España - Cataluña
Presentación, reaparición, despedida
Jorge Binaghi

Así fue, y por si no lo hubiéramos sabido salió el director
artístico del Teatro a informarnos de que se trataba de la despedida de Meier
en España y que dentro de 10 semanas sería la última y definitiva (no dijo
dónde).
El programa empezó, por orden alfabético de apellidos, con la
presentación en el Teatro (de eso no se dijo nada) de Davidsen, que con su
inmensa, timbradísima y cálida voz llenó la sala con los dos momentos de
Elisabeth de Tannhäuser, y si en el
aria de presentación del personaje estuvo exultante, en la plegaria del tercer
acto su recogimiento y medias voces fueron espectaculares y se llevó
merecidamente sendas ovaciones.
La orquesta no rayó a gran altura en el primer fragmento,
pero desde el segundo se asentó y exhibió buena calidad (como siempre los
vientos y metales sonaron mejor y con más color que las cuerdas) que mantuvo
invariada en toda la velada. La batuta de Pons demostró que en estos autores se
mueve mucho mejor que en Donizetti y además se preocupó por coordinarse con las
cantantes. Seguramente pudo proteger algo más a Meier que nunca, y menos ahora,
tuvo un gran volumen, pero como las otras dos respondían…
Vuelta a su registro de mezzo, Meier cantó el monólogo de
Waltraute de El ocaso de los dioses (un
papel que, como el de Fricka, le iba mucho mejor que el de Siglinda) y lo hizo
con sus conocidas cualidades artísticas y de presencia, y también con sus
limitaciones vocales, hoy más presentes en el volumen y el timbre.
Se presentó luego Theorin quien tras la ejecución (muy buena) del preludio de Tristán e Isolda cantó la celebérrima muerte de amor de la protagonista. En buena forma y con una espectacular nota final se midió en buena ley con el recuerdo de su debut ya algo lejano. Sólo el color parecía algo más opacoLuego de la pausa se ofrecieron fragmentos de la Elektra straussiana: fueron, por orden, el monólogo inicial de la protagonista, la gran escena con Crisótemis y luego el encuentro con Clitemnestra para acabar con el último (más bien breve) fragmento de la escena final.
Ahí todos alcanzaron lo mejor de sí mismos. Theorin estuvo
impactante, muy en papel y con una voz que ahora parece responder mejor a
Strauss que a Wagner. Davidsen fue simplemente memorable, y bastarían sus
invocaciones del final de la ópera (‘Orest!’) para que sepamos ante quién nos
encontramos.
Sobre la Clitemnestra de Meier, que fue uno de sus últimos
(sino el último) de los papeles que presentó por doquier de la mano casi
siempre (no en Berlín) de la puesta en escena de Chereau, habrá que destacar
que fue la única que la cantó sin partitura y con gran expresividad. Como canto
no es de ahora que su Clitemnestra ha resultado, como siempre, deliberadamente
‘reservada’, con aires de gran dama, y más recitada que cantada salvo algunas
notas cruciales (los famosos ‘warum?’ de su intervención inicial nunca han sido
su fuerte aunque se los oyó).. Ahora, además, estuvo presente casi todo el
tiempo la mencionada cuestión del volumen.
El público las premió a las tres, y también a director y
orquesta con grandes ovaciones, y en un momento le dedicó una salva a Meier,
muy festejada asimismo por sus compañeras y el maestro.
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