Italia
Cuando los dos directores fallan: Don Pasquale en Palermo
Francisco Leonarte

Palermo es una de las
ciudades más fascinantes que existen, no sólo por su historia, de la que quedan
magníficos vestigios, sino también por sus peculiares tradiciones, por su
cocina, por su ambiente, por la amabilidad de sus gentes, por su sentido del
humor, por su hospitalidad... Quien esto escribe considera un privilegio tener
amigos sicilianos.
El Teatro Massimo es uno
de los emblemas de la ciudad, no sólo por sus dimensiones imponentes (uno de
los mayores de Europa) sino también por su particular silueta, popularizada por
el famoso Padrino III de Francis Ford Coppola.
Así que una ópera
italianísima como Don Pasquale, en el Massimo de Palermo, parece una
buena idea. ¿No? Pues según y depende.
Precisamente por su
tamaño (imponente, a pesar de contar sólo con 1400 asientos), el Massimo puede
no convenir a voces pequeñas y a obras intimistas o simplemente anteriores a los
grandes espectáculos verdianos. Don Pasquale es una de estas obras.
Ese escollo puede ser
solucionado con una puesta en escena inteligente y con un director musical
atento. Desgraciadamente la puesta en escena corría a cargo del insufrible
Michieletto y Michele Spotti dirigía la orquesta sin contemplaciones
Solistas
desaprovechados
De los cuatro solistas
necesarios para llevar adelante la deliciosa partitura de Donizetti, el único
que salió airoso fue René Barbera. Para ser un tenor belcantista, Barbera tiene
cierto volumen. Y sobre todo tiene squillo, cosa que le permite sobreponerse a
la orquesta y aun hacer a veces piani, exhibir sentimientos, crear un
personaje. Fuerza es reconocer también que, como su parte es la más lírica,
Spotti hace menos chumpa-chumpa con la orquesta. Los agudos de Barbera son
además segurísimos y brillantes. Así que Barbera estuvo, eso, sencillamente
brillante.Y sospecho que con un público menos apático hubiese dado todavía más,
pero bueno.
De la pizpireta Norina
se encargaba Giuliana Gianfaldoni. Ay, su aria de entrada, ‘Quel guardo il
cavaliere’, uno de los fragmentos más famosos de la partitura, fue
completamente desaprovechada por culpa de una puesta en escena que le obliga a
hacer monerías en vez de concentrarse en el canto. La voz parece ancha y sin
brillo, los agudos inseguros, los graves inexistentes... La cosa no mejora
mucho en su dúo con Malatesta, mientras la orquesta hace chumpa-chumpa y ella,
en vez de dirigirse al público para poder luchar en igualdad de condiciones,
mira hacia la cámara para salir en grande en el vídeo idiota que cubre todo el
fondo de escenario. En la gran escena del matrimonio y cuando, después, Norina
se revela ‘un monstruo’, no sabemos si Gianfaldoni cantaba (aunque movía los
labios) porque la orquesta ya se ocupaba de taparla íntegramente, salvo los
agudos, que sonaron ácidos. En el tercer acto los graves seguían sin existir,
pero los agudos mejoraron un poco. La orquesta seguía haciendo chumpa-chumpa.
Michele Pertusi ha sido
un grandísimo cantante, uno de los puntales de la recuperación del estilo
rossiniano para la voz de bajo, junto a los maravillosos Ramey y Furlanetto.
Nunca ha sido una voz especialmente grande, pero ha sido siempre un cantante
inteligente. Aquí el inefable chumpa-chumpa de Spotti impide al cantante
matizar. Todo es en forte, y a veces ni aun así se le puede escuchar. Lástima.
Seguro que en otro teatro, con otro director, Pertusi nos hubiera dado una
lección de buen hacer. Aquí se ha limitado a parecer gracioso haciendo chistes
visuales mientras cantaba todo en forte por ver si podía ‘existir’ con
esa orquesta invasora.
Markus Werba, cantante
de sólida carrera, no tiene una voz grande tampoco. Tiene, eso sí, facilidad en
los agudos, en la coloratura y el canto silábico. Pero apenas tiene graves y
carece de autoridad vocal, perdiendo así credibilidad dramática. De todas
formas, Michieletto le obliga a hacer un personaje inconsistente, suerte de
joven dandy donde no se ve por ninguna parte al médico y que no sé qué ascendiente
podría tener sobre el viejo Don Pasquale. La cosa no se sostiene
dramatúrgicamente. Tampoco se sostiene musicalmente porque ahí está el
chumpa-chumpa de Spotti para que no se sostenga.
El notario, mejor pasar
de comentarios, ni desde el punto de vista musical ni desde el punto de vista
escénico.
Los distintos miembros
del coro que dicen unas notas en el tercer acto movían los labios mientras
sonaba el chumpa-chumpa de Spotti.
El coro sonó empastado.
Eso sí, escénicamente nadie entendió quiénes eran ni qué hacían en esa casa. No
sólo porque no se les entendía muy bien, sino porque además parecían una banda
de jóvenes o no tan jóvenes, vestidos como para salir de marcha, que entraban
en la casa. Pero nadie sabía ni porqué ni cuándo ni cómo. Otro ‘acierto’ de la
puesta en escena del inefable Michieletto.
Y vamos con los ‘responsables’
de la mediocridad
La cosa empezó con una
obertura correcta, un poco pasada de rosca, pero por qué no. La orquesta tiene
un sonido también correcto. Puede tener su punto por su autenticidad. Preciosa
la intervención de la trompa, preciosa la del trompeta. No es una orquesta
grande para el teatro (cuatro contrabajos, cinco violonchelos) pero es una
orquesta demasiado grande para las voces, que son voces belcantistas, y para la
obra, que requiere que los cantantes se encuentren cómodos y puedan
concentrarse en el texto y en su aspecto cómico.
En el podio, Spotti hace
como que mira a sus huestes, hace como que mira a los cantantes, les da las
entradas, mira la partitura, hace como que está entusiasmado... Pero en
realidad se siente perfectamente solo con su juguete, que es la orquesta. Y le
da a todo trapo a su juguete. Que a los cantantes no se les oiga, ‘chi se
ne frega?’. Spotti sigue dándole caña a la orquesta como si la ópera fuera él
sólo capitaneando su juguete: un desastre. A los cantantes se les adivina, que
para eso es Don Pasquale un puntal del repertorio y todo nos conocemos
sus melodías. Porque Don Pasquale, además de ser esa ópera que se sacan
los teatros de la manga cuando se quiere hacer una cosa vistosa con cuatro
duros, es también una ópera deliciosa.
En cuanto a la puesta en
escena uno se pregunta por qué se sigue llamando a Michieletto. ¿Por qué esta
penosa puesta en escena suya del Don Pasquale sigue circulando?
Una puesta en escena que
impide una correcta representación debiera ser puesta fuera de la circulación, ¿no?
Espacios abiertos
dejando que las voces se pierdan en bambalinas (pecado en toda ópera, pero
pecado mortal en las óperas belcantistas), sinsentidos varios (Malatesta que
obra por Ernesto pero que a todas luces intenta acostarse con su novia Norina
con el beneplácito de esta; un doctor Malatesta que parece un dandy de barrio
que en nada puede ser referente para Dulcamara; unos criados que parecen
invitados; unas marionetas que surgen así, para hacer reír al público aunque no
tengan sentido alguno...); posiciones que no ayudan a los cantantes (frases
cantadas de espaldas, o mirando a bambalinas); acciones varias exigidas a los
cantantes cuando hace falta concentración (como el teje-maneje que se le pide a
Norina en su aria de entrada); personajes que no tienen nada que ver pero que
el Michieletto inserta en los momentos dulces en vez de dejarnos escuchar y
concentrarnos en la belleza musical (un niño y una mujer que al final
entendemos que son Don Pasquale de niño con su madre, la criada a la que
Ernesto canta en vez de dirigir su aria al recuerdo de su amada...)... Alguien
que no pueda leer los subtítulos no comprende ‘un piho’ de lo que allí sucede.
¿Un director de casa de
ópera es incapaz de ver cuándo una puesta en escena de apariencia anodina está
en realidad poniendo en peligro el éxito de la representación? ¿Tan torpes son
los directores de casas de ópera? ¿O hay cosas que son más importantes que la
satisfacción del público (verbigracia hacer igualito-igualito que las demás
casas de ópera para no tomar riesgos ‘saliéndose de la fila’ y no programando a
un director de escena de moda)?
Porque si la representación
de este martes 21 de febrero de 2023 fue floja, en buena parte es debido a esa
puesta en escena idiota. Y a la falta de inteligencia -o el exceso de ego- del
director musical, el tal Spotti.
Y como prueba, la
tibieza con que la cosa fue recibida. Los intérpretes saludaron como si
hubieran conquistado el vellocino de oro, pero aquello no sonaba a delirio de
público italiano sino a muelles aplausines de cortesía en residencia de
ancianos. Alrededor de quien esto escribe, se contaban con los dedos de la mano
las personas que aplaudían...
Con que los intérpretes
saludaron uno a uno, luego saludaron dos veces juntos (y de esas dos a todos
nos sobraban tres) y todo el mundo a casa a dormir. O a ver la tele, a ver si
echan alguna serie americana de esas de muertes y policías.
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