Suiza
Lucernefestival 2022Despedida a lo grande
Alfredo López-Vivié Palencia
En su biografía de Stanislaw (Seeking the Infinite, 2011), cuenta cómo el gran director polaco, en sus años con la Orquesta Hallé, se lamentaba de que todo el dinero del Arts Council británico iba para la nueva sala de conciertos que (Liverpool, 1955) quería a toda costa en Birmingham, bajo amenaza de marcharse al extranjero (Rattle se salió con la suya, como es bien sabido).
Cuando en 2017 Sir Simon dejó Berlín para hacerse cargo de la London Symphony, declaró que sería su último puesto como director musical de una orquesta, poniendo nuevamente sobre la mesa la demanda de una nueva sala de conciertos en Londres. Esta vez las autoridades no han estado por la labor de ir más allá de una puesta al día del Barbican Hall; así que, aprovechando la muerte de
De manera que ésta es la última vez que Rattle actúa en Lucerna con su actual orquesta. Han sido apenas cinco años, pero por lo escuchado esta noche el trabajo ha valido la pena. El programa no era apto para cualquiera: sólo un poco más de hora y media de música, pero de música de gran intensidad y no menos profundidad (aquí es procedente dejar constancia de que el público lucerniense es de los mejores que hay, porque no se oyó ni una mosca durante todo el concierto –ni siquiera toses entre los movimientos brucknerianos-). Por otro lado, por más que los músicos ingleses sean muy buenos tocando a primera vista, el resultado artístico dejó bien a las claras que Rattle y la LSO habían ensayado esto muy a fondo: es imposible que unas interpretaciones de este calibre salgan así a la primera.
Por alguna razón, los directores ingleses siempre han sido excelentes intérpretes de la música de
Tapiola es una obra muy diferente. Es la culminación de la vida del autor, y se nota. De nuevo leyendas aparte –de regreso a las nórdicas-, Sibelius se embarca en una aventura armónica llena de autocuestionamientos, saltándose sus propios límites y concluyendo con un angustioso interrogante. Me gustó, y mucho, que Rattle ofreciera una interpretación muy concentrada y sin exageraciones expresionistas, logrando que el final de la pieza transmitiese al público esa sensación de inquietud que se tradujo en unos primeros aplausos tímidos, convertidos en ovación sólo a la tercera salida del maestro para saludar.
Nunca había tenido a Rattle como un músico especialmente afecto a las sinfonías de
La versión de Rattle fue de duración relativamente breve (sesenta y cinco minutos), y sin embargo nunca noté sensación de apresuramiento. Al contrario: el primer movimiento se dijo con aliento amplio, y su enorme coda fue construida compás a compás; Rattle no dejó que el glorioso Adagio languideciera en ningún momento, sino que lo recorrió (percusión incluida en el clímax) con tanta respiración como impulso; el Scherzo fue una lección de virtuosismo orquestal; y en el Finale Rattle se las compuso para dotarle de esa coherencia que tanto cuesta conseguir en este extraño movimiento. No fue una interpretación de gran profundidad, pero sí compacta, y con una espiritualidad manifestada como contemplación activa.
Por su parte, la Sinfónica de Londres sigue siendo esa orquesta que, sin ocupar los puestos más altos del escalafón mundial, puede competir con cualquiera de las mejores. Todas sus secciones se encuentran al mismo nivel (el metal –particularmente las trompetas- no es especialmente distinguido, pero Rattle ha conseguido en este tiempo –sin duda porque venía de donde venía- que los contrabajos ganen cuerpo, y eso en un programa como el de esta noche es más que bienvenido); y quizás ahí resida el secreto de un empaste conseguido de forma natural, elemento fundamental para alcanzar la excelencia.
Además del ruidoso agradecimiento del público, dejo para el final la anécdota de la noche. Apenas dos minutos iniciada la sinfonía, los trompistas y los tubistas (cuatro de cada) se pusieron a intercambiar partituras, instrumentos y sillas; Rattle paró la música, les miró perplejo un momento, y se acercó al primer trompa, con quien tuvo unas palabras (y unas sonrisas). Después volvió al podio y se dirigió al respetable:
Damas y caballeros, está todo bien y todo va a estar bien; así que no hay excusa: empezamos de nuevo.
Ignoro qué pasó, aunque sospecho que el nuevo texto de Cohrs indujo a confusión a quienes más les concernía.
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