España - Castilla y León
Cámara hibridada
Samuel González Casado

El concierto que se comenta se
inscribe en el ciclo de cámara de la temporada del Centro Cultural Miguel
Delibes. Es de agradecer que este ciclo por fin exista, lo que resulta
importante en muchos sentidos, y entre ellos no es menor el aprovechamiento de
la estupenda sala de cámara. Pero sería deseable que tuviera alguna coherencia,
lo que probablemente ocurriría si muchos de sus conciertos no fueran
coyunturales: artistas que visitan la ciudad para otros eventos, artistas con
cargos, artistas que militan en grupos de cámara de la OSCyL.
Todo eso podría incluirse, pero
con orden (hilos conductores, desdoblar abonos por estilos, etc.). En la
presente temporada conviven Savall, Volodos, grupos híbridos de tres orquestas
y un homenaje a Jesús Legido. Evidentemente, un ciclo no es exactamente eso. No
hay que olvidar, sin embargo, que los presupuestos a veces mandan y que se
monte una temporada de cámara, aunque sea así, puede tener mucho de ingenio y
encaje de bolillos. Será cuestión de ver cómo evoluciona el asunto en las
sucesivas.
El programa que motiva estas
líneas tiene el atractivo de poner en el escenario dos obras para septeto. La
obra que se estrenó, de Manuel Martínez Burgos, Liminalis (¿abandonará
alguna vez la música contemporánea el latín para sus títulos?), tiene evidentes
ecos stravinskianos y resulta muy accesible, desde su brevedad y un mundo
sonoro repleto de onomatopeyas y efectos coloridos. Los recursos utilizados no
resultan demasiado novedosos, pero es cierto que con esta formación a veces adquieren
dimensiones tímbricas interesantes, nacidas de un desarrollo temático riguroso
que nunca se sale de esa exploración de la idea de liminalidad, como
explica Martínez Burgos en los tres párrafos de las notas al programa del
concierto. Ese concepto da pie a sutiles cambios, como si distintos polos
atrajeran en momentos dados lo que se encuentra en tierra de nadie, que termina
en una suerte de disolución.
La interpretación fue limpia y
ortodoxa, quizá un punto rígida, aunque el diminuendo final de la cuerda
grave fue impecable y en general la claridad del concepto ayudó a que los
efectos sonaran transparentes y diferenciados. No se benefició tanto de este
estilo el Septeto de Beethoven, donde se fue a lo seguro y en general se
apuntó un concepto, rítmicamente vivo (Tempo di menuetto, Andante con moto),
que solo anunció lo que podría haber sido. Aquí no me convencieron artistas de
gran currículum como Maxim Brilinsky (violín), algo dubitativo y no sobrado de
imaginación, o Andrea Götsch (clarinete), de sonido equilibrado pero propuestas
muy estáticas, en las que se echó en falta más direccionalidad en los momentos
de mayor protagonismo (Adagio cantabile). Solvente interpretación de Sophie
Dervaux (fagot), normalmente en segundo plano, y de los miembros de la OSCyL,
aunque es evidente que el sonido de violonchelo y viola no empastaba bien con
el del resto del grupo, especialmente con el violín. Destacado nivel el de José
Miguel Asensi (trompa), lo que se agradece mucho en esta obra, y muy sólido
Thiago Rocha en el contrabajo, siempre en su sitio.
Un veterano crítico se quejó del programa de mano: “¡Ni un triste comentario para el Septimino!”. Y sí, tiene razón: hay que hacer lo posible por que al menos parezca que no nos sacamos de encima de cualquier manera los conciertos de cámara. En los escuetos textos de esta publicación hay errores graves, incluida una falta de ortografía al nombrar la obra de Beethoven en el programa y el llamar de dos formas distintas al violinista. Además la portada, con el kilométrico nombre del grupo en letras sobredimensionadas, es lo contrario a la funcionalidad armónica y no invita a descubrir maravillas interiores.
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