Reino Unido
Simon Appassionato
Agustín Blanco Bazán
¡Qué bien ha madurado Simon, aquel chico de
Liverpool que terminó siendo director de orquesta! Porque para mí sigue siendo
simplemente Simon, según lo pidió él mismo en una entrevista a Helena
Matheopoulos hace ya muchos años: “Odio que me digan ´Maestro´ o ´Mr Rattle´
Considero esto como un asalto personal. Me hace sentir incómodo”
¡Qué pesado le caerá, entonces, que le
digan “Sir Simon!” Mejor entonces
decirle “Simon” al menos de vez en cuando, para dar una idea de una relación
con la orquesta que, él mismo lo ha proclamado, debe ser anti-feudal, esto es sin
relación de vasallaje entre el director y los músicos sino mas bien unificada
en un inseparable trabajo en común. ¡Qué difícil le habrá sido esto con la
Filarmónica de Berlín! ¡Y qué cargoso puede llegarle a resultar el protocolo de
la Sinfónica de la Radio de Baviera cuando asuma su jefatura para la temporada 23-24!
En mi caso siempre he disfrutado a Simon
como director local, primero con la Sinfónica de Birmingham y ahora al frente
de la Sinfónica de Londres, pero sin olvidar su excelente afinidad con la Orchestra of the Age of the Enlightement
y algunas inolvidables incursiones en ópera desde Mozart a Gershwin. Una
característica constante en todas ellas es el apasionamiento de su
gesticulación, intensa ya a partir del característico rictus de sus párpados y
su boca, y un agitar de brazos intenso pero nunca superfluo. Algo así como si
quisiera intervenir en la ejecución de cada uno de los instrumentos.
Porque … sí, Simon es siempre apasionado, a
veces excesivamente, como por ejemplo en algunos pasajes del difícil Concierto
para piano de Schumann. En este caso, la orquesta pareció en algunos momentos tapar
la delicadísima interpretación de Mitsuko Uchida, una pianista con más talento
para los pasajes íntimos que las secciones que requieren mayor asertividad
frente a una orquesta dispuesta a arrasarlo todo. El comienzo fue algo borroso por
su falta de balance en las dinámicas, algo que, corresponde decir, he observado
frecuentemente en las versiones en vivo de esta obra. Pero después las cosas
mejoraron gracias a la perceptiva predisposición del director de entrar en
diálogo con la solista a través de tiempos moderados y un fraseo siempre
expresivo.
Y ambos se lucieron en sus apartes, Uchida
con una maravillosamente sensible ejecución de la cadenza al final del primer movimiento. Y, en el segundo, Simon con
sus instrucciones para que los chelos cantaran enfática y extrovertidamente las
maravillosas frases melódicas escritas para ellos por Schumann. En el Allegro vivace final director y solistas unificaron sus talentos con virtuosa
espontaneidad.
En la Sinfonía nº 3 de Rachmaninov, Simon
Rattle demostró una vez más su reconocida capacidad para confrontarse con obras
difíciles. Todo el hermetismo de la obra fue vencido gracias a una exploración
de contrastes cromáticos y de tiempos y detalles, más una perceptiva
diferenciación de chelos, clarinetes y trompas en el recurrente motto del primer movimiento. El espíritu
de Chaicovsqui brilló en los pasajes más extrovertidos del segundo movimiento, y
en el tercero, las variaciones de tiempo y color se encargaron de convencer a
los más reticentes a aceptar esta obra como maestra.
El segundo concierto comenzó con lo mejor
de las dos veladas, porque Rattle sigue siendo un experto en extraer de
Sibelius todos esos matices cromáticos apoyados en una expresividad serena pero
que siempre termina envolviendo y arrollando. En Las Oceánidas las frases de flautas, oboes y clarinetes parecieron
flotar en un melisma de cuerdas inexorable en su desarrollo hacia un clímax
resuelto en una espontánea y asertiva conclusión. Y Tapiola fue una maravilla de detalle y contraste orquestal.
Magistral fue el tremolando en crescendo de las cuerdas sobre el final de la
obra que concluyó con acordes conmovedoramente cálidos de las cuerdas.
Y el público casi se volvió loco de júbilo
con la Séptima de Bruckner, pero no yo. Rattle es un maestro en la exposición
de colores, pero su proverbial apasionamiento conspira, creo, contra su
capacidad de estructurar obras donde la estructura es algo fundamental. En este
caso, y ya a partir del exagerado énfasis de las frases de chelo inicial, todo
lo siguiente se precipitó con un entusiasmo feroz que excluyó el misterio, la
reflexividad y el distanciamiento que caracteriza a este compositor. Y por
supuesto que en medio de este torbellino siempre tendiente a desbocarse en
estridencias y ansiosos borbotones sonoros desaparecieron esos detalles que
solo pueden conmover a través de un recato a la vez reticente, nítido y
envuelto en un discurso que debe salir siempre espontáneo y nunca impulsado por
pataletas melodramáticas.
Pero qué gran orquesta, la Sinfónica de Londres.
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