Alemania
Una historia intemporal: El holandés errante
Juan Carlos Tellechea

Vasili Barkhatov relata con magníficas voces y de forma novedosa, aunque algo estática, la romántica historia de El holandés errante en la Deutsche Oper am Rhein (Theater Duisburg), estrenada este domingo y aclamada con efusivos aplausos.
La régie mueve a los personajes entre una sala de cine y un centro comercial en algún lugar del mundo moderno, en una relación emocionante e imaginaria que le permite a Senta (Gabriela Scherer), a diferentes edades, huir de la realidad.
La extensa obertura es aprovechada para presentar a Senta desde su más tierna infancia. Va al cine con su padre, Daland (Hans-Peter König) y su nodriza (Susan Maclean); tiene en sus manos palomitas de maíz y Coca-Cola mientras el portero revisa su entrada.
Poco a poco la sala se va llenando. Comienza entonces la proyección sobre la pantalla grande de una vieja cinta, en blanco y negro (con los intérpretes de esta producción), acerca del querido héroe de Senta, El holandés errante (James Rutherford).
Anodina por momentos
Pese a los cambios de escena no hay demasiada acción sobre el escenario y hay momentos en que la puesta resulta algo anodina. La salvan, eso sí, la excelencia de los intérpretes, el coro, así como la diversidad y colorido de los decorados.
Barkhatov opta, en su debut en la Deutsche Oper am Rhein, por una representación (cantada en alemán, con subtítulos para su mejor comprensión) de aproximadamente dos horas y 15 minutos de duración sin intervalos, aunque el compositor Richard Wagner la dividió en tres actos en su versión final.
Siendo ya una joven adolescente, Senta sigue deslumbrada por la figura irreal y sueña con redimirla de su maldición. Aunque el cazador Erik (Norbert Ernst) la corteja, los acontecimientos determinan su anhelo por el hombre endemoniado y por el cumplimiento de su "misión", que la sacan del provincianismo de su vida cotidiana.
Obsesión
Daland y el timonel (David Fischer) se topan durante una tormenta en el mar con el barco del “holandés errante“, condenado a surcar los océanos perpetuamente. Solamente se le permite desembarcar cada siete años y solo podrá liberarse de su maldición si encuentra a una mujer que le sea eternamente fiel.
El padre lleva al marinero a casa y Senta se enfrenta ahora a su gran amor. El papel, a todas luces, le viene a ella ni que de medida, ya que sueña desde su más tierna infancia con cumplir su misión. Mas Erik teme perder a Senta. Cuando le recuerda que le ha jurado fidelidad eterna, el holandés está seguro de que ella tampoco le podrá mantener la fidelidad que esperaba hacia él. El holandés le cuenta de su maldición, pero Senta se aferra obsesivamente a su misión redentora y lo sigue.
Excéntrica o esquizofrénica
La puesta de Vasili Barkhatov transforma el material supuestamente "antiguo" en una pieza actual y muy contemporánea. La régie demuestra que hay algo intemporal en la historia y que puede trasladarse sin gran esfuerzo a nuestros días. La excéntrica (o esquizofrénica) Senta es la figura motriz de esta versión; su huída de una realidad convencional a un mundo de fantasía marca la acción.
El holandés errante, obra temprana de Richard Wagner, para la que también escribió por primera vez el libreto, tuvo un éxito moderado durante su estreno en el Teatro de la Corte Real de Sajonia, en Dresde, en 1843. El compositor revisó la versión original en 1860, introdujo cambios en la obertura y el final, y la pieza volvió a ser estrenada en 1901 en el Festival wagneriano de Bayreuth.
Con mirada sombría y vistiendo un pesado abrigo de piel, el holandés mira a través de unos prismáticos. En medio del oleaje, su tambaleante nave de tres mástiles, pone rumbo directo al hielo eterno. "Timonel, ¡manténgase vigilante!", urge. Pero el eterno marino, el maldito "holandés", debe desembarcar. Busca a la única mujer fiel, para que tal vez aún pueda liberarse de su maldición.
Flaquea
El flexible registro de bajo-barítono de Rutherford domina los pasajes sensiblemente reflexivos del dúo de amor con Senta, así como la apasionada aria de decepción del final. Sin embargo, Gabriela Scherer no tiene la potencia de la soprano wagneriana de gran dramatismo, sino que se apoya en la fusión lírica y flaquea en los registros altos.
Las décadas de experiencia en Bayreuth hacen de König un Daland por excelencia. Todo fluye y se hace creíble: la bondad paterna, la prudencia, la ambición. Sobre todo porque fue interpretado con una dicción ejemplar. También fueron celebrados Norbert Ernst y David Fischer, que aportan una radiante fuerza tenoral al escenario.
La entonación del coro es maravillosa. La Orquesta Filarmónica de Duisburgo, bajo la dirección de Patrick Lange, suena sólida, pero en algunas partes bastante aburrida. Lange estira los tempi sin tensión y apenas despliega la floreciente magia sonora del primer romanticismo de Wagner.
Echamos de menos
No se encienden dinámicas vitales, que en definitiva son la sazón de esta pieza. Echamos de menos al maestro Axel Kober, director general musical de la Deutsche Oper am Rhein y un especialista en Wagner (El holandés errante en Bayreuth y Viena), quien seguramente habría puesto otros acentos y explotado mejor los matices de la partitura.
Días antes del estreno, Lange decía a la prensa que se trata de “la ópera justa, incluso para principiantes“. “Como obra más temprana del gran canon de Wagner, El holandés errante se caracteriza por una cierta ligereza con arrebatos dramáticos. Con su rigor dramatúrgico, despliega un tremendo tirón, especialmente hacia el final.“
Hollywood de los '50
La realización escénica de Vasily Barkhatov comienza de forma prometedora. Pero, por desgracia, la atmósfera densa y sombría de la que escapa Senta en su mundo onírico cinematográfico se rompe bruscamente en el segundo acto.
De pronto nos encontramos en un centro comercial muy iluminado. Un pequeño carrusel de caballos en el que el "Holandés" aparece súbitamente como si fuera una broma, un puesto de kebabs y todo tipo de baratijas de feria.
La gente pasea con ropa de colores brillantes de un conocido fabricante de prendas de bajo precio. Así de banal se supone que es la otra vida de Senta, según Barkhatov. La disputa con el prometido Erik, al que Senta abandona delante de toda la tripulación para salvar a su "holandés errante", es igualmente superficial. Se supone que la dirección quiere acercarlo.
La régie está bien intencionada, pero apenas encaja con la música de Wagner, a veces conmovedora, y contrarresta con el emocionante enfoque del primer acto. Afortunadamente, la producción retoma el hilo cinematográfico al final y deja que el holandés y su salvadora Senta partan juntos en el barco hacia el hielo eterno en la imagen final, muy sentimental, casi como aquellas de la década de 1950 de Hollywood.
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