España - Castilla y León

Wiener en todas partes

Samuel González Casado
lunes, 27 de febrero de 2023
Christoph Koncz © 2022 by Andreas Hechenberger Christoph Koncz © 2022 by Andreas Hechenberger
Valladolid, viernes, 10 de febrero de 2023. Centro Cultural Miguel Delibes. Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Andrea Götsch (clarinete). Sophie Dervaux (fagot). Christoph Koncz, director. Strauss: Muerte y transfiguración; Dúo concertino para clarinete, fagot, orquesta de cuerdas y arpa, TrV 293. Beethoven: Sinfonía n.º 7 en la mayor, op. 92. Ocupación: 95 %.
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Estupendo concierto el de la segunda sesión del programa 9 de la temporada de la OSCyL, inscrito en lo que podría denominarse “Semana de la Filarmónica de Viena”, por la intensa actividad que cuatro miembros de esta orquesta han llevado a cabo sobre todo en Castilla y León: Maxim Brilinsky, violín en concierto de cámara de los septetos (comentado en Mundoclásico) y buen concertino del programa que motiva estas líneas; Andrea Götsch (clarinete) y Sophie Dervaux (fagot), en el mismo concierto de cámara y como solistas en el de temporada; y Christoph Koncz, violinista de la formación vienesa, como director. Un tinglado sin duda bien distribuido que ha permitido disfrutar de estos profesionales.

Pieza enlazada

También estuvo bien pergeñado el programa, que tenía sentido pese al lugar común de la Séptima. Muy interesante la primera parte, en la que se combinó al Strauss joven y al crepuscular en dos obras que contrastaban estilo e intenciones. La interpretación de Muerte y transfiguración fue creciendo: Koncz mantuvo un férreo control dinámico para destacar el tema de la transfiguración, que apareció de forma gloriosa para quedarse. El lírico final fue simplemente perfecto en cuanto a equilibrio y transparencia, algo que no siempre se había conseguido en la “agitación mortuoria” anterior, aunque la sala puede ser algo traicionera con la orquestación straussiana y Koncz hizo todo lo posible por clarificar, incluso sacrificando algunos detalles.

Una historia muy distinta fue el Dúo concertino, cuyas maneras camerísticas retrotrajeron al mundo de Capriccio, al ambiente crepuscular y a la ópera en general: imposible no imaginarse a soprano y mezzo en muchos momentos de este extenso dúo. Y nadie en su sano juicio pondría pegas a esta interpretación: Götsch estuvo más suelta y creativa que en el concierto de cámara, Dervaux fue una clase magistral de cómo extraer los matices más sutiles a su instrumento y la orquesta de cuerda sonó imbuida de ese inconfundible estilo. Una absoluta delicia, y gran acierto en la programación.

La Sinfonía n.º 7 de Beethoven en general no desmereció de lo anterior, sobre todo por un primer movimiento acorde con la imaginación que permite. Christoph Koncz aplicó grandes dosis de creatividad a la acentuación rítmica, y logró combinar ideas estructuralmente muy satisfactorias con una intensidad radical. Es cierto que todo eso se comió algunas matices que hubiera sido interesante resaltar para redondear la faena, y que casi todos los grandes directores clásicos del área germánica conocían: me refiero al contrapeso del color ejercido por las maderas, que tuvieron poca presencia; o por las trompas, con momentos de gloria aquí minimizados. Pese a ello, el trabajo fue tan exhaustivo, los contrastes tan justificados y el pensamiento musical tan sólido que todo fluyó con interés creciente y sin periodos de piloto automático.

El segundo movimiento se presentó con otra idea satisfactoria: que comenzara prácticamente unido al anterior, con el consiguiente efecto tonal. Luego todo fue menos destacable, porque el director no consiguió transmitir el sentimiento desolador desde una intención rítmica mucho más desnuda que la maquinaria del Vivace. Pese a ello de nuevo ideas imaginativas en los acentos y un fraseo de intenciones muy precisas hicieron que para nada resultara aburrido; como ocurrió en el Presto, de insobornable entusiasmo, aunque estigmatizado desgraciadamente por un lapsus del director, que en la repetición del primer tema marcó el comienzo de la sección siguiente, con lo que se produjo un inesperado e incómodo silencio de la flauta que pudo romper la concentración a más de uno. Lo mejor del asunto es que la orquesta retomó el hilo con inteligencia y no parecieron sufrirse secuelas.

La expresión exhibió su mejor nivel con el Allegro con brío, un movimiento que hay que trabajar y mucho para que resulte personal y en el que siempre hay que sacrificar algo. Como cabía esperar, Koncz adoptó un tiempo vivo y unos acentos intensísimos, en un crescendo demoledor desde la tensionada preparación de los puntos álgidos, todo lo cual logró que la niebla de las notas rápidas se disolviera. Final en la cima de lo intenso y entusiasmo de un público entre el cual solo algunos abonados, en lo que se me alcanza, discutieron los tempi rápidos del director, hoy pura habitualidad.

Mención aparte, en otro sentido y como ocurre últimamente, merece el programa de mano: errores ortotipográficos evidentes que parecen haberse convertido en norma y la grave errata de poner mal el nombre del director en la portada (anuncio y pie) y en la página 3 no son de recibo. Quizá, aparte de a renombrados músicos, pueda invitarse a que el rigor empiece a sonar más afinadamente en todos los ámbitos que rodean una actividad donde existe responsabilidad pública para con la educación, la cultura, el espectador y el contribuyente.

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