Francia
Ópera de ParísElogio del artesano: Trovatore en Bastille
Francisco Leonarte
Somos unos niños malcriados. Todo lo tenemos.
Todo lo queremos. Merced a las grabaciones, tenemos a nuestra disposición a los
mayores intérpretes de cada generación desde hace más de cien años, y cuando
llegamos al teatro, para escuchar a los intérpretes actuales, vamos con la idea
(véase la exigencia, típica de niños mimados) de escuchar cosas
extraordinarias ...
Pero es que no se puede pedir lo
extraordinario cada vez que uno va al teatro -ni al cine, ni a la tele, ni al
restaurante, ni ni ni-. ¡Cuántas veces no hemos disfrutado de un buen bocadillo
que, sin ser la re-leche, estaba rico !
La lata con Il trovatore es que la
famosa frasecita de Toscanini según la cual para esta ópera se necesitan los
cuatro mejores cantantes del mundo, ha hecho mucho daño. Y así, sin darse
cuenta, uno empieza a pensar «Ah no, no da los pianissimi de la Caballé», «pues
no, la voz no tiene la fuerza bruta de Bastianini o de Ruffo», «Huuuuuy, este
no tiene los agudos de Corelli ni de Bjorling», «Mmmm, creo que no son los cuatro
mejores del mundo»... Y cuando uno empieza a pensar así, por mal camino
vamos...
Pues bien, el miércoles pasado en París no
tuvimos a los cuatro mejores del mundo, pero tuvimos a Verdi y a su
partitura.
Exigiendo a cada intérprete que sea extraordinario,
les exigimos también que sean artistas. Pero a mí eso del intérprete artista me
da mucho miedo. Miren si no lo que está pasando con la puesta en escena
operística, que cada mercachifle que accede a la dirección de escena se siente
artista, con los mismos derechos creativos que compositor y libretistas, y
salen unos engendros que ni pá qué.
¿No sería mejor que pidiéramos a cada intérprete que sea un buen (y si posible excelente) artesano? Que respete las reglas de su arte, que cumpla con la partitura dando todas las notas en buen estado, que cumpla con el libreto respetando el sentido, y que cumpla con una y otro dando emoción. ¿No es eso bastante?
Intérpretes que cumplen
A Carlo Rizzi, por ejemplo, se le ha
desconsiderado frecuentemente tildándolo de «artesano». ¡Pero es que es
precisamente eso lo bueno de Carlo Rizzi! No se inventa nada, no acelera ni
ralentiza brutalmente los tempi, no se saca de la manga nada que no esté en la
partitura. Pero qué bien entiende a Verdi. Qué bien cuida a los intérpretes
para que se les oiga en todo momento (salvo en los fortissimi que
inevitablemente llegan al final de cada número, claro está). Qué sentido del
ritmo verdiano. No hay filigranas, pero sí una labor de buen artesano que los
melómanos le agradecemos de corazón. Y también los intérpretes, que con él se
sienten cómodos. En particular los maestros de la Orquesta de la Öpera de París
pudieron dar todo su terciopelo (incluso los metales, sí), mostrando ese sonido
tan hermoso que le caracteriza.
El coro, resuelto ya el bache que pareció
sufrir después de la pandemia, cantó empastado, fue a menudo inteligible,
delicado cuando era menester (el Miserere y poco más, a decir verdad) y potente
como lo pide Verdi.
Anna Pirozzi no hizo filigranas en su primera
aria, la hermosísima ‘Tacea la notte placida’. Tal vez porque no era el día,
tal vez porque no siente que la Leonora de Il trovatore tenga la
delicadeza de la Eleonora de La forza del destino (en que recientemente
exhibió una voz dulce y unos piani de gran suavidad). La puesta en escena de
Ollé, empeñado en convertir la escena en un momento de elección de vestido
antes que en una confesión íntima y ensoñada como lo pide la partitura, no
invitaba tampoco a explorar las sutilezas de la embriagadora escala ascendente
prevista por Verdi. Tampoco nos dió magia en su famosa frase de final del acto
III, ‘Sei tu dal ciel discesso’, ni en su ‘D'amor sull ali rose’, donde tuvo
que pasar al forte en los agudos para no meter la pata ... Dio sin embargo
emoción, cuerpo, cumplió con la partitura de cabo a rabo, y lo hizo con
arrestos.
Arrestos también los de Eyvazov, el tenor más
criticado del mundo por ser marido de quien es. Su voz no es hermosa, pero
cumple. Todas las notas están ahí, con la voz en su sitio. Se le entiende, su
fraseo es aceptable, y da emoción también con un personaje de tenor verdiano,
típicamente intempestivo. Quiso dar el agudo del famoso ‘Di quella pira’, y el
forte de la orquesta vino a salvarlo, porque lo poco que escuchamos de ese
agudo no era de gran calidad. Eso sí, saludó después como si hubiese ganado una
guerra, a la manera del Vittorio Grigolo Salvatore Mundi. Bueno, aparte
de esa tontada que parece que se la impongan los managers a los tenores para
hacer caja, Eyvazoz -insisto- cumplió.
En lo que concierne a Judit Kutasi, quien esto
escribe tenía alguna aprensión porque había leído comentarios poco entusiastas
sobre su actuación en el Liceo hace poco tiempo. Sin embargo, tal vez porque
esté la cantante en mejor forma o porque Rizzi le diese en París más cancha de
lo que la orquesta le dio en Barcelona, lo cierto es que Kutasi el miércoles
pasado cumplió con creces con la partitura, estuvo valiente en los agudos -que
en general fueron buenos-, pudo mostrar delicadeza con piani bien cantados,
compuso un personaje, dio emoción también. Una buena Azucena, sin entrar en
comparaciones, claro está.
Tagliavini cumplió como Ferrando -aunque los
movimientos escénicos que le son impuestos, incluido cantar sobre una tarima
que oscilaba levemente, no facilitan la concentración en el canto-. Mostró
bonito timbre. Cumplió a pesar de forzar ciertas intenciones para dar mayor
dramatismo.
Cumplieron también (con creces) Ruiz, Inès y
hasta el viejo gitano, excelentes en sus pequeños cometidos.
Aunque quien se llevó el gato al agua fue
Étienne Dupuis. Ya hemos tenido ocasión de ensalzar a este barítono, estrella
ascendente. Su buen volumen, su bonito timbre, su precioso fraseo, su dicción
perfecta (la amiga italiana que me acompañaba no podía creer que se tratase de
un cantante canadiense), y sobre todo su sentido del texto y del personaje.
Personalmente, estuve toda la ópera de parte del conde de Luna, porque
Dupuis hizo un personaje humano, cuyos celos, desesperación, obsesión,
rabia, parecían justificados. Todo a base de matices, porque el condenao no
sólo apiana estupendamente, sino que gradúa sus piani y los pone cuando es
menester, y muestra rabia o despecho sin pegarle a las consonantes ni hacer
alardes veristas (cosa que sí se le pudo reprochar por ejemplo a Tagliavini).
Un auténtico lujo. Un consejo de amigo: retengan el nombre, Etienne Dupuis.
¿Puesta en escena ? Artesana también
En tiempos en que tanto mequetrefe con ínfulas de creador circula entre los directores de escena creando bodrios, encontrar una puesta en escena que no molesta parece casi un milagro.
Cierto, Ollé sería expulsado de su profesión
con anatemas y gritos si se le ocurriese hacer una puesta en escena
tradicional, con lo cual en esta producción (que tiene ya algunos años y que ya
hemos visto repetidas veces) la acción no transcurre en España durante la Edad
Media, sino en un lugar indeterminado durante la Primera Guerra Mundial.
Sospecho que la elección de la época se debe a criterios puramente visuales
(que los trajes son más bonitos). Desde luego no aporta estrictamente
nada a la comprensión de la obra.
Pero si bien la dirección de actores es
inexistente (los cantantes se saben la obra suficientemente bien para darles a
sus respectivos personajes la impronta que deseen, ¿no ?) y no faltan los
tics de director de escena más que manidos (bofetadas varias que el espectador
nunca se cree, figurantes fusilados y otros clichés del mismo estilo), fuerza
es reconocer que la escenografía es práctica, con cambios de decorados muy
rápidos, y que, merced a una iluminación eficaz, hay tres o cuatro momentos de
cierta belleza visual.
Por lo demás, nada nuevo, trabajo eficaz sin más. Que no suma pero que tampoco resta. Buen trabajo de artesano.
En resumidas cuentas
Sale uno de la representación contento. Contento de haber sentido emoción con la música de Verdi -que es el artista cuya obra habíamos venido a escuchar, no nos engañemos-. Pirozzi, Rizzi, Ollé, coristas, maestros, figurantes, técnicos, creadores de decorados, acomodadores, taquilleros, y todo el personal que ha permitido la representación, son artesanos que han hecho su trabajo (peor o mejor, eso ya va a gustos y experiencias) para que el público pueda disfrutarlo. Y a todos se lo agradecemos
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