Italia
Un ‘Falstaff’ para recordar
Anibal E. Cetrángolo

Con Falstaff, título de apertura de esta temporada de la Fenice, continúa el tan provechoso viaje que desde 2009 ha visto crecer un estilo entre el Maestro Chung, el teatro veneciano y Verdi. El año lírico continuará con una nueva producción del Satyricon de Bruno Maderna y un buen manojo de óperas del repertorio tradicional: Il Matrimonio segreto, Il Barbiere di Siviglia, Ernani e I due Foscari. Ernani será coproducida con el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia e I due Foscari con el Maggio Musicale Fiorentino. Otras nuevas producciones será las de Der fliegende Holländer wagneriano y Cavalleria rusticana. Habrá títulos destinados al público de las escuelas como el Bach Haus de Michele dell’Ongaro -realizado en colaboración con el Conservatorio local-, y Acquaprofonda de Giovanni Solima.
Están previstas otras nuevas producciones de
repertorio del siglo XVIII: un Orfeo ed
Euridice de Gluck firmado por Pier Luigi Pizzi y
Ottavio Dantone y la premier veneciana del Trionfo del tempo e del
disinganno de Händel - la puesta será del gran coreógrafo
Saburo Teshigawara. Se podrán ver otra vez viejos conocidos del público
veneciano y así, después de cinco años de su gran éxito subirá a las escenas
del teatro el Orlando furioso de Vivaldi en la puesta de Fabio Ceresa
con la dirección musical de Diego Fasolis. No se debe olvidar el constante pedal en la programación de la
Fenice: la famosa Traviata que firmó Robert
Carsen en la reinauguración del teatro.
Falstaff, nacido de la pluma de Shakespeare, fue identificado
por quien estudia estas cosas, como un loardo. Los loardos fueron un grupo
religioso que nació en Amberes después de una epidemia; sus miembros se
dedicaban a sepultar cadáveres de los apestados. Eran predicadores. Puede que
el nombre derive del termino flamenco lollaerd,
que indica a quien murmura y por eso la palabra en Inglaterra fue asociada
peyorativamente con el chismoso. Algún estudioso supone, en cambio, que el
término provenga del latín lolium que
indica a la planta de la cizaña; un loardo seria sembrador de cizaña. Es decir
que, ya sea por un lado que por otro, la etimología nos acerca un poco al
Falstaff que conocemos.
Dejando erudiciones de lado, y yendo a nuestra opera verdiana habrá que
recordar que este producto genial es resultado de las artes diplomáticas de
Giulio Ricordi, quien fue capaz de extirpar la cizaña de malentendidos y
resquemores que habían crecido entre dos personajes centrales de la cultura italiana,
un musico y un literato, lo que no es raro. Bien se sabe que, más allá del caso
específico, ya desde la fundación del espectáculo operístico entre ambos tipos
de profesionales las relaciones fueron hostiles. Desde la academia las acusaciones
pedantes contra la gente de pentagrama fueron siempre arrogantes y densas y,
para colmo, son los personajes de la pluma quienes ocupan las cátedras y escriben
en los periódicos para opinar de musica desde donde habrán de pontificar sus
seguras verdades.
Estas dinámicas contrapuestas, en los años que nos interesan, se encarnan
perfectamente en la figura de un hijo de pobres campesinos que no es aceptado
por el conservatorio, Giuseppe Verdi, y por el docto Arrigo Boito, nacido a la
sombra de la antiquísima universidad de Padua. Boito había despreciado la ópera
italiana en una oda -Alla
salute dell'Arte Italiana- y es fácil suponer la antipatía que Verdi tenía
por este sujeto. Gracias a Ricordi, en cambio, las relaciones de ambos fueron posibles
y en tiempos de Falstaff la
colaboración entre Verdi y Boito era ya muy robusta: ambos habían firmado
juntos el exitoso Otello.
Sobre la obra en sí, repito mi impresión
de siempre: el vértigo que siento al pensar en la impresionante parábola que va
desde las primeras óperas de Verdi a este fenómeno de modernidad. Más allá de
lo que se sabe de la vida personal de Verdi considero a este artista como un
ejemplo máximo de honestidad. El compositor, durante su larga carrera, destroza
constantemente los esquemas que sabe que funcionan para innovar, para
experimentar. Miremos para los costados pero no hagamos nombres; pensemos eso
sí que después de 1860 Verdi bien habría podido componer otros Traviata, Trovatore y Rigoletto,
tal vez con algún maquillaje que concediese algo a la modernidad pero no lo
hizo. ¿No habría sido más fácil? ¿No habría sido más conveniente? Encuentro una
parecida seriedad profesional en Monteverdi. No en muchos más.
Vamos a este Falstaff. Myung-Whun Chung es uno de los más famoso directores de
nuestros días. Chung dirigió en Venecia, hasta el momento, siete operas
verdianas y aquí es muy amado por el público. El maestro, hablando de Carlo Maria
Giulini, de quien fue asistente durante muchísimos años, lo indica como la
persona que más profundamente ha influido en su formación musical. Fue Chung
quien dirigió en la Scala en el homenaje a Giulini a un año de su muerte.
Por otro lado, a propósito de Falstaff
es inevitable tener en cuenta a Giulini: una piedra de paragón imprescindible
cuando se habla de esta ópera. Después de catorce años de autoexilio del
escenario lirico, Giulini, que no toleraba la tacañería de los teatros que fijaban
cada vez menos ensayos, volvió a dirigir ópera después de catorce años de
autoexilio, recién cuando fueron aceptadas sus condiciones y pudo ensayar un mes
con todo el elenco. Estamos en Los Ángeles en 1982. Resultó un Falstaff carísimo que costó más de un
millón de dólares. Esa producción fue posible porque aunó las energías locales
a las del Covent Garden de Londres y a las del Teatro Comunale de Florencia.
Según el New York Times el resultado
mostró que cada centavo había sido bien gastado y describió el caso como “un
evento que ha recordado a quienes lo habían olvidado, que el ideal de trabajo
en conjunto en la ópera es posible en este mundo … las comadres sonaban a veces
como un cuarteto de arcos preparado con mucho cuidado. La interpretación
de Giulini, memorable, fue personalísima en su sobriedad elegante, jamás
caricatural". Aquella intensa y tan extensa colaboración de Chung con Giulini ha
marcado indeleblemente la personalidad del maestro que dirigió este Falstaff. En el Falstaff de Chung todo fue intenso, vibrante y jamás excesivo. La
nota nostálgica, melancólica no fue escondida. Fue una lectura situada en las
antípodas del exhibicionismo.
La
orquesta veneciana fue un instrumento muy dúctil, preciso, en manos del maestro
coreano. El organismo de la Fenice resultó en ejemplo de amalgama y de calidez.
La puesta en escena de este Falstaff
fue muy especial. El director escénico de la ocasión fue el británico
Adrian Noble, quien durante muchos años estuvo al frente de la Royal
Shakespeare. Ante todo sea dicho que Noble ha trabajado con detalle la
gestualidad de todos los componentes de este complejo elenco. Este artista pretendió
reproducir en el escenario de la Fenice el Globe shakesperiano. No solo eso,
sino que una troupe mimó detrás de las actuaciones de los cantantes, escenas de
Sueño de una noche de verano,
valiéndose de la colaboración de Jeanne Pearce. En algún momento se vio al
mismo Shakespeare aparecer en escena y entre escena y escena hubo algunos
movimientos de niños figurantes que habría sido mejor evitar.
Las escenografías, hermosas, fueron de Dick Bird y el
magnífico vestuario lo diseñó Clancy. Por cierto, resultó determinante para el
éxito visual de esta puesta, el excelente trabajo sobre las luces de Jean
Kalman y Fabio Berettin.
El elenco vocal resultó de excelencia absoluta. Todo funcionó como un engranaje
perfectamente aceitado. Sobresalieron de todas maneras los trabajos de los
memorables Nicola Alaimo que fue Falstaff y Vladimir Stoyanov que cantó Ford.
Alaimo es uno de los grandes Falstaff de estos tiempos. El artista recibió
un importante reconocimiento en 2016 gracias a un Falstaff y fue esta ópera que interpretó con éxito en 2021 en el
Maggio Musicale Fiorentino. Su articulación es nítida, su voz es sonora y
redonda. Su actuación absolutamente inmejorable. No cae jamás en lo chabacano,
domina el escenario como pocos.
Stoyanov es también
artista de importantísima trayectoria. Su voz es segura y su interpretación es
cuidada al detalle mostrando un personaje más cercano a la melancolía que a la extroversión
estridente. Un cantante muy seguro en la escena.
La Alice Ford
de Selena Zanetti fue, como la difícil parte exige, cambiante entre lo lirico y
lo categórico. Hermoso color de voz.
Caterina Sala
es una joven artista que resultó ideal en la parte de Nannetta. Su voz resultó firme
y cristalina. Sus agudos extensos y fijos, que se deben conjugar con el canto
articulado de su amado Fenton, fueron de escuela. Admirable en su afinación.
Muy especial
resulto la Mrs. Quickly que presentó otra artista muy conocida, Sara MIngardo.
La cantante evita el standard caricatural del rol y muestra a una Quickly
elegante, sagaz y nunca desmedida.
Pocas veces un
rol como el de Meg, que no es central en el cast, encuentra una cantante del
nivel de Veronica Simeoni. Un gran placer.
El Fenton de
René Barbera nos mostró momentos de gran belleza gracias al timbre estupendo de
este tenor. También su fraseo fue excelente. Su interpretación escénica fue sin
duda, la menos convincente. Fue muy rígida.
Muy dignos el
Dr. Cajus de Christian Collia, el Bardolfo de Cristiano Olivieri y el Pistola
de Francesco Milanese
Fue
estupendo el coro que preparó Alfonso
Caiani.
En
síntesis, un Falstaff para recordar.
Esperemos que este comienzo marque el nivel de lo que seguirá en esta temporada
veneciana. El teatro completo, con un público que festejo este espectáculo con
fervor futbolístico.
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