Una jirafa en Copenhague

Entrevista Intrapersonal Confrontada: Omar Jerez con Rafael Gonzalo

Omar Jerez
miércoles, 11 de enero de 2023
Rafael Gonzalo © 2023 by Rafael Gonzalo Rafael Gonzalo © 2023 by Rafael Gonzalo
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Antes de realizar una E.I.C., existe una premisa que expongo a todos los entrevistados: bajo mis entrevistas no existe la censura, sea cual sea el tema, ya que esto es un espacio de debate y absoluta libertad.

Primero me gustaría agradecer al entrevistado de la semana, Rafael Gonzalo, por obsequiarme con cuatro de sus libros, los cuales engullí ipso facto en un ejercicio de sumo placer.

Pasé la tarde con Rafael Gonzalo hablando de numerosas cuestiones; la que abordamos con más entusiasmo fue la ideología feminista con todas sus olas correspondientes y los debates que se han generado en torno a ellas, intercambiado pareceres de las lecturas que hemos absorbido.

En mi humilde aportación conozco un dato que es practicamente desconocido incluso para las más estudiosas sobre feminismo, y es que por primera vez en la historia, la osadia de tres mujeres (que habían nacido en la misma estructura de la mafia calebresa) con sus testimonios a la fiscalia consiguieron desmantelar al grupo criminal más mortífero e inescrutable: la mismísima Ndrangueta.

Llegando a sentar en el banquillo de los acusados a más de 200 miembros de la Ndrangueta por asociación mafiosa y sus imnumerables crimenes, como la trata de personas, el narcotráfico, la explotación de inmigrantes con salarios de misería, blanqueo de capitales y toda una serie de cargos imnumerables.

Rafael Gonzalo es un pensador meteórico, incisivo, rápido y con una capacidad de respuesta inconmensurable.

Entrevista Intrapersonal Confrontada- Rafael Gonzalo

¿Por qué escribo aforismos?

He escrito varios libros de aforismos. Bueno, principalmente de aforismos, aunque a veces he incluido artículos y algún ensayo breve, como el que dediqué al problema de la vivienda a principios de este siglo. Los aforismos me gustan especialmente porque permiten comenzar y terminar una composición casi simultáneamente, una frase, un breve párrafo y ya está, y dejan una estela que se mantiene durante un tiempo determinado. En ese sentido, los aforismos son los meteoritos de la literatura.

No estoy seguro de que el aforismo sea propiamente un género o, en todo caso,  puede serlo en un sentido muy amplio, pues podemos encontrar magníficos aforismos dentro de obras literarias pertenecientes a otros géneros, como novelas, poesías o ensayos. La discusión sobre los géneros tal vez sea necesaria y lógica, pero siempre me ha parecido un poco catastral, de registro notarial, y denota un interés más anacrónico que anticuado (en el sentido de no tener en cuenta el tiempo ni, por lo tanto, la novedad, la invención) por el patrimonio, el reparto y la demarcación de espacios. Yo diría que en la práctica no existen los géneros, pero en teoría sí. Los géneros son las inmobiliarias de la literatura.

Se trataría de una convención que atañe a la literatura como cuarto de estar del escritor, pero lo que identifica básicamente a la literatura, en tanto que escritura viva, es su existencia como construcción de un espacio nuevo, como espacio de andar, el ser en permanente rebelión con el tener.

Si la literatura es nómada, escribir es viajar a ninguna parte. El desplazamiento que supone la práctica de la escritura es algo así como un viaje al fin del mundo. Por lo menos, del mundo del escritor.

Entonces, por resumir, tendríamos que el aforismo es género de vanguardia en el fondo y de retaguardia en la forma, al revés que la novela. Si el novelista suma páginas, el aforista las resta, quita lo que sobra. Si el novelista escribe a lo grande, el aforista escribe bajo mínimos. Si para el novelista la mejor defensa es un buen ataque, para el aforista también, pero un ataque de risa.

Al final resulta que el escritor de aforismos publica sus libros porque no puede pasarse la vida corrigiendo.

En cualquier caso, el aforismo, que es el más humilde de los géneros, te obliga a ser muy breve. Con los aforismos puedes tratar toda clase de asuntos, sobre lo divino y lo humano, aunque lógicamente no puedes desarrollarlos ni extenderte demasiado, a no ser por la acumulación de aforismos tocando un mismo tema en profundidad. Por eso

hay otros temas que requieren un poco más de espacio y que prefiero exponer en otros medios, como blogs o redes sociales. Esos temas podríamos englobarlos dentro de la crítica a la posmodernidad y el globalismo (y a las ideologías de la posmodernidad: feminismo, ecologismo, animalismo, ideología de género, indigenismo, etc) y también a la defensa de la Hispanidad como celebración de la cultura hispana y su afirmación frente al colonialismo anglosajón y otros.

Entre las ideologías de la posmodernidad una de las más populares y viscerales es el feminismo. ¿Por qué no soy feminista? Pues porque el feminismo se basa en una falacia, una idea sin fundamento alguno: la idea del patriarcado opresor y el machismo estructural. Una vez desmontada esa falacia, se cae solo.

Parece bastante incoherente que los hombres hayan creado un sistema para su propio beneficio y para la explotación de las mujeres, como sostiene la visión feminista, en el cual ellos mismos resultan ser los principales perjudicados. Todas las formas de desprotección, muerte prematura y violenta las sufren los hombres en cualquier ámbito. Los hombres son la inmensa mayoría de los fallecidos en accidentes laborales, las víctimas de homicidio y suicidio, los que acaban en la indigencia y sin techo, la población reclusa, los muertos en conflictos armados, incluidas las víctimas civiles, así como los alcohólicos y drogadictos; el fracaso escolar es un fenómeno básicamente masculino, la esperanza de vida de los hombres es varios años menor, las condenas son más altas para hombres, etc. 

Responsabilizar al machismo o a la cultura patriarcal de que el hombre sea gravemente perjudicado por un sistema ideado para su beneficio sólo puede hacerse partiendo de la premisa de que el hombre como clase sufre de una deficiencia moral e intelectual, algo incompatible con el supuesto ideal de que ambos sexos son iguales.

Si esta ha sido la tónica habitual durante todas las épocas y lugares no tiene mucho sentido reparar ninguna discriminación histórica. La separación de los llamados roles de género fue aceptada por ambos sexos al proporcionarle a cada uno ventajas y desventajas en distintos campos. Mayor estatus al hombre y mayor protección a la mujer. Mayor mortalidad al hombre y menor proyección pública a la mujer. No hay ninguna injusticia histórica. Esto no es consecuencia de ninguna opresión machista ni patriarcal, sino de una distribución de papeles en función de la mejor adaptación al medio de cada uno de los sexos. La necesidad de sobrevivir ha sido la única opresión.

Puesto que las mujeres representan el factor limitante en la reproducción es especialmente prioritaria la protección de las mujeres durante el embarazo y la crianza, lo cual deja la obtención de recursos para los hombres, la caza, la guerra y las jerarquías políticas. Esto deriva en un mayor control sobre el ámbito público, pero también en una desechabilidad masculina, mientras las mujeres han dominado el ámbito privado y emocional, mantenían vivo el fuego del hogar, tejían redes de convivencia comunitaria o distribuían los recursos aportados por los hombres.

Se trata, en efecto, de sociedades patriarcales, como prácticamente todas las grandes civilizaciones, pero no entendido este concepto a la manera feminista, como paradigma de la opresión sobre las mujeres, sino como un sistema racional y natural basado en la separación de esferas, con espacios masculinos y espacios femeninos claramente diferenciados.

De modo que este modelo de intercambio de estatus por protección, planteado por antropólogos e historiadores como Daniel Jiménez, revela tanto las ventajas masculinas que derivan del estatus como su mayor exposición al peligro y la violencia, en contraste con el menor estatus de la mujer y su mayor protección. Además, este modelo no posiciona a hombres y mujeres en bloques antagónicos, sino que describe cómo la división sexual del trabajo configuró los llamados roles de género, creando un espacio menos polarizado para el debate.

De hecho, psicólogos evolucionistas y antropólogos como David Buss sostienen que las mujeres crearon el patriarcado tanto o más que los hombres. Dado que el sexo femenino es el que más invierte en la reproducción también es más selectivo al elegir pareja, prefiere a los hombres con más estatus y recursos, y la lucha por el estatus y el poder es lo que reproduce las jerarquías del patriarcado. Creer que las mujeres son peones pasivos del juego de poder masculino es una visión falsa y despectiva hacia las mujeres. Si fuéramos tan sesgados ideológicamente como el feminismo, podríamos culpar a las mujeres de enviar a los hombres a la guerra o a los trabajos más duros. Podríamos criminalizar a las mujeres por ser las responsables de la mayoría de la violencia contra los niños en el ámbito doméstico y llamarlo violencia materna, etc.

David Buss también investigó en profundidad las inclinaciones evolutivas de ambos sexos en un exhaustivo estudio, llevado a cabo nada menos que sobre 37 culturas diferentes –que se dice pronto– a lo largo de los cinco continentes y sobre hombres y mujeres de cualquier clase social, edad e ideología política, etc. Y en todos los casos se dio el mismo patrón: tipológicamente, las mujeres priorizan la estabilidad económica y el estatus (en un sentido amplio) y los hombres el físico y el sexo. Por lo tanto es una inclinación evolutiva universal de los sexos.

Una inclinación evolutiva universal totalmente ignorada por el feminismo, que prefiere postularse fuera de la razón y la naturaleza, de ahí sus múltiples contradicciones, relegando a las mujeres al papel de víctimas eternas y estigmatizando a los hombres.

Frente a la división sexual del trabajo y la separación de espacios racional y natural de las sociedades patriarcales, el feminismo propone el sexismo irracional inverso de la discriminación positiva para alcanzar nada menos que la igualdad real, lo cual es pura incongruencia.

Sólo tenemos que comprobar cuáles son los modelos que constantemente muestran los medios e instituciones afines al feminismo para representar el paradigma de la masculinidad. Todos estos son roles tradicionales masculinos: ingenieros, arquitectos, personas versadas en cuestiones técnicas; artistas, escritores, músicos, individuos sobresalientes en campos creativos, filósofos; fuerzas de seguridad, voluntarios y equipos de rescate que acometen actos de heroísmo y salvan vidas arriesgando la suya propia o incluso perdiéndola; personas que, sin heroísmo, pero que con trabajo duro y esfuerzo cotidiano sacrifican su vida afectiva enfrentándose al mundo para sacar adelante a sus familias; educadores, jueces y padres de familia que sirven de ejemplo y referencia para millones de niños y adolescentes; trabajadores de la construcción, minería, pesca o transportes que hacen posible que disfrutemos de servicios básicos y que la sociedad funcione, a costa de una elevada siniestralidad; científicos y médicos que descubren y desarrollan vacunas y curas para enfermedades que salvan miles de vidas; innovadores y eruditos que aportan sus conocimientos y descubrimientos para hacer la vida mejor en cualquier campo: astrofísica, informática, antropología, historia, telecomunicaciones, aeronáutica, etc.

Pues bien, entre todos los mencionados, que corresponden a roles tradicionales masculinos, debidos tanto a la influencia social y cultural, como sobre todo a la inclinación natural, la visión feminista (cualquier feminismo), los medios y las instituciones que aplican la famosa perspectiva de género prefieren quedarse sólo con una opción, la más negativa de todas las posibles: violadores, maltratadores, acosadores, opresores, privilegiados.

Dado que hombres y mujeres no somos iguales por naturaleza, la única manera de igualarnos es por discriminación irracional inversa, y en eso pone su empeño el feminismo. De tal modo que la discriminación contra la mujer es sexismo, y la discriminación contra el hombre es igualdad de derechos.

En realidad no hay ninguna diferencia entre odiar a los hombres y considerarlos opresores y privilegiados. No la hay tampoco entre despreciar a las mujeres y considerarlas oprimidas y víctimas históricas.

Argumentar que gracias a los postulados feministas ha mejorado la sociedad y la vida de las mujeres no tiene mucho sentido. Si las mujeres han mejorado se debe a lo mismo que los hombres: los avances tecnológicos y médicos, y a la acumulación de riqueza generada por las sociedades llamadas patriarcales, no al activismo.

Otro de los relatos de la posmodernidad es la llamada ideología de género, muy similar al feminismo, en realidad una prolongación de sus postulados, aunque ahora andan a la gresca debido a sus inevitables contradicciones. Si, como pretende Simone de Beauvoir, “no se nace mujer, sino que se llega a serlo”, la consecuencia lógica sería el transfeminismo, que tanto rechazan. 

¿Por qué la ideología de género es tan incongruente? Porque se basa en la separación radical entre sexo y género, que es totalmente artificial. En realidad, lo único que podemos decir con seguridad es que la ideología de género sí es una construcción social.

La distinción entre sexo y género es básicamente ideológica, pues sabemos desde antiguo (al menos desde Aristóteles) que el ser humano es un ser social y cultural, un animal político, y, por lo tanto, la disociación entre naturaleza y cultura es ficticia, porque la cultura no es sino naturaleza humanizada, la cultura es manifestación de la naturaleza humana, y no una imposición.

De igual manera, la ideología de género prolonga la disociación entre naturaleza y cultura hasta convertirla en sexo y género, crea una disgregación artificial entre el sexo biológico (natural) y el género (como imposición social o cultural), por lo que, como ha señalado Alicia Melchor Herrera, aplicando el mismo principio lógico del caso anterior, podríamos afirmar que el género no es sino sexo humanizado, la manifestación humana del sexo. Es decir, la disociación sexo/género es tan ficticia como la de naturaleza/cultura, y el género no es sino la cultura del sexo humanizado, y como parte de la cultura que es, varía según el momento histórico y las circunstancias del mismo (tecnológicas, laborales, políticas, económicas, sociológicas, médicas, etc.).

Por tanto, el género ni es una imposición ni es artificial, es tan natural como la biología y la cultura. Existen multitud de estudios neurocientíficos que señalan por qué nuestros rasgos personales son más innatos de lo que creemos: hay más diferencia en el cerebro de los niños y de las niñas antes de nacer que después. Es decir, esas diferencias se fundamentan más en la naturaleza que en el medio ambiente. La cultura, en todo caso, tiende a reducir las diferencias, más que a acentuarlas.

Kevin J. Mitchel también refiere diferencias de sexo en el temperamento –el precursor más básico de los rasgos de personalidad– que se observan incluso en bebés muy pequeños. Los bebés varones tienden a mostrar niveles más elevados de actividad y emoción positiva, impulsividad y compromiso con su entorno desde el nacimiento e incluso son, por término medio, más activos en el útero. Las bebés hembras tienden a mostrar niveles más altos de control del esfuerzo, lo que implica tanto un mayor control inhibitorio como una mayor atención. Estas diferencias indican que los varones y las hembras ya son diferentes desde el punto de vista del comportamiento, incluso antes de nacer y antes de cualquier posible influencia cultural.

De modo que puede desprenderse que existen espacios masculinos, espacios femeninos y espacios más o menos neutros y comunes. Esos últimos pueden variar en función de los cambios sociales, tecnológicos, económicos, etc. Actualmente se han ampliado.

¿Pero, entonces, qué demonios es la posmodernidad y por qué es necesario superar este periodo? Como todo periodo histórico, la posmodernidad ha cumplido con un importante papel, incluso adoptando la forma de ideologías como el nacionalismo, el ecologismo, el igualitarismo, el nihilismo, etc. Ha servido para advertir de excesos y aberraciones y para volver a cuestionárselo todo. Hemos disfrutado mucho y ha resultado enormemente atractivo por el estallido de libertad y energía que supuso. Pero creo que la posmodernidad ha alcanzado un punto de colapso y quizás haya llegado el momento de superar este periodo.

La posmodernidad no sabe medirse, carece de equilibrio, de centro. La posmodernidad ha convertido en dogma de fe el relativismo. Haciendo una equiparación temporal, se corresponde con la noche y el invierno, es una caída ininterrumpida hacia abajo, ya no quedan residuos del mundo diurno tradicional. La posmodernidad es suicida. No es casualidad que las cifras de suicidio constituyan una pandemia. Un millón de personas se suicidan cada año en el mundo de hoy. Los valores tradicionales no han sido sustituidos por nada, simplemente han sido eliminados. Es una sociedad en la que todo se disuelve, en realidad, ni siquiera es una sociedad, sino una destrucción caótica de estructuras que libera gran cantidad de energía. No hay individuos, ni familia, ni sociedad, ninguna otra época ha sufrido tanta vigilancia como la nuestra, la policía se ha convertido en el centro de la política internacional. Pretendemos que el estado suplante a la familia, pero sólo logramos vínculos falsos (socialdemocracia) o ausencia de vínculos (liberalismo). En lugar de realidad hay realidad virtual; en lugar de inteligencia, inteligencia artificial; donde debería haber racionalidad, hay emotividad; en lugar de ecuanimidad (que nos llevaría a una discriminación congruente), tenemos igualitarismo (que siempre es discriminación incongruente, irracional, positiva). La obsesión por estandarizar y homologar se extiende a los aspectos más triviales de la vida privada.

Otras ideologías que podríamos relacionar con la posmodernidad son el animalismo, el ecologismo o el indigenismo, que son formas del igualitarismo y del relativismo. Los ecologistas aspiran nada menos que a salvar el planeta, mientras que los animalistas no tienen reparo en denunciar la explotación de las vacas o las gallinas en las granjas del mismo modo que existe la explotación de los obreros en las fábricas. Recuerdo aquella campaña de PETA hace unos años y las declaraciones de sus líderes equiparando la muerte de pollos en las granjas con el holocausto judío: "Para los animales, todos los humanos son nazis". Se otorgan derechos humanos a los animales como si eso fuera respetar al animal. 

Recordemos la frase de Chesterton: Allí donde se venera a los animales, hay sacrificio humano. Todas estas ideologías desintegradoras y corrosivas han demostrado hasta la saciedad, desde hace décadas, su incapacidad para afrontar problemas complejos. Desde que las primeras sufragistas exigían igualdad de derechos que los hombres, mientras sus compañeros varones tragaban gas mostaza y se sujetaban las tripas con las manos en las trincheras de la 1ª Guerra Mundial, hasta la actualidad, con ministras elaborando leyes feministas que ponen en libertad a violadores. ¿Qué sociedad podría construirse, y con qué principios jurídicos y éticos básicos, desde unos supuestos tan sesgados y degradantes para todos?

El multiculturalismo es el nuevo colonialismo y toda esta visión de la realidad es originaria de la anglosfera. De hecho, los indigenistas que cada 12 de octubre derriban o denigran las estatuas de Cristóbal Colón, Hernán Cortés o Isabel la Católica tienen su sede en Londres. Y aquí es donde entra en juego la Hispanidad como alternativa a la posmodernidad anglosajona.

¿Por qué es importante defender la Hispanidad? El mayor atraso de España y del mundo hispano es la leyenda negra (ese proceso de propaganda y manipulación histórica de índole antiespañola promovido por las potencias europeas, cuyo fin inicial era combatir el prestigio del imperio español, y que ha llegado hasta nuestros días como una descalificación global de todo lo concerniente a España, dando una imagen distorsionada y falseada de nuestra historia y presentando a los españoles como crueles, atrasados, fanáticos, incapaces, etc), ese desprecio por la propia historia que millones de hispanos tienen enquistado en la cabeza como un tumor y repiten como autómatas. 

¿Por qué soportamos en el mundo hispano la peor clase política del mundo? Porque lo aceptamos con resignación como una herencia recibida, inevitable, una condena merecida. Si nos liberásemos de esa ignorancia y nos quitáramos de encima la carga que conlleva, la prosperidad comenzaría en ese mismo instante, pues esta negatividad no sólo afecta al pasado, sino, sobre todo, a la actualidad. Pero mientras la narrativa oficial, no sólo en el mundo anglosajón, francés, alemán o estadounidense, sino entre nosotros mismos, le reste méritos al imperio más notable desde el romano y se dedique a derribar estatuas, exigir perdón y denigrar su propio pasado seguiremos estancados en la desesperanza, tanto en España como en América.

Existen diversas encuestas en las que España figura como el país de Europa que menos valora su propia historia y su cultura. Mientras los anglosajones hacen de sus villanos héroes; los hispanos convertimos a nuestros héroes en villanos. Por ello me parece especialmente importante reivindicar la Hispanidad, es decir, la aportación de la cultura hispana al mundo, que es extraordinaria y una de las más valiosas del mundo. Actualmente esta postura viene experimentando un auge, con historiadores como Roca Barea o Marcelo Gullo, así como los discípulos de Gustavo Bueno y otros.

Tratar la historia de España con objetividad y dejar de reducirla, especialmente en lo referente a la conquista de América, a una mera expedición de saqueos y matanzas. Evidentemente no pueden negarse abusos, especialmente al principio de la conquista, crímenes y explotación de la población indígena, pero limitar la presencia de los españoles a una expedición de saqueo, matanzas y esclavitud no es más que una señal de sumisión a un discurso derrotista y desintegrador durante décadas, incluso siglos.

Los españoles construyeron universidades, hospitales, catedrales, carreteras, puertos, fortalezas, ciudades enteras; llevaron a América los cultivos de trigo, cebada, arroz y otros cereales, el café, la seda, el azúcar, la vid y el vino, el aceite de oliva, judías y otras legumbres; llevaron el ganado español, caballos, vacas, ovejas, cerdos; establecieron la industria naval, la artesanía del cuero, el hierro, la pólvora, la rueda como medio de transporte, la imprenta moderna (ya al inicio del siglo XVI, y con ella toda la cultura griega, romana o árabe); prohibieron el canibalismo y los sacrificios humanos; aportaron la ciencia y la medicina europeas, el comercio… Además de la lengua española y la religión cristiana, se entiende.

Una metrópoli que comparte con sus provincias americanas (no colonias, como el imperio francés; ni factorías, como los ingleses) los avances de Europa no está saqueando (saquear es entrar a saco en un granero particular, no fundar una ciudad en el desierto o explotar una mina de oro), está construyendo y generando. No me parece poco, la verdad.

A partir de la idea filosófica de imperio se constituye la distinción establecida por Gustavo Bueno entre los imperios generadores y los imperios depredadores. La distinción es simple, los imperios son generadores si, a pesar de las acciones de explotación colonial, convierten a las sociedades colonizadas en sociedades de pleno derecho. Es decir, propician la transformación, en cuanto imperio universal, de las sociedades intervenidas en sociedades políticas cultural y socioeconómicamente desarrolladas, gracias a compartir con ellas los avances tecnológicos de la metrópoli.

El Imperio de Alejandro Magno, el Imperio romano y el Imperio español serían ejemplos claros. Así pues, a través de sus actos particulares de violencia, de extorsión y aun de esclavización, por medio de los cuales se desarrollaron, lo cierto es que estos imperios universales promueven los matrimonios mixtos y el mestizaje, editan gramáticas nativas y consideran a sus súbditos como hombres libres, convirtiendo a las sociedades colonizadas en sociedades de pleno derecho.

Los imperios depredadores, en cambio, como el francés y el británico del siglo XIX, los imperios precolombinos o el nazi alemán, mantienen una relación estructural de explotación con las sociedades que gobiernan, impidiendo su desarrollo y aprovechando los recursos de tales sociedades para exclusivo beneficio de la metrópoli. A pesar de las mejoras puntuales, consideran a las poblaciones autóctonas inferiores y susceptibles de ser sometidas y exterminadas, no hay mestizaje, y emplean su superior tecnología para destruir la realidad de la sociedad intervenida.

Mira, para poner un ejemplo. El Imperio romano ha dejado (fuera de lo que ahora es Italia) 17 monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Todas construcciones excepcionales. El Imperio británico, fuera de sus fronteras, únicamente ha dejado cuatro: dos son prisiones (la cárcel en la que estuvo Mandela y el conjunto de las prisiones australianas), otra es una estación de tren en India, y la última un edificio civil (donde se declaró la independencia estadounidense). Ese es todo el legado monumental en el mundo de la época colonial inglesa. El Imperio español levantó 50 monumentos Patrimonio de la Humanidad fuera de España.

No todos los imperios son iguales, ¿verdad?

Así que quisiera despedirme con un último propósito para el nuevo año: ¡Hispanos del mundo, uníos!

Algunas direcciones para contactar:

rafagonzalo@telefonica.net

rafaelgonzalov@gmail.com

www.lacajatonta.com

www.rafaelgonzalo.es

https://www.facebook.com/rafael.gonzaloverdugo

http://rafaelgonzalo.blogspot.com/

*Entrevista Intrapersonal Confrontada (O cómo responder y después preguntar)

La entrevista es un género periodístico fundamental. De hecho, se podría considerar su piedra angular, porque permite al periodista confirmar, acceder y conocer los hechos de manera directa, sin intermediarios, hablando con la fuente y estableciendo un diálogo con los protagonistas.

Lamentablemente, y salvo honrosísimas excepciones, la entrevista, ese momento excepcional que combina conversación, reto y seducción, se ha convertido en un acto seco, forzado, en el que demasiado a menudo el entrevistado no quiere responder y al entrevistador le da lo mismo que no quiera. El momento sublime que permite al periodista ejercer su derecho a preguntar se transforma en un trámite, una penitencia o directamente un combate tosco y sin ningún vencedor.

En otras ocasiones, los entrevistados han tenido una clase por parte de sus asesores para evitar, rodear o directamente eliminar preguntas incómodas, que suelen ser precisamente las que el periodismo debe y puede hacer. El resultado, nuevamente, queda en un limbo de medias verdades y frases insulsas. Por no hablar de las entrevistas promocionales asociadas a algún producto cultural, tipo cine, literatura y música, donde la superficialidad es tan apabullante que se podrían mantener las preguntas hechas años antes y tendríamos la certeza de encontrar las mismas respuestas.

Ante este panorama, desolador y habitual en demasía, el artista y creador Omar Jerez propone una nueva fórmula, una nueva aproximación al género que exige una complicidad de ambas partes (tomando como inspiración las entrevistas noveladas que hizo durante años Milan Kundera) para generar un contenido atractivo, valiente, que enriquezca al lector y que suponga una aventura donde ni el camino ni el destino queda prefijado.

El nuevo concepto se llama Entrevista Intrapersonal Confrontada, (EIC), y tiene como cimiento inamovible la siguiente premisa: el entrevistado genera un discurso a priori, provocado y sugerido (o no) por el entrevistador, y posteriormente el periodista edita y da forma periodística a ese contenido. Se crea una arcilla pura que será moldeada por las manos expertas del entrevistador, a posteriori.

A continuación se exponen los 10 puntos que definirán cualquier EIC que se haga a partir de ahora, y que creemos supone una innegable revolución en este género. Es tan sencillo como invertir el orden para recuperar la pureza que nunca debió perder.

Decálogo para una Entrevista Intrapersonal Confrontada (EIC)

  1. Cualquier persona, tenga o no relevancia pública, podrá solicitar a un periodista la realización de una EIC. Igualmente, cualquier periodista podrá solicitar la realización de una EIC a cualquier persona o personaje.
  2. Cualquier EIC tiene como base fundamental la relación que se establece entre el periodista y el entrevistado, así como la reinterpretación del concepto de entrevista para el siglo XXI.
  3. Una vez aceptada la realización de la EIC, se propondrá, por cualquiera de las partes, un tema sobre el que girará la narración, así como su extensión. Igualmente podrá ser de libre elección si así se decide de mutuo acuerdo.
  4. El entrevistado construirá libremente una narración sobre la temática escogida, que podrá ser creada en cualquier formato: texto, audio, vídeo, ilustración, así como cualquier combinación entre estos. El periodista no intervendrá nunca en esta parte del proceso.
  5. El periodista recibirá esa narración y a partir de ahí construirá una EIC en la que se compromete a mantener el sentido del texto original, y podrá modificar, eliminar, ampliar o extender la entrevista para tratar de llegar a la naturaleza real del entrevistado. Podrá solicitar más información al entrevistado, así como convertirla a otro formato.
  6. Bajo ningún concepto el periodista podrá utilizar la información en bruto para difamar o menoscabar la figura o reputación del entrevistado.
  7. El periodista deberá entregar una copia de la EIC antes de su difusión al entrevistado para que la confronte y certifique que se ha mantenido el sentido original, no entrando éste en consideraciones de estilo y forma.
  8. El periodista puede declarar la EIC nula si percibe que está falseada o que el entrevistado se aleja del objetivo principal, que es un ejercicio de honestidad consigo mismo.
  9. El espectador, para poder completar la experiencia, debería tener acceso al discurso en bruto enviado por el entrevistado y la EIC  definitiva, para comparar y enriquecer la lectura/visionado/escucha del proceso.
  10. Al contrario que en la entrevista clásica, en cualquier EIC la búsqueda de la verdad queda supeditada a la experiencia compartida, confrontada y colaborativa entre las dos partes.
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