España - Madrid

Delirio straussiano en el día de San Juan Bautista

Úrsula Sebastián
lunes, 4 de julio de 2022
Salome © 2022 by OCNE Salome © 2022 by OCNE
Madrid, viernes, 24 de junio de 2022. Auditorio Nacional. Strauss: Salome. Orquesta Nacional de España. Lise Lindstrom (Salome). Tomasz Konieczny (Jochanaan). Frank van Aken (Herodes). Violeta Urmana (Herodias). Alejandro del Cerro (Narraboth). Lidia Vinyes-Curtis (Paje de Herodías). Josep Fadó (Judío I). Pablo García-López (Judío II). Vicenç Esteve (Judío III). Ángel Rodríguez Rivero (Judío IV). David Cervera (Judío V y Nazareno I). Tomeu Bibiloni (Nazreno II y Soldado I). David Sánchez (Soldado II). Pedro Llarena Carballo (Capadocio). Francesca Calero (Esclava). Susana Gómez, concepto de escena. David Afkham, dirección musical.
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Resulta desde luego encomiable y necesario que toda orquesta sinfónica que se precie frecuente, si quiera mínimamente, el repertorio operístico en sus temporadas; sobre todo si se trata de títulos de gran formato, que permitan el lucimiento de orquesta y director. En este sentido, no cabe más que aplaudir a la Orquesta Nacional de España que, desde que David Afkham asumiera la titularidad, haya presentado en sus programas de abono –más o menos a razón de un título cada dos temporadas- títulos operísticos de fuste a cargo de su titular –El Holandés Errante, Tristán e Isolda, Elektra...- con elencos de primer nivel y muy buenos resultados; aun cuando la sala grande del Auditorio Nacional sea un recinto bastante inclemente para la proyección de las voces, y puede que no el más indicado para presentar ópera. 

Tocó el turno en esta ocasión a la Salome straussiana, que faltaba en Madrid desde 2010 –cuando Jesús López Cobos la dirigiese en la temporada del Real protagonizada por Nina Stemme- y, a tenor del resultado final, podemos decir sin temor a equivocarnos que esta versión semiescénica se saldó con un merecido triunfo, que hace de estas funciones –lástima que únicamente fuesen un par- probablemente la cita operística más redonda de la temporada en Madrid. Quiso la oportuna casualidad, además, que la primera sesión tuviese lugar el día de la festividad de San Juan Bautista.

Por su densidad orquestal intrínseca, Salome requiere de un conjunto bien preparado y un maestro dispuesto a extraer todos los detalles presentes en la partitura. Es, sin duda, lo que podríamos denominar una ópera “de orquesta”, una orquesta siempre al servicio de la progresión dramática y con la que Strauss coloreó con pericia la obra homónima de Oscar Wilde. En este sentido, David Afkham no se amilanó y planteó una lectura apabullante, tanto por la gran paleta de colores que supo extraer del conjunto como por el pulso y la intensidad que imprimió constantemente. En sus manos, la partitura straussiana brilló particularmente, permitiendo al público apreciar la opulenta orquestación en todo momento. 

La Orquesta Nacional de España –sin ser propiamente una orquesta de foso- respondió en espléndida forma en todas sus secciones; salvo quizá algún titubeo en la escena de los judíos. Desde luego, es una realidad que hace tiempo que no se escuchaba en Madrid una prestación orquestal de este nivel en una ópera; y no cabe sino lamentar que Afhkman no se prodigue más en foso, porque el resultado orquestal fue ciertamente espléndido. Cabría quizá apuntar la duda de si tal vez el maestro pudo excederse en decibelios –perjudicando la presencia de algunas voces en algunos pasajes en un auditorio que, hay que insistir, no es precisamente beneficioso para las voces-; pero lo cierto es que  se contó con un elenco muy bien escogido, que no tuvo temor en enfrentarse a la masa orquestal, saliendo victoriosos la mayoría de las veces. 

Siendo así, como fue, no cabe más que congratularnos  haber asistido a una versión tan auténticamente orquestal de tan magna obra: desde luego, la escritura straussiana se pudo apreciar en cada detalle y en todo su esplendor, y Afhkman y su orquesta alcanzaron momentos verdaderamente escalofriantes ante esta música tan narrativa y descriptiva –no solamente en la danza de los siete velos o el éxtasis final, sino también por ejemplo en los pasajes que preceden a la última aparición en escena del Bautista, pura tensión teatral maravillosamente delineada por la orquesta-. Así pues, un acercamiento de muchos quilates a la partitura.

Desde hace más de una década, Lise Lindstrom viene desarrollando una intensa carrera que incluye algunos de los papeles más temibles de soprano dramática –frecuenta y ha convertido en caballos de batalla partes como Turandot, Elektra o esta misma Salomé-. Puede que la soprano comience a acusar levemente el paso del tiempo –y la insistencia en este tipo de partes-, como denota alguna tirantez esporádica en ambos extremos de la tesitura; pero lo cierto es que ofreció una Salomé verdaderamente aguerrida: se nota que es un papel que domina, conoce y ante el que sabe cómo medirse para llegar sana a la terrorífica escena final. Hay mucha clase en su canto, el timbre es cálido y sensual, dice el papel siempre con la debida intencionalidad dramática y delinea un personaje planteado de modo muy inteligente. Quizá más cómoda en los momentos más íntimos –encontró sus instantes más redondos en sus diálogos con Jochanaan- que en los más dramáticos, no se amedrentó ante la opulenta masa orquestal –fue siempre perfectamente audible- y firmó una escena final verdaderamente emocionante. Para quienes venimos siguiendo su carrera desde hace tiempo, ha de resultar desde luego loable cómo logra mantener este notable nivel ante partes tan duras. Lo mantiene, y es hoy por hoy un caballo ganador para este tipo de repertorio; más allá de la dureza de algunas notas.

En proporción al de la princesa –que se mantiene en escena prácticamente toda la ópera- el resto de los roles son más breves, aunque no haya papel ni pequeño ni sencillo. La de Jochanaan es siempre una parte especialmente conflictiva, pues debe cantar gran parte de su intervención en interno – desde el órgano en este caso- y desarrollar en apenas un puñado de minutos frases místicas de hondo lirismo. Impresionó ya desde sus primeras intervenciones en interno Tomasz Konieczny por la potencia y rotundidad de su voz que se expandió –literalmente- por todo el auditorio por cuestiones de la versión escénica. Podrá pedirse una pizca más de nobleza en la emisión, pero lo cierto es que resulta un bálsamo escuchar la parte en manos de un cantante con semejante caudal y control del mismo. Sin duda alguna fue el cantante de actuación más redonda de la noche, demostró que no hay papel pequeño y se llevó su merecida ración de aplausos al final. Su enfrentamiento con Salomé fue puro fuego, y nunca tuvo problema alguno en plantar cara a la masa orquestal.

En los papeles de carácter de Herodes y Herodías es frecuente encontrar a viejas glorias que suelen tener más intenciones que verdaderos medios. Contar para la parte del tetrarca con un verdadero heldentenor como Frank Van Aken fue una bendición: puso su instrumento squillante y penetrante al servicio de un villano que, por más que quede ciertamente ridiculizado en la obra homónima de Wilde nunca cayó aquí en la mera caricatura: es infrecuente además escuchar la parte tan bien cantada. 

Como Herodías, Violeta Urmana –que acumula la friolera de más de 30 años de carrera en constante reinvención, con un repertorio que ha ido abarcando progresivamente desde partes de mezzo (Azucena, Amneris, Brangania...) hasta partes de soprano dramática (Aida, Gioconda, Medea, Kundry, Ariadne, Isolde...) y falcón (Lady Macbeth) pasando ahora por un ramillete de roles digamos de carácter (citemos Klytemnestra, la Sacristana o esta Herodías) siempre con bastante acierto, aportó a la madre de Salomé su innegable clase y presencia escénica –nuevamente hubo mucha conciencia del personaje a interpretar- y demostró, en las pocas frases que Strauss le concede que la voz aún es capaz de emitir sonidos bien colocados y percutientes. Una vez más, un bálsamo escuchar tan bien cantado un rol que a menudo cae en manos de cantantes con poco que ofrecer en términos vocales: no es, por supuesto, el caso de Urmana; que parece volver a acertar en esta enésima reconversión desde la que aún tiene cosas que decir, tal y como demostró esta noche.

Un nutridísimo grupo de solistas españoles se hizo cargo de las muchas partes secundarias, que nada tienen de sencillo; pues deben enfrentarse a endiablados pasajes de conjunto y a una masa orquestal que no perdona. Alejandro del Cerro –un secundario recurrente en las temporadas madrileñas, siempre sólido y eficaz- fue un Narraboth adecuadamente incisivo, remanso lírico en esta endiablada partitura; y Lydia Vinyes-Curtis sirvió elegantemente al Paje de Herodías. Entre los demás, aun cuando todos estuvieron en su sitio, es de justicia destacar la redondez de las prestaciones de Josep Fadó (Judío I) y David Sánchez (Soldado II), claramente merecedores de mayores empresas; pero que, siguiendo la máxima de que no hay papel pequeño, hicieron todo lo posible con lo que aquí les tocaba. Completaron el reparto Pablo García-López, Vicenç Esteve, Ángel Rodríguez, David Cervera, Tomeu Bibiloni, Pedro Llarena Carballo y Francesca Calero. Todos ellos merecen ser mencionados, porque realmente nadie falló; y es infrecuente asistir a una función de esta ópera –que exige tan nutrido elenco- donde nadie desmerezca. Aquí nadie lo hizo.

Se planteó una semiescenificación de la que se hizo cargo Susana Gómez, centrada en un sencillo movimiento escénico que aprovechó todas las posibilidades del amplio escenario –alturas, entradas, salidas- e incluso parte de la platea –desde la que Jochanaan canta algunas de sus frases principales-. Funcionó esencialmente muy bien –gracias, por ejemplo, a las acertadísimas luces de Manuel Fuster- para seguir la trama con claridad y mantener la indispensable tensión dramática; incluso si alguna disposición especialmente trasera de algunos solistas pudo perjudicar el equilibrio entre orquesta y voces en alguna ocasión. Quizá lo único verdaderamente discutible de esta semiescenificación fuese la sustitución de la cabeza del bautista por una suerte de pecera llena de sangre: un simbolismo que, personalmente, se me escapa. Con todo, la semiescenificación sumó.

Atronadoras ovaciones al final para lo que debe considerarse una versión deslumbrante de esta obra tremendamente exigente; a la altura de cualquier teatro internacional y bastante por encima de lo que se ve habitualmente en los escenarios madrileños propiamente dedicados a la ópera –esto es tan cierto como irónico. Desde luego, se sale con deseos de disfrutar a Afkham en foso y, por qué no, con esta misma orquesta. El esfuerzo de todos valió la pena, y estamos sin duda ante  una de las mejores noches de ópera de la temporada en Madrid.

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