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Maruxa Baliñas y Xoán M. Carreira

La asociación de Amigos de la Ópera de A Coruña lleva ya 70 años organizando una temporada lírica que -con sus años mejores y peores- se ha convertido en una de las más veteranas de España.
Para fastidio de los operófilos coruñeses, gallegos y foráneos es demasiado breve -esta temporada duró algo más de tres meses- pero su modesto presupuesto no le permite mucho más. Asombrosamente cada año consiguen ofrecer algunas óperas representadas y en concierto, recitales tanto de grandes figuras como de locales, además de conferencias y películas, con un nivel medio de calidad relativamente alto.
Este año, tras los grandes recitales de Grigorian, Anduaga (no asistí, pero me hablaron muy bien de él), y Goikoetxea, se cerró la temporada con un clásico, Roberto Alagna. No es en absoluto mi tenor favorito, no me acaba de gustar su voz, que me resulta un poco nasal, ni su emisión, que es poco cuidada, ni sobre todo su expresión emocional, que no me acaba de resultar convincente.
Pero es un gran cantante y una gran figura mediática, y soy consciente de que a casi todo el mundo le gusta más que a mi. Por lo tanto un acierto que Amigos de la Ópera de A Coruña le confiaran el concierto final.
Otro de mis problemas con Alagna es que casi nunca lo he escuchado en obras interesantes y tampoco en esta ocasión me pareció especialmente atrayente el programa de su recital. De hecho, la única sorpresa de la noche vino de la última obra escuchada, 'Non, je ne suis pas un impie' de la ópera Le dernier jour d'un condamné (París, 2007) de David Alagna (París, 1975), hermano menor de Roberto, quien también colaboró en la composición de esta ópera. Antes había cantado tres arias de Fedora de Giordano ('Mia madre, la mia vecchia madre'; 'Ia fante mi svela'; y 'Vedi io piango') precedidas por 'Rachel quand du seigneur' de La juive de Halévy. Todas sonaron bien pero con poca variedad dinámica y sobre todo poco convencimiento.
El resto del programa fue tan típico y tópico que casi daba dentera, un 'O souverain' de Le Cid de Massenet con más fuerza expresiva y potencia vocal que las cuatro obras que había cantado antes. Le siguió 'Kuda, kuda' de Evgueni Oneguin de Chaikovski, con poco romanticismo, un 'Mein lieber schwan' de Lohengrin más bien frío en lo expresivo, y un 'Testa adorata' de La Bohème que tampoco impresionó.
Y la misma falta de imaginación se planteó en las obras instrumentales que se fueron insertando entre las intervenciones vocales de Alagna: las Suites nº 1 de L'Arlèsienne y Suite nº 1 de Carmen, la Polonesa de Evgueni Oneguin, la Muerte de amor de Tristán e Isolda, y el Intermezzo de Cavalleria Rusticana.
La Sinfónica de Galicia es una orquesta muy sólida que no tiene ningún problema con estas obras, incluso con un director tan poco interesante como Pérez Sierra, que se limitó a marcar el ritmo y ni siquiera todas las entradas. Tampoco hacía falta más. Las melodías son preciosas, sonaron bien -aunque sosas y sumamente previsibles- y disfrutamos con ellas. Pero, ¿debería ser esto lo buscado en la gala final de la temporada, que reunía aficionados no sólo coruñeses, sino también llegados de fuera?
Menos mal que el apartado de bises tuvo más gracia. Alagna convocó al escenario al nuevo director artístico (desde abril de este año) de Amigos de la Ópera de A Coruña: el tenor venezolano -ahora también español- Aquiles Machado. Y tras una canción tradicional corsa a cargo de Alagna, quien cantó a capella, apareció Machado. Juntos cantaron Cielito lindo y Funiculi Funicula, con amplia intervención también del público que -animado por ambos cantantes- se atrevió a corear los estribillos.
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