Opinión
Los Premios Goya como espejismo cultural
José Luis Méndez Romeu
La imagen y el discurso sobre la cultura encubren una realidad precaria, insuficientemente dotada en recursos y poco valorada por el Estado.
Un año más la industria cinematográfica organiza un espectáculo de autopromoción a través de una entrega de premios en descarado remedo de los Premios Oscar, donde la principal incógnita es el grado de sopor que producen las intervenciones de los premiados, tan buenos artistas como sentimentales personas incapaces en su mayoría de enhebrar un mínimo discurso adulto.
La abundante presencia de representantes políticos, todos respetuosos con el dress code de la ocasión en un afán de mimetizarse con el auditorio, tiene una lectura política evidente. Que coincidan en un acto mundano el Presidente del Gobierno, dos Vicepresidentas, el Ministro del ramo y la Ministra más criticada en estos momentos, junto con el líder del PP, el Presidente de Andalucía y otros, cuando no lo hacen jamás en actos de la industria literaria, de la industria musical, en los museos, conciertos o exposiciones de arte, tiene un significado nada casual.
Recordemos que la industria cinematográfica está subvencionada por el Estado y también por las cadenas televisivas por imposición legal. De ahí que sus principales actividades tengan una cobertura mediática de la cual carecen otras industrias culturales que también entregan premios, en ocasiones con dotaciones económicas mucho más relevantes que los simbólicos Goya. Ahí encontramos la principal motivación para la amplia presencia de autoridades: aparecer en la foto.
Las políticas culturales, el patito feo de la actividad estatal.
Pero la pregunta pertinente es si dicha presencia masiva se corresponde con políticas culturales relevantes, tanto del Gobierno como de la oposición cuando accede al Ejecutivo. Aquí, a juzgar por las declaraciones de numerosas personalidades de las distintas artes, la respuesta es mucho más ambigua y totalmente alejada de la brillante puesta en escena sevillana. Lejos de existir una convicción compartida sobre el peso de la cultura en la vida económica y social de nuestro país, las políticas culturales han sido el patito feo de la actividad estatal. De hecho ni la existencia del propio Ministerio de Cultura está consolidada. La oposición de los partidos nacionalistas hacia las políticas culturales del Estado y la atomización del sector, han lastrado desde sus orígenes al citado Ministerio, organizado en una estructura anquilosada y poco eficiente como atestiguan los recientes conflictos: crisis del INAEM, opacidad en los nombramientos de directores de instituciones relevantes, carencia de proyectos relevantes en el territorio…
El gasto del Estado en Cultura en relación con el PIB era del 0´10% en 2010 y actualmente es del 0´07%, inferior al gasto de la Administración Autonómica y aún más respecto de la Administración Local. Si comparamos los últimos Presupuestos del PSOE en 2022 y del PP en 2018, los gastos son sensiblemente similares con pequeñas variaciones, a favor del teatro y de la promoción y cooperación con los socialistas, a favor del cine y de la difusión cultural en el exterior para los populares. En materia de cultura, se justifica que Sánchez y Feijóo hayan optado por el mismo modelo de traje para asistir a los Goya.
Si el análisis lo trasladamos a la esfera autonómica, encontramos que las Comunidades con mayor gasto medido en porcentaje del PIB, son Navarra y País Vasco, un ejemplo más de la discriminación positiva que significa el régimen foral, seguidas de Extremadura, Galicia, Cataluña y Cantabria. El menor gasto se registra en Aragón, Baleares, Castilla-La Mancha, Murcia y Madrid. En descargo de esta última actúa el Ministerio de Cultura, cuya mayor actividad se registra en la capital del Estado que también lo es de la Comunidad. Socialistas y populares comparten de nuevo tanto las mejores como las peores posiciones.
La feria de las vanidades
Por otra parte, el Ministerio de Cultura que no llega al 3% del Presupuesto estatal, tampoco destaca entre los Ministerios más eficientes, lo cual ha provocado las protestas de quienes sufren retrasos injustificados en la concesión de ayudas.
La pasarela de los Goya, una feria de vanidades, es pues un espejismo sobre una realidad cultural que dista de ser la que se ofrece bajo los focos. La política cultural, enseña de países como Francia, Reino Unido o Italia, merece más atención presupuestaria, más programas ambiciosos y más cooperación entre Administraciones. El debate no es sobre la existencia del Ministerio de Cultura, que ni siquiera existe en alguno de los países citados, sino sobre la política cultural que necesitamos y que todavía no hemos logrado.
Comentarios