Lucerna, viernes, 2 de septiembre de 2022.
KKL Konzertsaal. Juan Diego Flórez, tenor. Orquesta de Jóvenes Sinfonía por el Perú. Roberto González-Monjas, director. Gioachino Rossini: La cenerentola, Sì, ritrovarla io giuro; Il barbiere di Siviglia, obertura. Gaetano Donizetti: L’elisir d’amore, Quanto è bella, quanto è cara; Una furtiva lagrima. Giuseppe Verdi: Macbeth, obertura; La traviata: Lunge da lei.. De’ miei bollenti spiriti… O mio rimorso. Georges Bizet: Carmen, Danse bohème de la Suite nº 2, La fleur que tu m’avais jetée. Tomás Barrera y Rafael Calleja: Emigrantes, Adiós Granada; José Serrano: El trust de los tenorios, Te quiero, morena. Louis Moreau Gottschalk-Gerónimo Giménez: La boda de Luis Alonso, Intermedio. Pablo Sorozábal: La tabernera del puerto, No puede ser. Daniel Alomía Robles (arr. César Humberto Vega Zabala): El cóndor pasa. Gilberto Rojas Enríquez y Miguel Ángel Hurtado Delgado (arr. Luis Enrique Vargas Guevara): Ojos azules/Valicha. Carlos Porfirio Vásquez (arr. Luis Enrique Vargas Guevara): El Alcatraz. Ocupación: 100%
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Quienes de ustedes hayan tenido la bondad –y la paciencia- de leer la ficha de este concierto no necesitarán más comentarios por mi parte. Pero para quienes les quede algo de fuelle, déjenme que les cuente las propinas: Granada de Agustín Lara, “Nessun dorma” (sí, han leído bien, es una licencia que se ha tomado Juan Diego Flórez), una selección orquestal de los mejores mambos de San Dámaso Pérez Prado, y un popurrí (eso de medley me parece una cursilada) alternando –esta vez micrófono en ristre, porque el público ya estaba más que desatado- canciones peruanas con hits de toda la vida como Piel canela (también conocida como Me gustas tú),Me sobra corazón, o Guantanamera.
A estas alturas no tiene sentido repetir las cualidades por las que Flórez (Lima, 1973) es admirado desde que cantase Matilde di Shabran en Pesaro allá por 1996. Lo que importa es constatar que las conserva: es posible que su voz se haya apagado un poco, pero qué afinación impecable, qué seguridad para atacar todos los agudos (en el Aria de la flor llegando al si bemol del final sin recurrir al falsete), y qué buen gusto para frasear (incluso demasiado bueno para la escena de La traviata, habida cuenta de que mi tocayo Germont es un perfecto miserable; aunque también lo cantaba del mismo modo –para mejor, con perdón- mi otro tocayo Kraus). Daba por sentado –y no me equivoqué- que las romanzas zarzueleras le iban a salir estupendamente, y que las dos últimas piezas debidas a autores peruanos me iban a entusiasmar.
Hasta hoy no había tenido ocasión de ver a Roberto González-Monjas (Valladolid, 1988), y no me ha podido causar mejor impresión. Una cosa es que el programa fuera fácil para la orquesta, y otra que se pueda hacer de cualquier manera. El pucelano tiene un gesto muy vigoroso, incluso algo bruto, pero el resultado sonoro revela un muy buen trabajo en los números orquestales (me gustó particularmente el Preludio de Macbeth, me faltó un punto de refinamiento en la Obertura de El Barbero de Sevilla, y el Intermedio de La boda de Luis Alonso consiguió poner al público en pie, que de eso se trata), y también en las tareas de acompañamiento (lo de “bel canto” también se aplica a la orquesta, y González-Monjas lo sabe). Y si el arreglo de El cóndor pasa me pareció un despropósito, eso no es culpa suya.
Pero hablemos de lo importante, que es la orquesta. Sinfonía por el Perú es una organización fundada en 2011 por el propio Flórez (quien es Embajador de Buena Voluntad de la UNESCO), inspirándose en “El Sistema” de Venezuela: se trata de un proyecto social con el fin de enderezar la vida de –actualmente- cinco mil niños y jóvenes, y ofrecerles un futuro más esperanzador. Flórez afirma que un estudio llevado a cabo en 2018 revela que, desde que forman parte del proyecto, sus miembros muestran menos tendencias violentas y han incrementado su rendimiento académico. Su organización interna, a base de “núcleos” y “módulos”, se parece mucho a la del modelo venezolano; igualmente su repertorio se centra en la música latinoamericana, pero no sólo. Y por lo escuchado esta noche, la entrega y entusiasmo de estos chavales está más que demostrada, en la música y en el espectáculo (como sus colegas venezolanos, también juegan con los instrumentos, la concertino intercambia las funciones con el director, e incluso una contrabajista se arranca con un baile tribal).
Ahora bien, ¿qué ha sido de El Sistema? Ignoro si la cosa continúa, aunque lo cierto es que de la Orquesta Simón Bolívar ya no se oye hablar, y la estrella de Gustavo Dudamel se apaga lentamente. Lo que sí sé es que el actual gobierno venezolano es una plaga para su país, y que el actual gobierno peruano (ése que cambia cada semana mientras a su presidente le llueven por doquier acusaciones muy serias) no augura nada bueno, así que sólo puedo desear que su participación en Sinfonía por el Perú (cuyo aliado principal es la fundación Hilti, con sede en Liechtenstein) no entorpezca la labor que queda por hacer.
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