Italia
Popular ópera contemporánea
Jorge Binaghi

En una tarea de cooperación con el Met de New York, la Ópera de Viena y la de Quebec, se ha estrenado por fin la obra hasta ahora más popular de Adès, un compositor que es una de las pocas excepciones en el panorama lírico contemporáneo en cuanto a aceptación de sus obras. Claro que esta obra tiene la inestimable ayuda -como siempre ocurre- de Shakespeare aunque no hay mucho de literal en el libreto de Oakes (poco más que algunas frases, además de la primera canción de Ariel sobre los náufragos y la de Caliban cuando explica los rumores de la isla). Por supuesto que los personajes principales no son exactamente los mismos aunque mantengan nombres y características, en particular Próspero -mucho más vengativo que el original- y su hija, mucho menos obediente.
La música no es fácil, pero tampoco difícil y
aunque la escritura para las voces (en particular de Próspero y Ariel -una
coloratura agudísima, lo que conspira un tanto con la inteligibilidad de su
texto) es ardua, no es imposible. La tempestad inicial y el inicio del último
acto son dos fragmentos notables aunque no piezas separables y si no hay arias
hay tendencia a ariosos y monólogos y escenas de conjunto. El caso es que sin
un reparto de nombres conocidos el recinto de la Scala estaba lleno (era la
última función) y los aplausos, en particular al final, fueron nutridos y
demostraban convicción.
La puesta en escena de ese extraordinario hombre de
teatro que es Lepage (aunque a veces haya tenido algún paso en falso) usa
precisamente como lugar de la acción este teatro visto desde diversos ángulos y
en el último la posición del escenario es prominente. Ariel, con la ayuda de la
coreografía, los acróbatas y en especial su ‘alter ego’ Geneviève Bérubé, es
una creación fenomenal y la voz de Audrey Luna es perfecta para la parte.
Melrose interpreta muy bien Prospero aunque vocalmente su prestación es
desigual (un papel concebido para el joven Keenlyside ciertamente es un
desafío, y para los que hemos tenido la suerte de verlo prácticamente un
imposible).
Leonard encuentra un papel a su medida en Miranda, y nunca me ha resultado tan convincente como ahora. Muy interesante su pareja en la obra, el Ferdinand de Josh Lovell (tenor), mientras Spence repite su creación del Rey de Nápoles. Murray (también tenor, las voces agudas abundan) hace de su odioso Antonio -el pérfido hermano conspirador- una figura muy creíble en todos los aspectos mientras el veterano Sorin Coliban hace mucho que no sonaba y se veía tan bien como el fiel Gonzalo. Correcto el Sebastian del barítono Paul Grant mientras resultaban muy logrados (y no demasiados gruesos ni estereotipados) los dos personajes cómicos de Stefano (Kevin Burdette, bajobarítono) y Trinculo (Owen Willetts, contratenor). No pude oír a Antoun (otro tenor) porque se indispuso el mismo día y sólo representó escénicamente a Caliban (muy bien y muy sincronizado con su sustituto que cantaba desde el palco avant-scène del director del Teatro, el excelente Ebenstein).
La labor escénica y vocal del coro fue estupenda aunque no particularmente larga, y la orquesta estuvo sensacional a las órdenes del autor que obviamente supo cómo hacer frente a cada momento y recibió una gran ovación al final sino a cada presentación ante el pupitre. Las algo más de dos horas de duración pasaron en un soplo y el público salió sumamente contento.
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