España - Galicia
Un fijo en la quiniela
Alfredo López-Vivié Palencia
Hace ya muchos años que Andrew Litton (Nueva York, 1959) viene cada temporada a dar un concierto con la Orquesta Sinfónica de Galicia. Esa reiterada invitación se cursa con buen criterio, porque el maestro no falla nunca: la calidad artística de sus interpretaciones está siempre a muy alto nivel, y el entendimiento con la orquesta se salda con los músicos despidiéndole entre aplausos y pataleos.
De tan famoso que es, el Concierto en Sol menor de
Por su parte, Litton se aplicó para envolver a su solista con un sonido rico pero no aplastante (dos tercios de la cuerda en el escenario), atendiendo a los detalles pero sin escatimar poderío en los tutti –que los hay, y preciosos, en cada uno de los tres movimientos-, y sobre todo exhibió una importante cualidad como director de ballet que es: saber esperar a que Khachatryan terminase una frase (y conseguir que la orquesta esperase con él). Esta no fue una de esas interpretaciones en las que el solista aterriza la mañana de la función y ensaya diez minutos con la orquesta. Así lo percibió un público que escuchó en silencio participativo y luego aplaudió a rabiar, siendo correspondido por Khachatryan con una breve pieza elegíaca de aires caucásicos (cuyo título y autoría un servidor y todo el respetable nos quedaremos sin saber).
Otra demostración de la alta estima en que la Sinfónica de Galicia tiene a Litton es que le dejasen tocar la Quinta Sinfonía de
La orquesta estuvo a su mejor nivel: agilidad en las cabriolas de los primeros violines manteniendo el empaste; la madera incisiva y precisa; el metal poderoso y redondo (esas trompas son todo un orgullo, y el primer trompeta Manuel Fernández ha demostrado ser un digno sucesor del fallecido John Aigi Hurn); y a fe que los percusionistas liberaron endorfinas a placer. La contrapartida estuvo en que la triste acústica del Palacio de la Ópera se hace todavía más triste en una obra como ésta, que necesita como pocas un espacio bien aireado y una reverberación generosa para apreciar sus cualidades tímbricas.
El público –junto con la orquesta- aplaudió entregado, de modo que esta noche Litton se volvió a ganar la invitación para el próximo curso, y confío en que la acepte. Quienes siguen también invitados son un veinticinco por ciento de los abonados de los viernes que, del virus a esta parte, todavía no han regresado (antes era casi imposible encontrar una entrada y ahora las compro sin dificultad). Lo cual es una verdadera lástima.
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