Alemania
Un breve resplandor en la penumbra
J.G. Messerschmidt

Una actuación de Rudolf Buchbinder acompañado de una orquesta como la Sinfónica de la Radio de Baviera es siempre promesa de una memorable velada musical. Ahora bien, en esta ocasión había también una incógnita: la directora de orquesta Elim Chan, una joven artista china con un currículum esperanzador. Por otra parte, dada la absoluta ortodoxia del programa (obertura de Beethoven, concierto de Mozart, sinfonía de Chaikovsky) no eran de esperar sobresaltos desagradables. Y desde luego, sobresaltos no hubo de ningún tipo.
La obertura de la música incidental de Beethoven para el drama de Goethe, sin embargo, deparó las primeras sorpresas. La lectura que hace de esta pieza no es convencional. Todo suena muy preciso, el fraseo es claro, los matices abundantes. Se evita todo patetismo, la contención es el rasgo dominante. Este efecto se consigue, en parte, por medio de una cierta relegación de los metales, a los que se quita protagonismo, dejando a las cuerdas todo el peso de la interpretación. El resultado es ambiguo: por una parte se advierte un inusitado potencial "lírico" en la obertura; por otra, se pierde el dramatismo inherente a esta pieza. En resumen, una interpretación con aspectos originales no carentes de interés, pero en otros casi escolar, inmadura, de la que surge un Beethoven inofensivo y modoso.
Si bien el Concierto nº 24 es quizá la pieza de su autor que, como ninguna otra, abre un nuevo cauce por el que más tarde discurrirá el quehacer artístico de Beethoven, no se puede ni debe olvidar que es una obra de Mozart. Desde los primeros compases, en esta versión se diría que el concierto es simplemente una continuación de la Obertura de Beethoven. La mayor diferencia "estilística" que se advierte es el añadido de una aséptica somnolencia. Los tiempos son lentos, el paisaje musical llano y parduzco. Sólo unos cuantos excesos de volumen rompen el bostezo de la orquesta, sepultando al mismo tiempo la voz del piano, al que Rudolf
tampoco parece poder o querer sacar un sonido mozartiano. Volviéndose a menudo hacia la orquesta y haciendo breves gestos, como si quisiera dirigirla (lo cual seguramente habría sido una bendición), se resigna a ofrecer una versión técnicamente impecable pero uniforme, sin relieve ni contrastes, incluso superficial. Precisamente su tratamiento del tema del tercer movimiento, que parece competir en su insondable dramatismo con el inicial del primero, resulta especialmente flemático.El generoso aplauso de un público muy benévolo obliga a Rudolf Buchbinder a ofrecer un bis: el último tiempo de la Sonata n.º 17 en Re menor Op. 31 n.º 2 'La tempestad' de Beethoven. Aquí el maestro austríaco se sacude el sopor y, liberado de la orquesta, realiza una interpretación excelente. Su lectura de este movimiento es muy personal, analítica, intelectual, sin que ello merme la vigorosa carga emocional propia de la obra ni disminuya el sutil refinamiento de la amplia gama de matices con los que configura su interpretación. Lo único lamentable es que precisamente lo mejor de todo concierto, la única luz radiante en esta interminable penumbra, sea el bis del solista. En todo caso, una versión memorable.
¿Y qué decir de Chaikovsky? De nuevo tiempos demasiado lentos y un fraseo y una dinámica inadecuados, una total falta de tensión; ni sombra de la angustia que, a menudo en forma de fina nerviosidad, inquieta en muy gran parte de la obra del compositor. Pero tampoco nada de su melancolía, ni de su lirismo. Elim Chan no parece poder (quizá ni lo intenta) hacer que la orquesta "cante", como exigen tantos pasajes de esta sinfonía. También los marcados aires de danza parecen resultarle ajenos, pues suenan privados de pulso e impulso. Su Chaikovsky es por momentos plúmbeo y letárgico, a veces tosco y ruidoso, siempre banal e inocuo. La estructuración de los planos sonoros no está satisfactoriamente equilibrada, de modo que a veces se tiene sensación de caos. El mayor defecto, sin embargo, es la incomprensión del compositor, de su lenguaje, de su estilo, de su espíritu. No se reconoce una línea conceptual, un discurso, un contenido inteligible ni se sabe qué quiere decir la directora con su versión. La lectura de Elim Chan podría ser simplemente un malentendido radical. En todos los aspectos Chaikovsky parece quedarle demasiado grande.
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