Italia
Navegando en un mar extraño
Anibal E. Cetrángolo

La historia de la música debe mucho a personajes que
no son compositores ni libretistas pero que, sin embargo, han determinado el
progreso del arte. ¿Cómo no recordar a Domenico Barbaia, primero camarero de un
bar y después empresario? En ambas ocupaciones fue genial: se dice que en el
café, entre una bandeja y otra, habría inventado el cappuccino. Lo seguro es
que llegó a controlar las decisiones artísticas de importantes teatros y tal
función determinó fundamentales decisiones musicales de Rossini, Donizetti y
Bellini.
Análogamente es gracias a Giulio Ricordi que debemos
la existencia de un objeto fundamental en la historia de la lírica: el Simon Boccanegra, que en su segunda
versión subió a la escena de la Scala en marzo de 1881. Si hoy gozamos de esa
joya, lo debemos a la tenaz insistencia de Ricordi sobre el reluctante Verdi, quien
de ninguna manera concebía modificar un título del pasado que le resultaba
ingrato.
Por cierto, es la versión de Milán la que
habitualmente se representa, pero la curiosidad del melómano por conocer el Simon Boccanegra original es grande. Esta pudo ser
satisfecha en la ocasión que ofreció Parma en el Festival Verdi de este otoño y
fue con innegable coraje que el prestigioso Festival ofreció aquella versión
escrita para la Fenice en 1857. El Festival cumple con esto un objetivo manifiesto: sus
dirigentes se han propuesto la presentación exhaustiva de todas las obras
verdianas; no solo eso, sino que también Parma procura mostrar las primeras
versiones de aquellos melodramas que luego fueron modificados por Verdi. Es el
caso de este Simon Boccanegra.
Hay quien atribuye el fracaso veneciano del primer Simon a la conjura de un lobby manejado
por Meyerbeer, personaje bien capaz de acciones de este tipo. De todas maneras,
es indudable que para el público de aquella época la ópera no habría resultado
de fácil escucha: Verdi estaba abandonando la estética del belcanto y proponía
al público veneciano un melodrama avaro en malabarismos vocales. Se presentaba
un canto que daba predominio a la articulación silábica, las arias se mostraban
concentradas, casi declamadas. El resultado de esto -lo escribe Julian Budden- es
una ópera austera, con características que habrían de ser muy valoradas por los
espectadores de años sucesivos pero que imponían una escucha ardua a la
audiencia de 1857.
Para nosotros, habituados a la versión de la Scala, esta
primera versión resulta extraña, muy extraña. En mi caso, el contacto con este Simon fue análogo a la de aquellos sueños
en los que uno reconoce objetos, situaciones muy familiares pero dentro de
contextos impensados. A medida que escuchaba este Simon de Parma aparecían momentos familiares, fuertemente anclados
en mi memoria como ‘Il lacerato spirto’ di Fiesco, ‘Come in quest’aura bruna’
de Amelia, o el fantástico dúo ‘Vieni a mirar la cerula’. Estos encuentros
afables se encadenaron hasta llegar al final, pero esos viejos conocidos sonoros no
consiguieron aliviar mi desconcierto, navegaban en un mar extraño.
Además, en el decurso del espectáculo se presentaron objetos
impensados, los que no accedieron a la versión de 1881. Algunas de estas
novedades se mostraron cordialmente como la cabaletta de Amelia ‘Il palpito deh
frena’, otras en cambio no: el estrepitoso final del primer acto. A propósito de este final, al recordar que fue reemplazado por soluciones mucho más
eficaces en la versión definitiva se acrecienta nuestra admiración por Verdi y
su sabia severidad. Esta actitud tan típica del compositor con su trabajo, ese
rigor, fue lo que impidió a aquella cabaletta de Amelia el acceso a la segunda
versión. Se sabe además que el compositor reaccionó con furia cuando en París,
en 1883, alguien quiso revivirla insertándola en el Simon Boccanegra nuevo. En una carta al libretista de la segunda versión,
Arrigo Boito, Verdi explica sus razones: es necesario sacrificar todo a la eficacia
teatral.
Este primer Simon,
a diferencia del otro, muestra un conflicto que es sobre todo privado. La razón
de estado que será central en el Simon
de la Scala, aquí resulta apenas esbozada. En el Simon veneciano, por ende, la figura de Paolo es secundaria. Nos
falta aquel momento célebre que deberá esperar dos décadas para ser gestado: la
escena del Consejo.
El elenco vocal resulto muy digno: el
protagonista, Vladimir Stoyanov exhibió un Simon donde lo melancólico tuvo su
logro principal. El artista búlgaro, de gran experiencia en estos roles,
ofreció una composición absolutamente digna del complejo personaje, con
vocalidad, llena, verdiana.
Resultaron
especialmente notables las prestaciones de los jóvenes Piero Pretti, que cantó
Gabriele Adorno, y Roberta Mantegna, la Amelia de esta versión. Pretti mostró
con gran solvencia los bellos momentos que ya en este Simon, Verdi dedica al personaje. El tenor dio prioridad al énfasis
por encima de la morbidez. Por su parte la palermitana Roberta Mantegna es
cantante de hermoso timbre y excelente línea vocal. La soprano articuló brillantemente
el carácter predominante lirico del personaje con las agilidades que le imponía
la cabaletta ya citada, aunque su registro agudo fue a veces exigido.
Fueron
excelentes el Paolo de Devid Cecconi y el Fiesco de Riccardo Zanellato
La
lectura musical de esta partitura en el Festival de Parma fue confiada a Riccardo Frizza.
El maestro mostró un Verdi vivaz, enérgico, evitando afectaciones. En una
entrevista Frizza manifiesta su admiración por esta ópera en la que
percibe el embrión del gran Verdi de Don
Carlo. La Filarmónica Toscanini siguió con eficaz solvencia
la voluntad musical de Frizza.
El coro del teatro como siempre, representó un momento
de fuerza del Teatro Regio. Excelente en lo musical resultó comprometido
intensamente en lo actoral por voluntad de la regisseur.
La
regie fue debida a Valentina Carrasco. Carrasco ha decidido
escenificar la ópera en un matadero, lugar que ella asocia con lo áspero y lo
promiscuo. Su sensibilidad asocia los mataderos con el ambiente de los puertos
y de allí la elección es clara: Genova es el mar, un puerto. Lo que muestra
Simon, según ella, es política y la política necesariamente implica crueldad. El
matadero en tal sentido es imagen de lo cruel.
En la esencia de lo político, manifiesta Carrasco, hay necesidad de
distanciarse de lo humano. Estas ideas que se leen en el programa de sala de la
ocasión son las que han conducido la realización escénica. En el escenario fueron
proyectadas filmaciones en blanco y negro muy eficaces que evidenciaban la
lucha de clases y el ambiente de la izquierda italiana: la festa dell’Unità.
En la construcción escenográfica aparecieron por cierto las
representaciones que la entrevista prometía, es decir, el matadero. Numerosas
reses colgaban de lo alto. el efecto parcialmente fue eficaz: estas decisiones
artísticas podrían haber resultado plausibles, pero lamentablemente, a lo largo
del espectáculo, resultaron una presencia repetitiva y anularon su validez.
Los colaboradores de Carrasco, Mauro Tinti en los
vestuarios, Martina Segna en la escenografía y Ludovico Gobbi realizaron una
labor de gran eficacia en funcion de las ideas artísticas de la regista.
En la representación del 14 de octubre, el aforo del
teatro estaba completo. El público estaba compuesto en gran parte por
extranjeros, lo que es habitual en Parma en tiempos del Festival Verdi. El
espectáculo fue recibido con fervor, aunque hubo claras oposiciones a la versión
escénica: se escucharon vivaces voces de “Povero Verdi”.
Comentarios
Excelente título para una excelente crítica
Felicidades. Sólo la he escuchado en Londres hace tiempo, en versión digna pero no maravillosa, y mi impresión fue la misma.