Francia
La deliciosa 'Brundibar' vuelve a cautivar a los niños
Francisco Leonarte

Brundibar es uno
de esos títulos que parecen indisociables de la Historia y sus tragedias. Ya se
sabe que, si fue escrita por Krasa en 1938, antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial, su primera representación tuvo lugar cuando la persecución
contra los judíos era ya un hecho en la Checoslovaquia invadida por los Nazis,
y que, con 55 representaciones, esta ópera fue el gran éxito del campo de
concentración de Theresienstadt. O sea, que fue consuelo de muchas y grandes
desgracias...
Pero más allá de la triste historia de sus
primeras representaciones, Brundibar es una joyita, bien valorada por
críticos y musicólogos, y a la vez accesible a todos los públicos por estar
repleta de deliciosas melodías con un irresistible perfume de época: un caso
casi único en la música de finales de los años treinta del pasado siglo.
De suerte que, desde que fuera rescatada en
1975, Brundibar puede ser escuchada aquí o allá con cierta regularidad.
No requiere grandes efectivos -aunque sí un conjunto de niños-cantantes
solvente- ni grandes medios teatrales, siendo en realidad su corta duración
(entre media hora y tres cuartos) el único problema a la hora de montarla según
los patrones del mercado cultural.
Interpretación a medio gas
Para la ocasión, Radio France había encargado
un texto explicativo o complementario (o simplemente alargador ,
sin duda para paliar el problema de duración señalado ...) a Kevin Keiss. El
citado texto, una suerte de monólogo confiado a un actor-narrador que hace las
veces de mirlo que asiste a la acción, se revela tan innecesario como
intranscendente. Pero no se puede decir que moleste ni que incurra en
contradicción con el original. Eso sí, redundante hasta decir basta.
Se hace cargo del citado texto un actor. Que ni tiene voz de mirlo (al revés, es de voz ronca), ni le sobra naturalidad, ni sabe imprimir suficiente variedad a su papel. Y que además, está sonorizado. Permítanme un inciso. ¿Qué hacían los actores solicitados por las partituras cuando no existía la sonorización? ¿Utilizaban altavoces? ¿O simplemente utilizaban la técnica de impostación de la voz actoral?
Porque servidor de ustedes no alcanza a comprender esa manía de sonorizar a todo actor que se plante en un escenario musical. Máxime cuando, en este caso, si los niños que cantaban sí estaban sonorizados, los que tenían texto hablado no lo estaban. ¿Quiere decir eso que la técnica del adulto actor profesional era tan mala que sólo sonorizándolo podía estar a la altura de los niños que recitaban? Pues eso.
En efecto, los niños solistas que cantaban
estaban sonorizados. Quien escribe estas líneas ya había tenido la suerte de
asistir a otras representaciones de Brundibar, en Lyon, hace algunos
años, y nadie estaba sonorizado. Y también eran niños quienes encarnaban a los
personajes... Tal vez la acústica del Teatro de la Croix Blanche de Lyon fuera
mejor que la del Estudio 104 de la Casa de la Radio, tal vez los niños
estuvieran mejor preparados en aquellas representaciones en Lyon...
También aquel coro de niños lyonés me pareció
tener más cuajo, y acometer con más ritmo la muy danzante partitura de Krasa...
La Maîtrise de Radio France a menudo me parece blandita, y en Brundibar
tuve la misma sensación. Lástima, porque cuando falta brío, todo tiende a
convertirse en una tranquila sopita, olvidando el puntillo mordaz que
tiene la obra.
Se trataba de la versión original para piano
(no de la versión con instrumentos que el mismo compositor realizara ya en
Theresienstadt), y hemos de saludar la interpretación de Corine Durous que supo
darle a la música su tono a la vez bailable, simpático y suavemente
melancólico. Ejemplar también fue la participación del barítono, Henri Ozenne,
antiguo miembro de la escolanía, que cantó con naturalidad y sentido del humor
su personaje de malvado organillero.
La puesta en escena de Baronnet me pareció
muy acertada, sacando partido de cuatro cosas de atrezzo, jugando con el
público, resolviéndolo todo con simpatía y eficacia. De hecho se notaba a todos
los niños contentos de participar. Y esa adhesión de los participantes es en sí
misma signo de un buen trabajo de dirección de actores, destacando las muy
simpáticas encarnaciones del perro y el gato por los mayores de la
escolanía, que muy posiblemente estaban ya mudando la voz.
Lo mejor de la mañana
Pero tal vez lo más interesante de la función
no se hallaba sobre el escenario sino en el patio de butacas. La sala estaba
llena de niños con sus padres o abuelos. Sin duda muchos de ellos eran
familiares de los miembros de la escolanía. Y a ciencia cierta todos esos
chiquillos del público recordarán con agrado la que muy probablemente haya sido
su primera ópera.
Todos ellos tuvieron un comportamiento
ejemplar a lo largo de la representación, sin siquiera rechistar (y algunos no
creo que tuvieran más de cuatro añitos...) : ¡Ojalá todos los públicos
fueran así de atentos y respetuosos! Y los adultos gozábamos de ver a tanta
chiquillería divertirse y seguir las aventuras y las evoluciones musicales con
tanta fruición. Aunque sólo fuera por eso, ya valía la pena venir.
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