Francia
Offenbach y Pelly nos llevan a la luna
Francisco Leonarte
Un divertimento, cuando está bien hecho,
cuando tiene imaginación -y por lo tanto se sitúa fuera de los límites de la
banalidad-, puede ser también una obra de arte. Este Voyage dans la lune,
de Offenbach/Vanloo, Leterrier y Mortier lo es. Porque tiene además esa cosa
difícilmente definible, pero que todos sentimos, que se llama frescura,
esa alegría de vivir ingenua y comunicativa que es marca del mejor Offenbach.
Su partitura es inmediatamente reconocible aunque no la hayamos escuchado
nunca, Como decíamos, Offenbach de la mejor calidad, el de las melodías
pegadizas irresistiblemente presentadas para que el oyente las adopte en el mismo
instante en que suenan.
Si a eso añadimos un libreto con mucho desparpajo -aunque sin trascendencia ninguna-, repleto de divertidos chistes y simpáticas alusiones (mérito sin duda también de la siempre inteligente Agathe Mélinand que sabe guardar lo mejor del original adaptándolo para que suene como si lo acabaran de escribir), y repleto de acción, como en las mejores comedias hollywodienses (aunque el final sea un poco... elusivo, terminando con una pirueta poética que no viene a resolver nada, prueba tal vez de la intrascendencia de la que hablábamos); ...
si a eso añadimos también una puesta en escena chispeante, que parte del libreto y de la música mismos, que sabe hacer que el original, sea cual sea su época de creación, entronque con la realidad del espectador actual, una puesta en escena que sabe sacarle partido al divertido libreto, una puesta en escena cuyos movimientos escénicos realzan la música, con una estupenda dirección de actores (todos los actores-cantantes, coristas y figurantes incluidos, dan actuaciones sabrosísimas y diferenciadas entre sí); ...
si añadimos aún una serie de solistas, de coristas y de maestros instrumentistas absolutamente entregados y generosos, que creen en el proyecto, que dan toda su energía y que además se lo pasan bomba; ...
si se junta todo eso, se llega a la pequeña obra maestra que
supuso la representación de Le voyage dans la Lune, obra de Offenbach
con libreto de Vanloo, Leterrier y Mortier retocado por Mélinand y puesta en
escena de Laurent Pelly, que el público de Opéra-Comique aplaudimos a rabiar el
pasado viernes 3 de febrero.
¿Intérpretes de ringo-rango ? Ni uno
solo.
Para empezar, el coro, el divertidísimo coro, no es un coro profesional. Ni siquiera es un coro de adultos. Es la Maîtrise Populaire, que es la escolanía de la Opéra-Comique. Cierto, no eran inteligibles al cien por cien (tal vez ni siquiera al cincuenta por cien), y su potencia no puede ser comparada a la del coro de la Opera Nacional de París que en estos momentos interpreta un formidable Peter Grimes. Ni falta que hace. Las condiciones acústicas de la sala Favart favorecen a las voces, y no son menester voces grandes ni coros colosales.
Tiene además esta Maîtrise Populaire, por el hecho de ser tan jóvenes sus componentes, una tremenda frescura (volvemos al mismo concepto), y , a pesar de ser tan jóvenes, muchísima seguridad, incluso cuando se trata de pequeñas intervenciones solistas. Y una bonita capacidad teatral, muy expresiva. Bravo pues a todos y cada uno de ellos y ellas
De la parte orquestal se encargan las
Frivolités parisiennes, pequeña orquesta especializada justamente en el
repertorio de música ligera de los siglos pasados (incluyendo principios del
XX). Realizan, como de costumbre, un buen trabajo que, sin ser excepcional,
mantiene siempre un buen nivel general, con bonitas intervenciones en
particular de la trompa.
Son dirigidas por Alexandra Cravero, a la que por momentos le hubiésemos pedido más delicadeza, pero que en cualquier caso tiene entusiasmo y capacidad de comunicación, y está atenta tanto a los cantantes como a los miembros de su orquesta.
Sobre el escenario, sólo había un adulto, el
sabroso Frank Leguérinel que hemos tenido ocasión de aplaudir en muchas
ocasiones (a bote pronto recuerdo con una sonrisa el divertido marido engañado
en Fortunio de Messager) y que esta vez le da toda su vis cómica y toda
su experiencia en estas lides al Rey Vlan (traducible por algo así como el Rey
Zas, o el Rey Zaca).
De los demás papeles se encargaban menores de edad (claro, ya adolescentes) algunos realmente prometedores como el actoralmente brillante Rey Cosmos o la Princesa Fantasia de voz cristalina y ornamentaciones impecables. En realidad todos merecen ser destacados. El divertido científico Microscopio, la reina Popotte (algo así como Reina Comiditas), las damas de honor de muy bonitas voces.
Que la inteligencia prime sobre el dinero
Los decorados son relativamente sencillos
(salvo un gran e indispensable cañón o unas grandes montañas hechas con
deshechos plásticos) pero atrezzo y trajes (diseñados como de costumbre, por el
propio Pelly) rebosan de imaginación y cuidado,
Como de costumbre también en Pelly, los gags
nacen del libreto mismo, y los movimientos se corresponden con la música.
Pelly, director de escena inteligente y honesto, no intenta con su trabajo
explicarnos sus traumas ni contarnos historias paralelas. Hay alusiones,
cierto, a la basura en la que estamos convirtiendo nuestro propio planeta, pero
son alusiones por medio del propio decorado y bienvenidas en la trama.
Nadie tenía en el público la sensación de
asistir a un espectáculo amateur. O sí, los que conocemos los espectáculos
amateurs y sabemos que en muchas ocasiones pueden superar con creces a los
espectáculos llamados "profesionales".
Y es que a veces, para hacer buena ópera, lo que de verdad hace falta es imaginación e inteligencia. Más incluso que mucho dinero. Porque en total no creo que se trate de una producción cara (¡desde luego no desde el punto de vista de los intérpretes!) y bueno sería que la Opera-Comique pudiera llevarla a todas partes.
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