que muy libre. Sonido cuidadísimo, dinámicas más variadas de lo escuchado hasta entonces (por fin se atrevió con unos ff contundentes), pero sobre todo una visión unitaria de la Sonata en conjunto, y no como mera sucesión de cuatro movimientos distintos. Si ya a lo largo del concierto había conquistado numerosos aplausos tras cada interpretación, al finalizar esta Sonata y el concierto en sí, el público se volcó con él: lo sacaron a saludar varias veces y ofreció dos bises, ambos chopinianos (el Vals en do sostenido menor op 64 nº 2, y el Preludio op 28 nº 7), aunque el segundo, brevísimo, fue más bien una sencilla exposición del tema, al modo de Sokolov.
Las notas al programa de Santiago Martín Bermúdez me resultaron confusas, cuando no incomprensibles, y sin un destinatario claro: no explicaban las obras ni aportaban nada sobre los autores, literariamente eran farragosas, las referencias metafóricas presuponían unos conocimientos relativamente amplios pero quien tuviera esos conocimientos difícilmente aceptaría la mayoría de lo que allí se afirmaba, etc. Una lástima, porque unas buenas notas al programa aumentan el disfrute del concierto. O por lo menos, así lo considero yo.
Comentarios