Francia
Ópera de ParísUna cenicienta con encanto
Francisco Leonarte
Hay representaciones en que nada es excepcional. Y sin embargo todo tiene ese punto de encanto, esa pizca de gracia, que hace que el público salga contento.
Pues esa fue la sensación de quien ahora escribe ante esta Cenerentola: no un éxito rotundo, pero sí una función bien hecha. Por retomar viejas calificaciones escolares, no hay para sobresaliente, pero sí para notable.
Puesta en escena honesta
Pone en escena Guillaume Gallienne, socio de la Comédie Française bastante conocido y mediatizado en Francia. Imagino las cavilaciones de Cenerentola cuando le propusieron montar :
Mmm, sí, seguir el libreto está bien, es lo que me pide el cuerpo. Pero, ¿qué puedo hacer para ser original ? Tiene que haber algo en la ópera que...
Y cuando al leer el libreto llega al divertido finale del Primer Acto, con su alusión a un terremoto (entendámonos bien, Ferretti piensa en un terremoto psicológico, en el sentido de confusión e incertidumbre), Galienne (o sus colaboradores) piensa :
¡Ya está ! : Vamos a hacer que haya un gran terremoto al final del acto y que todo discurra en terreno de peligro sísmico, tipo Sicilia o Nápoles.
Porque así es como frecuentemente surjen, damas y caballeros, las magníficas y peregrinas ideas de nuestros directores de escena...
Por lo tanto el decorado (creación del también socio de la Comédie Française Eric Ruf) representa un suelo árido y resquebrajado, y cuando llega el famoso finale del Primer Acto, cantantes y figurantes simulan un terremoto. Así la metáfora de Ferretti-Rossini se convierte en una peripecia de la historia. Y como el suelo del decorado es caro y difícil de cambiar, aquello reviste pronto los visos de un fatídico decorado único que tanto gusta – por desgracia – a los directores de escena de moda, máxime cuando aparte de dicho suelo apenas hay una escalera de andamio y poco más, dejando toda la profundidad del escenario. Guillaume Galienne tiene al menos la decencia de cerrar el escenario bajando un decorado que simula el palacio decrépito del padrastro Don Magnifico cada vez que la acción transcurre en su casa, de suerte que la historia resulta comprensible.
En cuanto había oportunidad también, la escena se veía invadida por figurantes vestidas de novias, alusión a las candidatas a la mano del príncipe en todo el reino, y recordatorio tal vez del papel de la mujer en los cuentos tradicionales, cuyo único anhelo es poder casarse bien. No parece esencial, pero la ocurrencia estaba bien resuelta y, a juzgar por las risitas, a buena parte del público le pareció simpática. Bien está.
Pero si los decorados parecen poco oportunos o poco sensatos, ingratos incluso, la dirección de actores es buena, dando margen a las aportaciones de los cantantes-actores y sacando partido de las situaciones imaginadas por , con sus momentos de emoción y sus momentos de comicidad. Los movimientos actorales están bien resueltos, con pequeños detalles más bien simpáticos (el aria del segundo acto de don Magnifico está cantada a telón cerrado ; en su aria final, Angelina se dirige sobre todo a Alidoro más que a su odiosa familiastra...). Bien resueltas también las entradas de coristas y figurantes.
Señalemos también que Galienne tuvo el buen gusto de dejar que la obertura transcurra a telón cerrado. Es mérito lo suficientemente infrecuente hoy en día para ser digno de mención.
Trabajo honesto el de Olivier Bériot con un vestuario moderno.
Espíritu rossiniano
Si entendemos a Rossini como discípulo de Mozart, en el sentido de querer expresar pero siempre agradando y nunca soliviantando, creo que y la Orquesta de la Opera de París dieron en la diana. Mesura y gracia, dulzura y picardía. No hubo grandes explosiones ni en la obertura ni en los concertantes, pero sí frescura, ritmo y buen fraseo para paladear las famosas melodías rossininas y su siempre sabrosa orquestación, dándole su valor a cada pupitre. Todo sin tampoco perder la unidad de la obra. Un buen trabajo.
Otro tanto podría decirse en conjunto de los solistas vocales. Un Vito , como Dandini, simpático, con sus difíciles coloraturas del aria de entrada resueltas eficazmente pero sin finura ; un Carlo de nuevo simpático, con algún que otro truco actoral para encandilar al público pero sin buen falsetto para contrahacer la voz de la damigella en su aria del tercer acto y con volumen justito para resolver los pasajes de canto silabato – o tal vez en tales pasajes debiera Matheuz haber moderado el volumen de la sin embargo pequeña orquesta - ; Alidoro, de buen caudal sonoro pero no ideal de exactitud en sus también dificilísimas coloraturas ; Clorinda y Tisbe de nuevo simpáticas pero algo escasas de volumen – y cuando Clorinda no tiene agudos potentes los concertantes pierden mucho brillo...
Sobresalió la pareja protagonista.
, que a pesar de su timbre ingrato sigue dando satisfacciones a los rossinianos del mundo entero con su técnica excelente, su bonito fraseo y sus agudos certeros. fue un Don Ramiro simpático y tierno – que no ñoño. Y Gaëlle , a la que también hemos tenido ocasión de admirar como Bella Helena o como Ifigenia, brilla como la desgraciada Angelina, sin nunca cargar las tintas, y, en la tradición de la théâtre larmoyant de donde sin duda viene la obra de Ferretti-Rossini, distribuye lástima y encanto por partes iguales. Vocalizaciones seguras, timbre fresco y homogéneo, agudos y graves no impresionantes pero sí seguros... Y como además es guapa a rabiar, uno se dice que el bonito príncipe sería muy tonto si no se quedase con la hermosa Cenicienta.
El coro se mostró bien timbrado, bien empastado, pero siempre escaso de volumen, como a medio gas. Cierto que los coristas no eran numerosos, pero parecía más una voluntad de cantar a media asta que un problema de cantidad. No lo entendí.
Con la sonrisa puesta
El público se dejó llevar por el encanto, el charme franco-italiano de la representación. Y aunque los aplausos eran moderados, estuvieron presentes después de cada número. Al final hubo incluso quien se levantó. Y como otros se levantaron también, toda la sala terminó por levantarse más por poder seguir viendo que por entusiasmo. Ante esa suerte de standing ovation con standing pero sin ovation (los bravos fueron escasos), los propios intérpretes parecían un punto sorprendidos. Pero bueno.
El caso es que el espíritu de la obra, la creación de Perrault-Ferretti-Rossini, fue respetado y mimado. Y cuando así sucede, tratándose de una ópera tan deliciosa como La Cenerentola, tal vez no salgamos echando las campanas al vuelo, pero es imposible no salir con una gran sonrisa.
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