España - Cataluña
La Papisa Norma
Jorge Binaghi
El Liceu cierra su temporada con dos repartos de Norma y tres protagonistas. He visto los dos y me quedará la tercera protagonista para otra ocasión porque entre el calor y la nueva producción…
Llegada de Londres, donde se estrenó en 2016 obteniendo reacciones encontradas (como al parecer ocurrió aquí en la primera función), nos encontramos con la eterna Roma aunque llevando traje y corbata y un enemigo del que sólo se sabe por la traducción que es de la Galia y tiene un dios terrible Irminsul.
Cualquier alusión a los druidas ha sido borrada del sobretitulado. Lo que se ve parece más bien una especie de colectivo militar religioso asimilable a un catolicismo fundamentalista con mezcla de vestidos del KKK (la cruz de fuego final también lo recuerda), nazarenos, un altar donde la oficiante resulta ser Adalgisa (aunque luego se sabe que es novicia; no sé si es una prueba de formación, ustedes dispensen) y la sacerdotisa mayor, con tiara papal, Norma. Todo inmerso en una selva formada por incontables (y feos) crucifijos y una enorme ‘lámpara’ también de crucifijos (algo más feos).
Así casi toda la ópera, menos el inicio del segundo acto donde estamos en un interior modernísimo -con las damas en vestimenta acorde- más un aparato de televisión que transmite (aunque no hay sonido, lástima) dibujos animados para entretenimiento de los dos niños (el varoncito, más activo como tal vez se piense que corresponda, primero va en bicicleta, y cuando llega el turno de ‘Mira o Norma’ ejecuta saltos de canguro sobre un enorme balón al ritmo de las agilidades. Tal vez allí la madre habría debido matarlo).
Como se sabe (o
sabía), esta ópera es una de las cumbres del romanticismo y como está escrito amor
y muerte van juntos y los amantes culpables perecen en las llamas. Aquí ha
habido que innovar también y sólo le toca ese destino al procónsul mientras
Norma sufre otro tipo de castigo que no revelaré para no hacer un spoiler,
pero que adecuadamente es el remate final de tanto disparate. Las dos escenas
de Oroveso (mejor la segunda), que son piedra de toque, tuvieron despliegue
incluso con figurantes, besamanos y demás, pero a la hora de la actuación, solista y coro de cara al público como en los horribles tiempos pasados.
Desgraciadamente la parte musical no pudo redimir del todo el aspecto visual. Sin duda la protagonista (una vez reservada a pocas -y no siempre las mejores; hoy sólo falta que la cante algún contratenor) es multifacética y hay tantas Normas casi como espectadores. A éste, qué le vamos a hacer, le gusta que canten, que lo hagan bien, que actúen con autoridad no exenta de garra, y hasta incluso, si se puede, que la voz sea bonita. Alguna así y alguna otra aproximadamente así, he visto.
Lo mejor en absoluto, desde este punto de vista, fue la actuación de
Rebeka que debutaba en la casa. No sé si por prudencia, en el aspecto escénico
destacó sólo a partir de la escena tercera del segundo acto y vocalmente ahí
adquirió ímpetu. Hasta entonces había cantado muy bien con una voz no
especialmente bella pero muy musical, sin forzar nunca la voz (el grave no es su fuerte, pero lo utilizó
adecuadamente) y atendiendo a todos los requerimientos aunque tal vez no sea
‘la’ belcantista de los sueños de nadie, pero seguramente en forma mucho más
respetable que algunas famosas líricoligeras que han paseado el rol por todas
partes.
Yoncheva fue exactamente lo contrario: fiato administrado ad libitum, agudos buenos cuando no fueron gritados, poca media voz, destacó en las agilidades, y
un registro grave forzado y feo, un timbre poco claro (como sucedía hasta hace
nada con las más callistas -o calassianas- que Callas), al que se adjuntaron
tintes veristas reñidos con el estilo como un ‘indegno’ al final del primer
acto que sonaba más en sintonía con La
fanciulla del West, para terminar en un ataque de llanto convulsivo que ni
la más verista de las Toscas. Las risitas irónicas antes de ‘In mia man alfin
tu sei’ remitían en cambio a los principios del cine sonoro.
Massi (debut en el Liceu luego de un intento frustrado de
hace algunos años) parece tener la voz necesaria para Pollione, pero la emisión
no es del todo seguro y el agudo cambia de color y volumen y no corre siempre
libre. De bello timbre, el de Hernández es tal vez demasiado lírico y la parte
lo obliga a forzar innecesariamente: su mejor momento fue el segundo acto.
Digamos que en sus variaciones de la cabaletta (como en el caso de Yoncheva)
hubo momentos al final donde la legítima libertad pareció descarrilar y
simplemente desfigurar la música.
Abrahamyan es una buena cantante, de sonido parejo y
buena técnica aunque su expresión sea algo monótona y algún agudo haya
resultado brusco. Pero para agudos bruscos los de Iervolino (también
debutante), de expresión enfática y buen color aunque a veces opaco.
Teste es un correcto bajo, hoy un tanto abaritonado, pero
muy distinguido. Mimica tiene el doble de volumen y mejor color, pero un fraseo
elemental y ocasionalmente oscilante en la entonación.
Correcta la Clotilde de Vilá y poco interesante el Flavio de Losán. Mucho público (más el día del primer reparto) y mucho aplauso.
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