Alemania

Mari Kodama, la densidad épica de Beethoven

Juan Carlos Tellechea
jueves, 15 de diciembre de 2022
Mari Kodama © 2022 by Lyodoh-Kaneko Mari Kodama © 2022 by Lyodoh-Kaneko
Grevenbroich, domingo, 4 de diciembre de 2022. Sala de actos del monasterio cisterciense de Langwaden. Solista Mari Kodama (piano). Ludwig van Beethoven, Sonata op 27 nº 2 "Mondschein", Sonata op 49 nº 2, Sonata op 53 "Waldstein". Johannes Brahms, Tema y variaciones op 18b. Concierto organizado por la oficina de Educación y Cultura de la ciudad de Grevenbroich. 100% del aforo.
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Mari Kodama tiene una hermosa historia de amor con Ludwig van Beethoven, cuyas obras toca y graba con gran cariño, entre ellas la famosa Sonata nº 21 en do mayor op 53 "Waldstein". 

Otro tanto acontece con Johannes Brahms, del que también escuchamos piezas en este concierto (Tema y variaciones op 18b), en la intimidad de la pequeña sala de actos del monasterio cisterciense de Langwaden, en Grevenbroich, y en su reciente álbum ''New Paths'' (sello Pentatone). 

Kodama tuvo ya su propio maratón, hace algún tiempo atrás, con sendas placas dedicadas, respectivamente, a la integral de sonatas (2014) y a las transcripciones (2020) para piano del genial compositor nacido en Bonn hace ahora 252 años. 

El piano fue sin duda el instrumento preferido por Beethoven, porque le permitía, respetando la forma y su rigor, jugar con la libertad que le inspiraba, superando sus límites. Más que ningún otro músico, Beethoven pide a su piano que insinúe y sugiera.

Mari Kodama, una excelente música, lo sabe y subraya tanto esta arquitectura rigurosa como el espíritu de libertad con el que adorna sus interpretaciones; hasta el punto de ir muy lejos en el contraste, oponiendo momentos de densidad épica casi martilleante a un lirismo casi evanescente, y no solo en las primeras sonatas.

Mondscheinsonate

Kodama comienza su recital de esta tarde con la Sonata nº 14 en do sostenido menor op 27 nº 2, ("Quasi una fantasia"), mucho más conocida popularmente como "Claro de luna" ("Mondscheinsonate"). El título de fantasia no debe inducir a error, pues no se trata de una fantasía, sino de un gesto cercano a la improvisación. 

Aunque, es necesario destacar que se trata de una improvisación en el sentido beethoveniano, que implica un componente de imaginación creativa quimérica. Esto es evidente en los tres movimiento y en su apertura en do sostenido menor (Adagio sostenuto) que Kodama interpreta muy suavemente, con buen gusto y gran delicadeza, como si emergiera de un sueño. 

La pianista mira al firmamento y su digitación transmite de inmediato magia y serenidad a los espectadores. Esto no es tanto música como espacio. Cuatro paredes y un techo, ni más ni menos. No pasa nada mucho más. Es entonces como de la nada surge esa célebre melodía. 

Es la voz humana, destacada de forma expresiva. La atmósfera, básicamente, es la de la soledad musicalizada. Algunas piezas musicales simplemente conmueven al oyente desde un comienzo y no hay explicación para ello, por más que se trate de investigar y filosofar al respecto. 

Sosiego

El Allegretto, un minueto, curiosamente escrito en re bemol mayor, Kodama lo interpreta con algo más de energía, aunque su carácter sigue siendo bastante apacible, sin sobresaltos. El tercero y último movimiento (Presto agitato), resuelto de forma irreprimible por la pianista, supone un experimento de Beethoven. Escrito en forma de sonata, consta de rápidos arpegios, escalas y un hábil juego de preguntas y respuestas entre las dos manos, en el que Kodama pone en evidencia hasta qué punto amplía las diferencias dinámicas y utiliza una gama de colores muy generosa.

"Claro de luna" es un veneno nervioso total y, por alguna misteriosa razón que el común de los mortales no alcanzamos a comprender cabalmente, de todas las sonatas de Beethoven, la pieza de identificación, tanto para iniciados como para legos en la materia.

Saltarina y traviesa

Al término de la primera parte del recital, Mari Kodama se decide por la Sonata op 49 nº 2 de Beethoven que éste escribiera diez años antes de publicarla en 1805, un lustro después de su Primera Sinfonía, y antes de la "Pathétique". 

Fue su hermano, Caspar, quien la presentó a una editorial, probablemente en contra de la voluntad del compositor. Si el propio Ludwig van Beethoven lo hubiera hecho, la habría llamado sonatina, debido a sus modestas proporciones y a su forma de sonata simplificada. 

Esta pieza de dos movimientos (Allegro ma non troppo; Tempo di minuetto) y ocho minutos de duración, relajada y juguetona, saltarina y traviesa en las manos de Kodama, no insinúa mucho de lo que vendría más tarde, pero muestra la calidad de Beethoven pese a que estaba tanteando el alcance de su composición en aquel momento.

Dramaturgia

La elección de Tema y variaciones op 18b de Johannes Brahms como apertura de la segunda parte del concierto, habla a las claras del sentido de dramaturgia programática que posee la celebrada pianista.

Como si se tratara de algo natural, Kodama es implacable a la hora de acaparar fantasías que exigen mucho gusto y tacto sin caer en fuegos artificiales técnicos superficiales. Así maneja ella las conocidas narraciones musicales con enigmática delicadeza, claro dibujo y sensualidad; emoción y forma en perfecta armonía. Así es como se sumerge en mundos sonoros caprichosamente impresionistas. Reza y medita, dirige monólogos francos, envuelve a su público en dichosas nubes de pedales.

Ritmo y dinámica

Es un Brahms subjetivo, como el que probablemente solo se escuche de Kodama. Una interpretación que revoluciona el sentido del espacio y del tiempo, se centra en el sonido en lugar de en la estructura, en la sensualidad ornamentada en lugar del drama cargado de tensión. La pianista deja que las variaciones floten incorpóreas, las transforma en mágicas y susurrantes obras tardías, y el público se tambalea en sus asientos.

Tras el Tema con variaciones, Kodama termina el concierto con la gran Sonata nº 21 en do mayor, op 53 "Waldstein", en una narración de la experiencia casi sin fisuras, antes de hacer una distendida y casi placentera reverencia. Una gran impresión que perdurará por mucho tiempo entre los oyentes. 

La sonata es un monumento, ciertamente, pero quizás poco apreciado, pues la sobreabundancia pianística, que lo envuelve completamente en una brillante red de virtuosismo, impide a menudo captar su intimidad. Mas Kodama la consigue aquí con creces. Es tal vez la cercanía del público a ella y su instrumento, apenas dos metros desde la primera fila de asientos, la que contribuye a ese anhelado logro. 

Contemporánea de las grandes páginas épicas de la Tercera Sinfonía "Eroica", o de los primeros esbozos de Fidelio, o incluso del Cuarto Concierto para piano, la "Waldstein" es una obra poderosa, que su tonalidad de do mayor embellece con valor, una fuerza casi muscular, destilando al mismo tiempo alegría y efusiones por lo demás más discretas. 

También es un triunfo para el instrumento, que está llamado a rendir en todos sus aspectos mecánicos, exigiendo una respuesta y una elasticidad poderosas. Y los pianos modernos, como el que toca Kodama, lo demuestran aún más claramente. Su interpretación está llena de ímpetu y vigor sonoro desde el primer movimiento, de alcance casi orquestal. 

Arpegios y aplausos

Este Allegro con brio, tras un comienzo ondulante y comedido aquí, estalla literalmente, con la sensación de un paseo forzando el ritmo. Pero no niega la humanidad que encierran sus luminosos temas. El resultado de tan indomable energía, y de la forma en que la pianista libera el flujo de arpegios, es el de que los últimos acordes desatan espontáneamente efusivos aplausos del público, que Kodama agradece brevemente y con satisfacción. 

La asombrosa e intermedia Introduzione. Adagio molto – attacca,  en fa mayor, es una especie de puente entre dos vastos conjuntos, que aporta un benéfico momento de apaciguamiento, casi una confidencia, y su parte de misterio es, de nuevo, una dialéctica entre el sufrimiento y la alegría. Le sigue el Rondo. Allegretto moderato final, con sus primeros compases casi serenos y luminosos. 

El movimiento desciende rápidamente hacia una tormenta en la que la intérprete ha optado por apresurar el flujo, incluso por apresurar una línea concreta o por mover ciertos acentos. La coda (Prestissimo) se ve envuelta en un arrebato casi frenético de volubilidad, con sus ritmos serpenteantes, sus fragmentos de temas, sus trinos de una velocidad increíble. El público se puso de pie espontáneamente para ovacionar largamente a Kodama, quien agradeció otra vez a la platea con dos bises.

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