Barcelona, martes, 27 de septiembre de 2022.
Don Pasquale (3 de enero de 1843, Théâtre des Italiens, París), libreto de G. Ruffini y G. Donizetti y música de G. Donizetti. Dirección escénica: Damiano Michieletto. Escenografía: Paolo Fantin. Vestuario: Agostino Cavalca. Iluminación: Alessandro Carletti. Intérpretes: Carlos Chausson (Don Pasquale), Sara Blanch (Norina), Xabier Anduaga (Ernesto), Andrzej Filonczyk (Malatesta), y David Cervera (Notario). Orquesta y coro del Teatro (director: Pablo Assante). Dirección de orquesta: Josep Pons.
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Tras siete años volvió el testamento lírico de Donizetti al Liceu. La primera pregunta que uno se hace es por qué si entonces se usó por primera vez una puesta en escena buena, si no extraordinaria, de Laurent Pelly, ahora se prefirió estrenar una de Michieletto que ya ha pasado, también, por otros escenarios.
Además, no es mejor. No se contará nunca, creo, entre los aciertos del polémico director de escena italiano. Se observan más sus tics que sus buenos momentos (tal vez, aparte de algún efecto cómico afortunado, sea la crueldad del final lo que destaca: el protagonista es enviado a un geriátrico contra su voluntad. Seguramente no se trata de una ópera sólo ‘cómica’ y mucho menos ‘ingenua’, pero no me parece tan amarga. Hasta ahora nadie ha pensado en la situación personal del compositor y hacer de Pasquale da Corneto su ‘alter ego’ –Dios o el diablo no lo permitan; me arrepiento de dar ideas).
He aquí los videos, la trasposición a época moderna (buen vestuario, decorado único y frío usado con inteligencia pero paupérrimo en la escena del jardín), los personajes silenciosos que dan vuelta durante las arias y el cambio de sexo del mayordomo por una que fuma y es claramente contraria a su patrón que termina por cansar. Menos, sin embargo, que la aparición de la madre y de Pasqualino en un par de momentos que están a mitad de camino entre Gruppo di famiglia in un interno de Visconti y la visión de Davide Livermore en su famosa puesta para la Scala.
Por supuesto, Norina aquí no es la viuda pobre pero honesta, sino una ayudante en un estudio de cine o televisión, entrometida a más no poder. Malatesta parece más bien un ‘playboy’ y Ernesto da vuelta con gafas y su osito de peluche en mano. A lo mejor esto puede parecer original, pero tiene poco que ver con la música. Naturalmente, a Michieletto hombre de teatro lo exasperan los solos, como a muchos otros de sus colegas, y entonces tiene que poner a alguien o algunos que no se quedan quietos ni un minuto mientras el solista de turno se desgañita (esta vez al menos no los ha puesto en la sombra e iluminando a los ‘actores’ como sucedía en su Guillaume Tell de Londres). Y aquí me detengo.
Musicalmente el problema mayor ha residido en la dirección de Pons, un director honesto y serio, que ha conseguido un muy buen nivel de la orquesta del Teatro (sonó impecable; no sé por qué algunos se siguen resistiendo a la evidencia). Pero no sé si alguien sabía que un claro enamorado de la ópera alemana del XIX y XX y del teatro lírico del XX y XXI tuviera interés en el repertorio belcantista. Y francamente no le va. No sé si se pensó que era un feo inaugurar la nueva temporada con otro maestro, pero yo no lo veo así. Peor es que haya convertido a la obertura en una especie de ‘sustituto’ de una de Weber y haya hecho sonar siempre fuerte y poco elegante al instrumento a su disposición, creando, además, un visible desequilibrio con el escenario del que no escapó ni el coro en su único gran momento del tercer acto (una buena prueba también del cuerpo estable del Teatro, dirigido como siempre por Pablo Assante).
Entre los cantantes destacó el protagonista de Chausson, veterano pero aún con energía, técnica, estilo y voz con algún desgaste pero todavía apreciable. Y gran actor, por supuesto. Nadie llegó a lo que él logró.
La más cercana fue la Norina de Blanch, que fue como siempre pizpireta y desenvuelta, cantó bien, aunque con voz esta vez de típica soubrette, más bien pequeña y de timbre impersonal, aunque –sobre todo- con buenos agudos.
Anduaga –debo de tener yo mala suerte con él- no estuvo a la altura de su fama actual. Es simpático, tiene bonita voz y canta bien, pero este Ernesto sólo pareció tener idea del belcanto en el final de ‘Sogno soave e casto’ (no así en la cabaletta siguiente y tampoco en su gran escena del segundo acto) y en el dúo del jardín ‘Tornami a dir che m’ami’. En la serenata anterior hubo algún problema y por lo demás se dedicó a cantar como si se tratara de un tenor lírico caído por casualidad en esta ópera con alguna nota forzada.
El Malatesta de Filonczyk fue casi inexistente. Tiene una voz bonita, pero de escasa proyección y aunque hizo su esfuerzo y es simpático, tendría además que tomar lecciones sobre ciertas consonantes italianas a las que maltrató (en especial las ‘r’). Hay un reparto alternativo que veré próximamente. La sala estaba bastante concurrida, especialmente en las zonas inferiores (las más caras, donde se notaba la presencia de bastante turista). Hubo aplausos durante la función y, como viene siendo costumbre no sólo aquí, sobre todo al final, pero el entusiasmo no duró demasiado.
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