Francia
Petición para que ‘Hérodiade’ vuelva a las carteleras
Francisco Leonarte

Hay obras que sólo algunos afortunados
melómanos han tenido el placer de escuchar en directo, quedando las
correspondientes grabaciones como testimonios que los aficionados curiosos
devoramos con gozo. Hérodiade forma parte de ellas. Algunas de sus arias
aparecen sin embargo con cierta regularidad, porque Massenet es el gran mago
melódico, y momentos como 'Vision fugitive', 'Ne me
refusez pas' o 'Il est doux, il est bon' son garantía de
éxito para los cantantes de las respectivas cuerdas.
También con cierta regularidad algún programador tiene la excelente idea de recuperar la obra en su totalidad. Y cuando está bien servida, la recuperación se convierte en una fiesta. Tal fue el caso el pasado 25 de noviembre en el Teatro de los Campos-Elíseos
Un magnífico reparto
En el papel de Herodiades, Ekaterina Semenchuk, una cantante que hemos tenido ocasión de admirar en varias ocasiones. Quien esto escribe recordaba por ejemplo su deslumbrante Azucena de Il Trovatore en Bastille. Una voz ancha -aunque no especialmente grande- y sobre todo una artista. En Hérodiade, a pesar de ciertos agudos sin armónicos, un punto gritados, a pesar de una dicción laboriosa (aunque todavía aceptable), Semenchuk se ganó el favor del público por su valentía, por su sentido artístico, por su implicación. En su aria de entrada, el citado 'Ne me refusez pas', dio ejemplo de musicalidad y de mezza-voce, dando todo su sentido al texto. Y en toda la obra, especialmente en su dúo con Phanuel, echó toda la carne en el asador, componiendo un personaje ardiente, emocionante.
Etienne Dupuis, como Herodes, estuvo sencillamente magnífico. Me explico: dicción impecable de cabo a rabo (con él nunca me hicieron falta los sobretítulos), preciosos agudos (justo con el vibrato que hace falta, cubriendo el sonido sin ahogarlo), timbre hermoso, preciosa mezza-voce con todos sus armónicos, buen volumen, buen sentido teatral... ¿Hay quien de más ? Su famoso 'Vision fugitive', realmente encarnado, fue de órdago a la grande. Y toda su escena de la ebriedad, seguida de su confrontación con Phanuel, emocionantes. Lo dicho, magnífico.
Cuando Nicole Carr hizo su entrada, quien esto
escribe pensó que tal vez la voz fuera demasiado pequeña para el papel. De
hecho su aria 'Il est doux, il est bon' la cantó (admirablemente,
todo sea dicho) con dulzura introspectiva, mimada por la orquesta. Pero si
pareció un tanto reservada al principio, a partir del tercer acto vimos cómo
Carr ganaba en volumen y en intensidad, sin jamás perder su bonito timbre, su
homogeneidad de color, ni su buen fraseo, lanzando cuando era menester unos
agudos tajantes en los que no se regodeaba, es cierto, pero que eran cantados
con una seguridad y una redondez más que notables. Sus intervenciones de los actos
III y IV fueron apasionadas, entusiasmantes. Y entendimos que lo que nos había
parecido reserva era en realidad evolución del personaje, que de niña que busca
a su madre pasa a mujer que ama al condenado a muerte.
Precisamente, Jean-François Borras como Juan,
el Bautista -un papel un punto más corto que los citados, pero no menos
comprometido- también brilló. Por su color de voz luminoso, por su seguridad en
el canto, por su fraseo y su inteligibilidad, por su conocimiento del estilo
francés, por la firmeza de sus agudos. Y teatralmente resuelve un personaje
complejo -pues es el santo varón que sólo al final se autorizará a amar a la
joven Salomé (sí, sí, en Francia en 1881 escribían cosas que en la España de la
época eran sencillamente inimaginables...)- con una evolución que lo lleva de
cierta frialdad en la primera parte, a un canto apasionado en la
segunda.
Y si Nicolas Courjal cantó con vibrato
acentuado y no siempre se le sintió cómodo en los agudos, su capacidad
artística es más que notable, y logra caracterizar a su personaje con eficacia,
dándole emoción.
¡Y vaya plantel de comprimarios! Timbradas y
sonoras las voces de Pawel Trojak (Vitellius), Pete Thanapat (El gran
sacerdote), Robert Lewis (una voz en el templo) y Giulia Scopetti (la joven
babilonia). Con unas particellas de nada lograron componer cuatro personajes.
Bravo.
Coros y orquesta de la Ópera de Lyon
El coro, bien empastado (aunque con algún problemilla circunstancial), mostró buen nivel de inteligibilidad y bonito sonido. Como bonito fue el sonido también de la Orquesta de la Ópera de Lyon, tanto en cuerdas como en vientos. Con unos preciosos solos de flauta ( jugando con los volúmenes), de arpa (corto pero muy comprometido) o de cello en el preludio.
En cuanto a su director, Daniele Rustioni, es director que tiende a la expansión en vez de a la fineza, como si la escuela francesa todavía no hubiera desteñido lo suficiente sobre su cultura musical italiana. Tiene la virtud de la pasión. Y también alguno de sus defectos... Cierto que cuidó a los solistas -pidiendo a menudo a la orquesta que disminuyera el volumen- permitiendo, como ya hemos señalado, preciosas versiones de las arias más famosas de la partitura. Pero sus forti tendían a menudo al fortissimo, como si faltase gradación entre los distintos momentos de intensidad. Sin embargo no carece totalmente de gracia, como demostraron algunas páginas de ballet o los muy bonitos preludios.
En todo caso, al parecer es al entusiasmo de Rustioni (sostenido por la Ópera de Lyon, el TCE y la fundación Bru-Zane) a quien debemos que esta Hérodiade fuera escuchada en Lyon y en París. Y con el ballet. No se lo agradeceremos bastante.
Queremos más Herodiade y más títulos
infrecuentes
Se ha convertido en un lugar común hacer una pequeña mueca de desprecio cuando se habla de Herodiade o de otros títulos infrecuentes del repertorio francés. Es la mueca del entendido que sabe que ‘eso’ no es buena música. Son títulos recibidos con la misma condescendencia burlona con que se reciben las obras de arte del XIX que no sean impresionistas. Lo que no es impresionista es 'Pompier', según el término acuñado por los vanguardistas de principios del XX (creo Picasso por ejemplo lo utilizaba, burlandose de las pinturas historicistas en que los cascos de romanos podrían confundirse con cascos de bomberos...).
Se critican los efectos convenidos (grandes
exclamaciones de los metales cuando se habla de muerte o del Padre, o de
cualquier otra 'sorpresa' truculenta presente en el libreto), los
conflictos ususales (amor contra deber, patria contra amor, amor filial contra
amor carnal...), el exotismo o historicismo sin mayor fundamento...
Pero es que, si los criterios
descalificatorios que aplicamos a Hérodiade, los aplicamos con
objetividad a todas las demás obras de la época, no queda ni una ópera de la
segunda mitad del XIX en el repertorio lírico. Aida, Gioconda, Forza
del Destino, Don Carlos, títulos estimados por la melomanía
universal sin discusión, adolecen de las mismas características que sirven para
criticar otros títulos infrecuentes.
Admitiendo que una ópera de la época debía
plegarse a reglas comparables a las de cualquier película Hollywood en nuestros
días, podemos reconocer en Hérodiade, por ejemplo, que además de las
consabidas marcha y coro patrióticos, ballet, escena de complot, conflicto
entre el amor y la relación paterno-filial, etc, hay también una valiente
acusación al poder y a sus intrigas, a lo que hoy llamaríamos el cóctel de
poder y sexo, y un valiente reconocimiento del deseo carnal incluso en los
santos. Además de haber hilado con la suficiente maña para que una historia de
amor y una historia de maternidad (amén del aspecto sexual, claro está) puedan
caber en la consabida anécdota bíblica.
Pero es que, más allá del libreto, la música
de Massenet es muy variada, y siempre inspirada. Su páginas de ballet oscilan
entre la gracia alla francesa y el vigor. Sus preludios son delicados.
Hay sentido teatral. Y sus melodías contienen ese no-sé-qué embriagador que nos
vuelve locos a los melómanos.
O sea, lo dicho : programadores y agentes, vuelvan ustedes a incluir Herodiade en el repertorio. Y dennos Reina de Saba de Goldmark, e I lituani de Ponchielli, y más de esas obras que algunos consideran 'pompier'. Y nosotros aplaudiremos a rabiar como lo hicimos el pasado 25 de noviembre en TCE.
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