Reino Unido
Mayerling: un ballet fascinante
Maruxa Baliñas
Mayerling es un ballet poco conocido fuera de Gran Bretaña, pero para el Covent Garden es una obra emblemática, como demuestra el hecho de que se hayan programado quince representaciones en esta temporada, entre el 5 de octubre y el 30 de noviembre de este 2022. El estreno, en la Royal Opera House y con el Royal Ballet, tuvo lugar el 14 de febrero de 1978 y desde entonces se ha representado allí un total de 131 veces, según los archivos de la ROH. Además el ballet está dedicado a Sir Frederick Ashton (1904-1988), coreógrafo fundador del Royal Ballet y figura mítica del ballet británico hasta la actualidad. Pero quizá lo que más ha marcado la relación del Royal Ballet con es el fallecimiento por un ataque al corazón de su creador, Kenneth MacMillan (1929-1992) en el propio escenario del Covent Garden en la noche del estreno del revival de Mayerling el 29 de octubre de 1992.
No tiene sentido que haga un análisis del ballet, que ya está bien asentado en el repertorio y ha pasado a otras compañías, incluyendo la de la Ópera de París, que precisamente tiene previsto representarlo dentro de unos días en el Palais Garnier (desde el 22 de octubre y hasta el 12 de noviembre) con un total de 17 representaciones. Sólo comentar que se trata de un ballet 'clásico' que conserva incluso elementos del gran ballet ruso desde
El papel más complejo es claramente el del Príncipe Rudolf, quien está prácticamente siempre en escena. Steven (Sidney, 1985), el solista que me tocó a mí -se alternan cinco distintos en las diferentes funciones-, fue una delicia. No es un bailarín joven pero su agilidad no parece haber menguado (pese a haber tenido que retirarse en dos ocasiones por sendas roturas del tendón de Aquiles) y en cambio ha ganado en expresividad y técnica. Es difícil destacar alguna de sus intervenciones porque resultó igualmente eficaz en los momentos más íntimos y en los más 'locos' del desgraciado archiduque Rodolfo. Fue muy aplaudido al final de la función.
Su amante, la Baronesa Mary Vetsera, fue interpretada por (Boston, 1980). Lógicamente me hubiera gustado haber tenido la oportunidad de ver a Natalia , que bailó las funciones anterior y posterior a la mía, pero Sarah Lamb me pareció una bailarina muy expresiva, ágil y con una bonita posición. Me gustó especialmente en sus primeros contactos con el Príncipe Rodolfo, cuando tiene que mostrarse muy insegura y 'adolescente'.
La Emperatriz Elisabeth (Annette Buvoli) y su marido Francisco José (Bennet Gartside) mostraron el debido empaque y dominio del escenario, especialmente ella. Igualmente satisfactorias fueron las dos damas, la madre de Mary Vetsera y la Condesa Mary Larisch (Yasmine Naghdi), cuyos papeles también tienen mucho de pantomima. Como ya comenté en alguna ocasión, este tipo de papeles 'secundarios' son a menudo los que dan el nivel de una compañía de ballet y el Royal Ballet aprueba con nota en este apartado.
De hecho, los roles de Princesa Stephanie (Anne Rose O'Sullivan) y de Bratfisch (James Hay), a cargo también de miembros regulares de la compañía y que en principio son secundarios, resultaron sumamente lucidos, capaces incluso de robarle protagonismo a Steven McRae cuando coinciden con él. Personalmente me atrajo más Kenneth MacMillan lo trata muy bien al encargarle el clásico papel del bufón pero sin las exigencias técnicas que a menudo se asocian con él, mientras la , porque la coreografía de Princesa Stephanie no acaba de definirse entre 'mujer sufridora' o simple 'marioneta' manejada por el resto de los personajes. En los aplausos finales ambos bailarines fueron bien recompensados.
Musicalmente el nivel de Mayerling también fue muy alto. La orquesta de la Royal Opera House es siempre espléndida y Koen Catherine Carby -habitual en roles secundarios de la compañía de la ROH- resultó un agradable entremés (la misma función que tan a menudo se le encomienda al ballet en las óperas). -director musical del Royal Ballet desde 2015- supo dirigirlos como sólo alguien muy acostumbrado al ballet puede hacerlo. Sólo en el Mariinski o el Bolshoi había visto directores tan dispuestos a someterse a las necesidades de los bailarines, que es la función del director musical en un ballet, más incluso que la propia excelencia musical. La intervención de la mezzosoprano australiana
El final de Mayerling, repitiendo exactamente la escena inicial, pero ahora comprensible tras habernos desvelado toda la historia a lo largo de las casi tres horas que dura la representación, es muy efectivo y cerró gloriosamente un ballet fascinante si bien -todo hay que decirlo- resulta demasiado extenso.
La música de Mayerling
Para aquel que tenga curiosidad, estas son las obras de Liszt que John (Londres, 1923; Melbourne, 2003) arregló y orquestó para este ballet:
Sinfonía Fausto S108; Héroïde funèbra S102; algunos valses de Soirées de Vienne S427; la segunda de las Cinco pequeñas piezas para piano S192; el Valse mélancolique S210; Festklänge S101; un Morceau en caractère hongroise (creo que el S737); Siete retratos húngaros S205 (nº 1-2, 5, y 7); el Valse oubliée S215/2; la Berceuse S174; fragmentos de Tasso S96; cuatro de los Etudes d'execution transcendante S139 (nº 3-4, y 11-12); Weihnachtsbaum S186/7; las Csárdas obstiné S225/2; el Vals Mefisto nº 1 S110/2; Fleurs mélodiques des Alpes S156/2; Consolación S172/1; Ich Scheide S319; la Polka Mephisto S217; el Vallée d'Obermann S156/4; Die Ideale S106; Canción popular húngara S245/4; y Funérailles S173/7.
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