Austria
…Per un Barbiere di qualità
Jorge Binaghi

No pude ver en su momento el estreno de esta nueva
producción que, como casi siempre, hace añorar a la anterior o anteriores, y
eso en una casa que no las renueva mucho. Entonces se contó con la dirección de
Michele Mariotti y con un reparto más o menos estelar, del que en esta primera
reposición quedaban dos nombres.
Para decirlo rápido, la parte escénica es una estupidez. No están mal los telones plásticos (casi separadores) de colores, que en sí mismos son bonitos, ni las proyecciones de rectángulos coloridos entre los que predomina -vaya uno a saber por qué- la bandera italiana. Incluso cuando comienza la obertura (no soy de los que aprueban que se aproveche ese tiempo para intentar hacer y decir algo sobre la historia) la proyección es agradable. Pero… ay, aparecen las siluetas (los cantantes) tras los telones y empiezan los movimientos. No paran un minuto, los desdichados, y hay que tener en cuenta que además tienen que cantar Rossini.
Con trajes de mejor o peor gusto (Almaviva se
salva pero el pobre Fígaro sale todo de rosa), y las pelucas absurdas y feas,
se quedan a mitad de camino entre títeres y personajes de una comedia del
absurdo guiados, aconsejados, reprendidos, por un omnipresente Ambrogio
(Sebastian Wendelin) que no para un momento y se gana más que sobradamente su
dinero y los aplausos (que lo que le hagan hacer sea idiota, no significa que no
lo haga de modo superlativo). Y punto. Los intérpretes tratan de subsanar lo
insanable y muchas veces a ellos se debe que la gente ría, pero al público no
pareció importarle.
Tampoco ayudó mucho la dirección de Montanari. Hace poco le había oído una buena Agrippina en Múnich, comentada en Mundoclasico.com. Es cierto que el barroco es su terreno de elección, pero hace sonar los crescendi de Rossini fortísimo y gruesos, incluso en una tempestad desbocada (y eso que tenía a los profesores vieneses y no a la banda de Pan, amor y celos) y es bastante insensible con los tiempos (se requirió toda la experiencia y capacidad de Bordogna para llevar a buen puerto la gran aria de Bartolo ‘A un dottor della mia sorte’). La orquesta tocó bien, pero no parecía muy inspirada, y el coro lo mismo aunque pareció más interesado en aporrear a Fiorello al final de la serenata (cuando sólo agradecen al conde; claro que previamente este había abofeteado al pobre criado -será por el despotismo hispano…).
Lo mejor estuvo sobre el escenario. Los dos náufragos
restantes demostraron gran química entre sí (como corresponde a Almaviva y
Bartolo) y con quienes más debían (Rosina y Fígaro, que debutaban en Viena), y
ese buen entendimiento tuvo excelentes resultados. No voy a descubrir ahora a
Flórez: me limitaré a decir que sigue siendo un rossiniano consumado, que
posee el papel en todas sus notas y palabras (y se permite, cómo no, algunas
‘puntature’ que sientan bien y sobre todo que puede hacer sin problema). Su
ejecución del rondó final es ejemplar (y sólo había que mirar cómo lo seguía
entusiasmado Olivieri para entender que se estaba delante de alguien que merece
todos los elogios): es más, la pieza detiene bruscamente la acción cuando está
por finalizar la obra. Entiendo que se la haga cuando es a este nivel, pero de
lo contrario sigo prefiriendo, como en la denostada tradición, que se la
suprima si no puede asegurarse una ejecución que la justifique. En mi opinión
debería continuar siempre con este repertorio y algún papel más, pero eso, en
este caso, es absolutamente secundario.
Bordogna tiene ya sus tablas, pero sigue simpático, ágil
y con buena voz, y canta su papel y no lo habla, y uno entiende bien que no es
nada fácil. Si alguna vez se permite alguna monigotada (sentarse en el regazo
de Fígaro y chuparse el pulgar como un bebé) tiene razón visto que, si no, no
tiene de dónde cogerse.
Olivieri hizo como
su antepasado romano Julio César: llegó, cantó y venció. La cavatina de
presentación fue el momento más intensamente aplaudido (obviamente después del
rondó final de Almaviva). Se mostró como siempre seguro, dueño del personaje,
vivaz, simpático, clarísimo en la articulación del texto, con buen manejo de la
coloratura, pero sobre todo con una voz bellísima y extensa sin la menor
irregularidad de arriba abajo y de abajo a arriba. Dijo los recitativos
cargándolos de sentido y a veces a una velocidad supersónica (y se entendían). Me
puedo equivocar, pero me parece que los vieneses tienen un nuevo benjamín.
Molinari fue una buena Rosina y, escuchándola, uno se
pregunta por qué motivo la Scala decidió prescindir de ella avanzados los
ensayos y, sobre todo, sustituirla con alguien mucho más modesto. Es una voz
grata, no muy grande ni muy extensa en el agudo, pero maneja bien las agilidades
aunque no sea una virtuosa, y sobre todo tiene buen color en centro y grave y
se mueve bien. Claro que puede haber más, pero con esto es más que suficiente.
Basilio tenía que ser Peter Kellner pero tuvo que ser
remplazado a último momento y lo hizo, debutando en el rol, uno de los
participantes del Opernstudio del Teatro. Kazakov, en esas condiciones, lo hizo
bien, con un italiano mejorable y una emisión no siempre muy flexible, pero
demostró conocimiento. Sus colegas Astakhov (Fiorello) y Marthens (Berta) lo
hicieron también bien, en especial la segunda, que se vio obligada a estornudar
ruidosamente y a gritar sin que viniera muy a cuento. En el papel del oficial
cantó discretamente Wolfram Igor Derntl.
Teatro lleno y aplaudidor (aunque cuatro personas parecieron tener bastante luego del primer acto, porque sus costosas entradas quedaron vacías a la vista de todos).
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