Suiza

Lucernefestival 2022

Exhibición de viola y trompa

Alfredo López-Vivié Palencia
lunes, 5 de septiembre de 2022
Daniel Harding con la Berliner Philharmoniker © 2022 by Priska Ketterer_Lucernefestival Daniel Harding con la Berliner Philharmoniker © 2022 by Priska Ketterer_Lucernefestival
Lucerna, jueves, 1 de septiembre de 2022. KKL Konzertsaal. Tabea Zimmermann, viola. Berliner Philharmoniker. Daniel Harding, director. Alfred Schnittke: Concierto para viola y orquesta; Anton Bruckner: Sinfonía nº 4 en Mi bemol mayor (versión de 1878/80, ed. Nowak). Festival de Verano de Lucerna. Ocupación: 100%
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Días atrás, un comunicado de prensa anunció que Kirill Petrenko se había lesionado un pie y que sus médicos le habían recetado reposo. De manera que sólo iba a dirigir uno de los dos programas previstos con la Filarmónica de Berlín en los Festivales de Salzburgo, Lucerna y los Proms londinenses. En su lugar, se recurrió a los servicios de Daniel Harding para sustituirle, siendo así que se cayó del cartel la Sinfonía nº 10 de Shostakovich (sospecho que Petrenko se la reserva para mejor ocasión), y se ha puesto en atriles la Sinfonía “Romántica” de Bruckner.

Harding (Oxford, 1975) es un director de carrera extraña. Empezó muy joven y pegando muy fuerte –Claudio Abbado y Simon Rattle se encargaron de encumbrarle-, y de hecho es un músico al que invitan regularmente las grandes orquestas europeas (sin ir más lejos, su debut con la Filarmónica de Berlín se remonta a cuando tenía 21 años). Ahora, a sus 47, lo normal sería que rigiera los destinos de una de ellas; sin embargo, en 2007 se hizo cargo de la Orquesta de la Radio Sueca y ahí sigue a día de hoy (tras compatibilizar el cargo unos pocos años con la Orquesta de París). Tal vez porque le ha dado por compaginar sus tareas musicales con las de piloto de Air France (aún no luce en el uniforme las cuatro barras de comandante, pero todo se andará).

El caso es que el Concierto para viola y orquesta de Alfred Schnittke se mantuvo en el programa (era la primera vez que se tocaba en Lucerna). Dedicado al famoso solista Yuri Bashmet, y escrito en 1985 –justo antes de que la salud del autor se deteriorase severamente-, presenta una curiosa plantilla a base de madera a tres, metal a cuatro, seis percusionistas, arpa, piano, clave, celesta, y ocho instrumentistas en las secciones de violas, violonchelos y contrabajos (una de las ventajas que tenía componer en la Unión Soviética es que no se reparaba en gastos en lo que se refiere a “fuerza de trabajo”). Podría pensarse que la falta de violines conduce inevitablemente a una obra de carácter oscuro; y desde luego este Concierto es muy oscuro, pero sobre todo por el papel del protagonista.

A toro pasado, Schnittke decía que en esta obra presentía los males que le iban a aquejar. Sea o no cierto, la escritura para el solista acentúa los registros más graves del instrumento, y la estructura de la obra (Largo-Allegro-Largo) contribuye a hacer de ella una pieza muy inquietante en su media hora larga de duración. El primer movimiento es apenas una introducción en forma de soliloquio, el segundo suena como un temblor de tierra, y el último parece una larga despedida. Todo ello en un lenguaje que me cuesta clasificar (Schnittke abjuró del serialismo –no sólo por imposición política-, pero esta música no tiene nada de fácil), aunque la obra engancha gracias a la maestría en su orquestación.

La alemana Tabea Zimmermann (Lahr, 1966) tocó su parte con los papeles delante, pero con una seguridad pasmosa, sorteando todas las diabluras que encierra la partitura, y sobre todo con un sonido enorme (hay que ver el ruido que es capaz de hacer una viola). Si es igual de exigente con sus alumnos de la Academia Hanns Eisler de Berlín como lo es con ella misma, no hay duda de que tendremos una estupenda generación de violistas. Harding y los berlineses no se quedaron atrás –aquí la función de la orquesta no es el acompañamiento, sino el enfrentamiento-. Me quedo con el intermedio del Allegro –un vals irresistible que comienza el solista, con el piano y el primer contrabajo-, y con la conclusión de la obra y la preciosidad tímbrica de la celesta y el clave tocando al unísono.

La única pega seria que le pongo a la interpretación de la Cuarta Sinfonía de Bruckner es que Harding prescindiera de parte de la cuerda: ¿por qué tocarla con seis contrabajos teniendo los ocho a su disposición, siendo esta sección lo mejor de la Filarmónica de Berlín? Si temía tapar la madera, eso se podía solucionar con un par de ensayos más. Por lo demás, Harding optó por tiempos juiciosos (setenta minutos) y no noté que perdiera el pulso, y eso en un director que no tiene fama de bruckneriano ya es mucho. También anoto en su haber que no reprimiese el poderoso sonido de esta orquesta allí donde la partitura quiere que se toque a todo vapor.

Lo cual no significa que Harding no supiese dosificar esa potencia sonora (por ejemplo, el primer tutti al empezar la obra, o las sucesivas explosiones del Scherzo). Sólo en la conclusión la cosa se desmandó, precisamente por la fuerza de la cuerda, que provocó algunas aristas impropias de tan ilustre falange. Conceptualmente, Harding no hizo nada especial en las transiciones, salvo en las del último movimiento, cuando dejó que el discurso casi se desintegrase; por otro lado, construyó con calma y con la progresión adecuada todas las subidas a las cimas (el final de la obra, por supuesto, pero también el del primer movimiento, y el clímax de la sinfonía que en mi opinión es el del Andante).

Además, después de muchos años sin verle, me ha gustado constatar una vez más la impresionante técnica gestual de Harding (batuta muy clara, mano izquierda atenta a los detalles, expresión facial inequívoca de su voluntad). Y, como de costumbre, me quito el sombrero ante una orquesta que sigue siendo de las más grandes en conjunto y en individualidades: Emmanuel Pahud se sigue haciendo invitar para los conciertos en Lucerna (ya no tiene aspecto de James Dean, pero su flauta suena igualmente espléndida); y el primer trompa Stefan Dohr –presidente en ejercicio de la orquesta-, que dio una lección magistral en esta obra tan terriblemente exigente para su instrumento, siendo aclamado por el público puesto en pie.

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