Austria
Salzburgo 2022El universo de Bartók y los xilófonos de Orff
Agustín Blanco Bazán

La idea de
combinar en una sola velada El castillo
de Barba Azul con De tempo fine
comoedia perjudica la valoración de la obra de Orff, que hoy suena
francamente obsoleta frente a la intemporal vitalidad de la de Bartok. De
cualquier manera, ambas quedan entre las mejores producciones del Festival de
Salzburgo gracias a la puesta de Romeo Castellucci y la vibrante dirección
orquestal de Teodor Currentzis al frente de la Gustav Mahler Jungendorchester.
Para El Castillo de Barba Azul Castellucci
tapó todo el fondo de galerías medievales de la Felsenreitschule con un enorme
telón negro, y concentró fundamentalmente la iluminación en unas escasas
estructuras de forma cabalística encendidas en fuego. Con ello la opresiva
atmósfera del protagonista (¡el castillo mismo!) se impuso implacablemente
sobre dos seres en busca uno del otro como forma de encontrarse a sí mismos.
Sin otros
elementos de escenografía que el negro y el fuego, la regie de personas se focalizó exclusivamente en Judith y Barba
Azul, que personificaron en sus propios cuerpos un audaz juego de búsqueda y
descubrimiento. Cada “puerta” correspondió a miradas, apasionados y a la vez
hesitantes besos y abrazos alternados con separaciones y estremecimientos
individuales.
Mika Kares,
contribuyó con un Barba Azul de voz de descomunal efecto: pastosa y a la vez
clara, resonante en proyección y calma e incisivamente articulada. Gracias a
las instrucciones de Castellucci su actitud de aparente pasividad y a la vez
incitadora agresividad frente a Judith alcanzó un histrionismo difícil de
igualar.
La Judith de
Ausrine Stundyte se confrontó … ¡no! más bien se enroscó en Barba Azul con una
interrogación implacable en su desafío y determinación. Como éste es un rol que
requiere una tesitura más grave, Stundyte debió luchar en registro medio-bajo
con algunas frases que salieron algo veladas. Pero las notas altas emergieron
triunfantes en momentos como ese gran agudo salido de la nada al comienzo de la
quinta puerta, en un pasaje que también reveló la capacidad de Currentzis para
producir esa diáfana luminosidad en
esta obra siempre al acecho en medio de las sombras.
Como siempre
ocurre en su caso, Currentzis se tomó todo el tiempo que quiso para desarrollar
su versión, pero en ningún momento su constante desafío de parsimonia e
intensidad naufragó en falta de tensión.
El Festival
de Salzburgo estrenó la primera versión escénica de De temporum fine comoedia (La Comedia del fin de los tiempos) en
1973 bajo la dirección de Herbert von Karajan y con regie de August Everding y no he logrado descubrir otra puesta
hasta esta reposición salzburguense. La narrativa de esta cantata es atractiva.
Después que las sibilas anuncian el fin de los tiempos (1er movimiento), los
anacoretas se empecinan en rechazar las profecías de un infierno eterno (2do
movimiento) y el Dies Illa final
comienza con un Kyrie de rechazo a Lucifer, que inesperadamente aparece para
arrepentirse y con ello redondear un trabajo de Creación sin distopías apocalípticas.
Pero el
expresionismo de los persistentes ritmos orffianos se perjudican por una
obsesión repetitiva que termina aburriendo a muerte. Tal vez sería importante
preparar una nueva versión que reduzca la obra de su hora y pico actual a 30
minutos a ver si con ello mejora. Otro problema es la pretenciosidad de un
libreto que combina frases del griego antiguo con el latín y el alemán, muchas
de ellas proclamadas con una grandilocuencia de púlpito de orador histérico.
De
cualquier manera, Currentzis se tomó en serio el balance entre una percusión
agotadoramente predominante y algunas conmovedoras intervenciones de los
vientos, los violines y los chelos. Y Castellucci y Van Acker coreografiaron un
aquelarre de suprema agilidad de movimiento y plasticidad. Excelentes los
solistas y el coro.
El final fue magnífico. Lucifer aparece con una túnica negra que se quita para mostrar otras graduadas hasta el blanco, mientras repite su arrepentimiento. Sus suaves contorsiones postreras, verdaderamente de liberación después de siglos y siglos de conflicto sin sentido, sincronizan con los acordes finales en una bellísima consolidación de música y artes plásticas.
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