Recensiones bibliográficas

Las 10 lecciones aprendidas por Kent Nagano

Juan Carlos Tellechea
martes, 26 de julio de 2022
10 Lessons of my Life © 2022 by Berlin Verlag 10 Lessons of my Life © 2022 by Berlin Verlag
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Cuando Kent Nagano interpreta la Quinta Sinfonía de Franz Schubert y, junto con Nikolai Lugansky, el Segundo Concierto para piano de Johannes Brahms, uno se da cuenta, por la vivacidad interior de los diálogos orquestales y la belleza flexible de los acordes de las maderas, de que la Deutsches Symphonie-Orchester Berlin (DSO) y su antiguo director principal están hechos el uno para el otro; reina una confianza ciega entre ellos.

Simplemente Nagano dejó este colectivo musical demasiado pronto en 2006 para pasar primero a la Ópera de Baviera (hasta 2013) y después a la de Hamburgo (hasta hoy). Es bueno ahora para la DSO, que él la haya dirigido de nuevo en el 75º aniversario de su creación, y durante el reciente Festival de Verano de Bad Kissingen (Kissinger Sommer). Resulta paradójico que cada una de sus apariciones como invitado de esta excelente orquesta tiene el aire de un regreso a casa.

Pierre Boulez, Björk, Alfred Brendel, Leonard Bernstein o Frank Zappa son algunas de las personalidades con las que Kent Nagano ha trabajado a lo largo de su carrera y que le han marcado. De ellas habla el director, que cumplió 70 años el pasado 22 de noviembre, en su reciente libro 10 Lessons of My Life (10 lecciones de mi vida), escrito junto a la periodista Inge Kloepfer, y publicado por la editorial Berlin, de la capital alemana.

Son lecciones sobre la humildad, el idealismo, la integridad y el poder del azar las que ha recibido, reflejadas en diez historias sobre momentos que cambiaron la vida del director musical principal de la Ópera Estatal y de la Orquesta Filarmónica Estatal de Hamburgo (desde 2015), invitado permanente de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, y miembro de la Real Academia Sueca de la Música, en reconocimiento a sus destacados servicios prestados al arte de la música.

Las personas de las que Nagano aprendió a lo largo de su vida se presentan en diez afectuosos retratos. Por el camino, el libro también ofrece divertidas reflexiones sobre el negocio de la música, cuestiones artísticas, la ambivalente relación entre el arte y el dinero, pero también sobre las teorías científicas del Premio Nobel Donald Arthur Glaser.

Una voz para Schönberg

Por ejemplo, se encontró con la voz de la cantante de pop Björk durante un vuelo. Sonaba un vídeo musical animado que parpadeaba en una pantalla. Una niña de dibujos animados de pelo negro bailaba entre palas excavadoras y tractores. La terrenalidad de esta voz cautivó inmediatamente a Nagano. Y lo supo enseguida: buscaba esta voz para una obra concreta de Arnold Schönberg, para el canto del melodrama Pierrot Lunaire, que alterna todos los géneros.

Así que invitó a Björk al Festival de Verbier en 1996. De ella aprendió que la perfección no lo es todo, ni siquiera en el circunscrito mundo de la música clásica. Mucho más importante es la cuestión de si un artista tiene realmente algo que decir al público con su interpretación. Fue éste un concierto memorable que enseñó a Nagano 

que vale la pena sorprenderse una y otra vez, si se está lo suficientemente abierto para atreverse con cosas en el arte que no se limitan necesariamente al género en el que se está especializado.

Los años de aprendizaje no son años de maestría

Pero algunos encuentros también fueron dolorosos. Aprendió la humildad de la directora de orquesta y fundadora de la Compañía de Ópera de Boston, Sarah Caldwell. Caldwell era una obsesiva adicta al trabajo que llamaba regularmente a su joven asistente Nagano (de 25 años), a las tres y media de la mañana y le exigía que acudiera inmediatamente a la ópera para resolver algún problema artístico.

En una de esas acciones nocturnas, Nagano cometió un grave error. Había tenido que reescribir las partes orquestales y había asignado la clave equivocada a las trompetas. A la mañana siguiente, sonaron disonancias completas desde el foso de la orquesta. Al principio hubo grandes risas. Entonces Sarah Caldwell lo despidió ipso facto.

La conmoción fue muy grande para Nagano y duró hasta las tres y media de la madrugada siguiente. Porque entonces lo llamó ella como de costumbre y le pidió que fuera otra vez a la ópera inmediatamente. 

Necesitamos que nos desafíen, que nos enfrenten a lo imposible, que nos provoquen para asumirlo. Eso es exactamente lo que Sarah había hecho. Mirando hacia atrás, todavía le estoy muy agradecido por ello.

Aprender de los amigos

Nagano aprendió de Frank Zappa que un verdadero artista debe ser inflexible y no entrar en ningún juego táctico. Leonard Bernstein le enseñó que las preguntas son más importantes que las respuestas. Pierre Boulez le enseñó lo que sueñan los compositores y despertó su interés por la Nueva Música.

Otros capítulos están dedicados a Jean-Pierre Brossmann, director artístico de la Ópera Nacional de Lyon durante muchos años, y al pianista Alfred Brendel, quien lo ayudó a controlar su impaciencia, sensibilizándolo acerca de la cuestión de que la música es mucho más que espontaneidad, emoción y pasión.

De las descripciones de Nagano, nacido en Berkeley en 1951, se desprende un profundo respeto por las personas que le influyeron, esa típica mezcla de búsqueda de la verdad y sentido de la responsabilidad. Sin duda, le movía el deseo de dar al lector, ávido de aprender, algo que realmente cuente.

Biografía

El padre del hoy destacado director de orquesta, George Kimiyoshi, era arquitecto y matemático. Su madre, Ruth Okamoto, microbióloga y pianista. Ambos habían estudiado en la Universidad de California (Berkeley). Los abuelos paternos de Nagano emigraron de Japón a California en 1917 y se dedicaron a la agricultura. Cuando enfermaron gravemente, los padres de Kent se hicieron cargo de la granja de los abuelos en Morro Bay.

Allí creció Kent Nagano sin televisión ni cine ni equipo de música. En su lugar había un piano. Desde muy joven, hizo música en casa con su familia. Cuando empezó a estudiar en las escuelas primarias locales, asistió a una escuela de música antes y después de las clases de primaria regulares. Le enseñó piano y clarinete Wachtang Korisheli, un georgiano formado en la Academia de Música de Múnich, filósofo y pintor aficionado, que a veces también daba cursos básicos de historia del arte o filosofía para los niños. Con el estudio y la práctica, la escuela y la música podían ocupar hasta 12 horas al día. A los ocho años Kent Nagano ya dirigía el coro de la iglesia local.

De 1970 a 1974, Nagano estudió primero sociología y música en la Universidad de Santa Cruz. Continuó sus estudios en San Francisco hasta 1978. Aquí estudió con el legendario emigrado László Varga, violonchelista que también fue miembro de la Filarmónica de Nueva York, entre otros. Por el camino, Nagano dirigió obras de sus compañeros de la universidad.

Su ascenso

Después de sus estudios, fue a la ópera de Boston como répétiteur. Su admiración por Olivier Messiaen pronto le llevó a entablar una amistad con él. Nagano se dio a conocer internacionalmente en 1984, cuando Messiaen le recomendó a Seiji Ozawa que le ayudara en la preparación del estreno de su única ópera, Saint François d'Assise.

Posteriormente, dirigió él mismo esta ópera raramente representada en el Festival de Salzburgo en 1998. Mientras tanto, Kent Nagano ha grabado las obras de concierto completas de Messiaen. Desde 1984 dirigió la Orquesta Sinfónica de Boston. Continuó su carrera en Lyon en 1989, donde fue director musical de la Ópera Nacional de Lyon hasta 1998, convirtiéndola en el segundo teatro de ópera más importante de Francia.

También fue director musical de la segunda orquesta británica más antigua, la Hallé Orchestra de Manchester, desde 1991 hasta el final de la temporada 1999/2000. En 1994 debutó en la Metropolitan Opera de Nueva York con los Dialogues des Carmélites, de Francis Poulenc. En 2003 fue nombrado primer director musical de la Ópera de Los Ángeles y de 2000 a 2006 fue director principal y artístico de la DSO.

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