Francia
Estaría bien oír y entender
Francisco Leonarte

Que el volumen de la orquesta y el volumen de
los solistas vayan a la par -con ligera preminencia de la voz, si es posible-
es una de las obsesiones de quien esto escribe. No son pocas las veces en que
un director de orquesta revienta la función cubriendo a los pobres
cantantes, ¿verdad ?
El problema es más complejo de lo que parece.
Puede tratarse en efecto de un director inmisericorde, o de una orquesta
desmesurada cuyos maestros son rebecos y poco amantes de las voces, y no le
hacen caso al director ni a nadie. Y los instrumentos actuales, tanto en viento
como en cuerda, suelen ser más eficaces y de mayor volumen que los que usaron
nuestros antepasados. Y a continuación está también la sala, claro. Una sala grande es
más difícil de llenar, acústicamente hablando, que una pequeña... Y luego, por
supuesto, las voces no son todas iguales, las hay de mayor o de menor calibre,
y también de poco caudal pero tan bien proyectadas que sus armónicos se
escuchan a pesar de la orquesta...
El director, como maestro concertador,
no sólo ha de ocuparse de su orquesta, sino también de las relaciones sonoras
entre su orquesta y los solistas, y de cómo resulta todo aquello en los
distintos lugares de la sala donde van a interpretar (creo que era Solti quien
recomendaba a los jóvenes directores que en los ensayos se dieran una vuelta
por toda la sala mientras la orquesta seguía tocando...)
Me dirán ustedes que todo esto son verdades de
perogrullo... Y sin embargo parece que buena parte de los directores de
orquesta, incluso los más reputados, las olviden sin problema. De todas formas,
en el disco y en las transmisiones no hay problema de volumen que no subsanen
los técnicos, ¿verdad ?
Pero en vivo no hay técnico que valga. Por eso
el de ayer me pareció un concierto fallido.
Y eso que sobre el papel, la cosa prometía
El programa era interesantísimo: la
recuperación de las músicas de Lully para El burgués noble o para El enfermo
imaginario hace tiempo que tuvo lugar, pero no son tantas las ocasiones de
escuchar fragmentos de La princesa de Elide, de La pastoral cómica o de Los
amantes magníficos.
En la distribución, algunos solistas con buena
reputación en el mundo barroco -en particular Ana Quintans- y un conjunto, Le
Poème harmonique, y su director, Vincent Dumestre, que ya han hecho su camino
desde el fin del siglo pasado, con algún que otro disco que ha funcionado muy
bien ...
Una sala de conciertos no demasiado grande
(algo menos de 1500 asientos), aunque de acústica a veces problemática (como
todas las salas alrededor de la orquesta y no enfrente de la orquesta).
En previsión de dichos problemas de acústica, me senté bien enfrente de los
cantantes, en el primer piso. Un buen sitio que ya he probado en otras
ocasiones, con buenos resultados ...
Pues no
Cierto, el programa muy interesante. Pero eso de hilvanar unos fragmentos con otros hace que el espectador se pierda. ¿Esto es todavía El matrimonio forzado? ¿O ya hemos llegado a Charpentier ?
Bueno, digamos que es pecata minuta, pero
bien.
Como se trata de Molière, los intérpretes
sienten la necesidad de ser graciosos -y en efecto, algunos diálogos parecían
serlo. Sólo que no se entendía lo que decían. Con lo cual, la gracia del texto
pasaba completamente desapercibida mientras los cantantes se esforzaban
haciendo monigotadas.
Tanto es así que, con el afán de ser
graciosos, uno de ellos nos salió con un monólogo hablado morcillesco que
no tenía ni pizca de gracia y que recogía todos los topicazos sobre el teatro
francés. Intermedio sin interés que vino más a entorpecer que a incentivar.
Salvo en ese momento hablado totalmente
innecesario, el problema de la inteligibilidad fue constante.
Pero peor fue el problema de la audición.
Tratándose de una orquesta relativamente pequeña, con instrumentos de época (y
por tanto sin cuerdas metálicas, que suenan más fuerte), en una sala de
proporciones medianas y sentado yo en un buen sitio, en principio no debería
haber habido problema para escuchar a los cantantes. Y en efecto Ana Quintans y
sobre todo David Tricou se las apañaban bien. Pero no así barítonos ni bajo.
Voces no necesariamente feas pero con pocos armónicos, deficientes en su proyección,
apenas se les oía. A pesar de mi natural tendencia a disculpar a los cantantes
no he conseguido hallarles excusas. Definitivamente las voces graves carecían
de caudal y de armónicos. El director podría escogerlas para un recital íntimo
en un apartamento versallesco. No para una sala de 1500 personas. Ni siquiera
con orquesta barroca.
Es auténtica lástima, porque se vislumbraron
en las partituras momentos de auténtica belleza, como el trío (transformado en
dúo por inaudibilidad del bajo) sobre la dulzura del amor para los corazones
fieles, o el trío cómico de Charpentier, o el aria sobre el sueño (transfomada
por mor de la proto-puesta en escena en aria de velatorio, no me pregunten
ustedes por qué).
Tenía
que terminar el concierto con la famosa turquería de El Burgués noble. Sólo que
a bajo y barítonos apenas se les oía, y que la orquesta sonaba sin brío,
muelle. A pesar de los tontos contoneos de los cantantes, aquello me sonó a
plastilina y blandiblú más que a broma salvaje.
Terminó la cosa con un bis -¡más valiera que
se lo hubiesen ahorrado!- con un tonto juego de palabras (los juegos de
palabras son un vicio por el que los franceses se pirran) y un nulo interés
musical sobre ritmo de jazz. Pero el director ponía sonrisita de qué
divertido y que fino que soy.
En fin. Uno de esos bises que te quitan
definitivamente las ganas de aplaudir.
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