España - Madrid
Bendita nostalgia
Germán García Tomás
La nostalgia es
buena consejera a la hora de producir obras escénicas. Añorar y
reivindicar nuestro pasado musical por medio de un producto teatral
de nueva creación es una tarea de especial originalidad artística
no exenta a su vez de riesgo. Un lobo de mar como es Albert Boadella
sabe eso más que de sobra, y la fórmula que ha explotado en los
últimos años, con un ramillete de piezas escénicas con la lírica
como inspiración e hilo conductor, ha generado una notable
aceptación popular y ha hecho reflexionar sobre un acercamiento
novedoso y singular a los títulos de ópera y zarzuela a través de
dramaturgias teatrales donde el componente de crítica social y
cultural está plenamente de manifiesto. Y en las que la nostalgia
flota por encima como un halo que todo lo envuelve.
El dramaturgo
catalán, y por encima de todo español, paladín de los madrileños
Teatros del Canal y todavía hoy tan vinculado a estas salas desde
que abandonó el timón de la programación de la institución
comunitaria, propone ahora una mirada nostálgica y bastante ácida y
corrosiva, como ha sido siempre su tónica teatral, de su apreciado
género lírico español, la zarzuela, por medio de un conflicto
generacional en Malos tiempos para la lírica. La dramaturgia
de Boadella y Martina Cabanas simplemente toma prestado el título de
la canción de la banda de pop español Golpes Bajos para recrear el
encuentro entre la atractiva cantante Susan King (Susana Rey en su
verdadero nombre español) que ha movido a masas de fans detrás de
ella en versiones pop de temas de zarzuela y ese viejo y decrépito
maestro de canto necesitado de máscara de oxígeno (Don Julián) que
le dio clases en el pasado haciendo de ella una excelente soprano, y
que es la que recurre desesperadamente a él visitándolo en su
cibernética residencia para que le ayude a recuperar la voz perdida,
en la que es su mayor crisis como artista.
Durante hora y media
asistimos a los desencuentros entre dos visiones antagónicas de
entender el arte musical, que provocan tanto momentos de gran
hilaridad como de fuerte y encendida confrontación, tan bronca que
lleva al insulto burdo y a una gran proliferación de tacos y
palabras malsonantes, hasta el punto de que, en un ejercicio de
transgresión de lo políticamente correcto y de abierto ataque a la
actual política de género, el irritado profesor de canto, -que va
reeducando y doblegando a la fiera en el canto lírico- llega a
tachar a su pupila abiertamente de desvergonzada y ligera de cascos
(“ya no os importa que os llamen putas”), cuando ella,
desprendida de ropa y en la cama del mismo maestro con el que tuvo un
affaire en su juventud como aprendiza, vilipendia el noble
arte de cantar zarzuela y se arranca con una de sus movidas y
horrendas versiones de la Canción Española de El niño judío
de Pablo Luna. Ópticas reduccionistas y limitadas verán machismo y
heteropatriarcado en ciertos tratos del hombre hacia la mujer, o la
misma cohorte feminista del Ministerio de Igualdad haría enmiendas
al espectáculo y mandaría a la hoguera la célebre romanza sobre
las mujeres de Los claveles de Serrano que canta Don Julián
dirigiéndose a Susana, pero lo cierto es que el sano y necesario
componente de crítica debe estar presente en cualquier montaje
teatral que aluda y apele a la contemporaneidad. Esa crítica
destructiva se cierne, personificada en el enfermo maestro de canto,
sobre los gustos musicales de la población actual, mayoritariamente
joven, que opta por modelos facilones y machacones frente a la
belleza y la armonía de un género como la zarzuela, anhelado por el
anciano, y en eso abunda Boadella una y otra vez, llegando a hacer
sufrir al personaje de Susana si quiere aspirar realmente a la
esencia del verdadero canto.
En más de una
ocasión la gota colma el vaso y Don Julián echa con cajas
destempladas de su habitáculo -único espacio escénico ideado por
Marina Cabanas para retener muy acertadamente la atención del
espectador sobre la acción entre ambos personajes- a su díscola
alumna, y las interesadas intenciones de ella, dócil y sumisa en las
primeras clases de esta su vuelta al redil de la lírica, se van
desenmascarando a medida que avanza la representación, hasta el
imprevisto e impactante final, que deja perplejo al nostálgico
espectador.
Los golpes de gracia
y efecto cómico se complementan con la continua intervención del
robot virtual de Don Julián, bautizado con el irrisorio apelativo de
Pili, un dispositivo inteligente que prescribe en voz alta todos los
cuidados que necesita el malhumorado maestro de canto como paciente
de delicadísima salud -muy a su pesar-, una inteligencia artificial
que también es empleada como un personaje autónomo más por el
genio sarcástico de Boadella para lanzar humorísticos comentarios y
extraer de su base de datos definiciones propias como la de
prostituta cuando es pronunciada desde la escena, refiriéndose
a una mujer que ejercía la prostitución antes de la
ilegalización de esta profesión.
Las romanzas y dúos
de zarzuela utilizados por el director catalán en esta propuesta
artística, con algunas de sus letras ligeramente modificadas para la
ocasión, se adaptan con inteligencia y pericia teatral a las
situaciones planteadas sobre el escenario, y complementan la historia
de odio con pocas gotas de amor a la que estamos asistiendo. Así, a
los fragmentos antes aludidos, se añade un catálogo de retazos
pertenecientes a los hits como la romanza “No puede ser”
de La tabernera del puerto, ese nostálgico dúo-habanera de
Ascensión y Joaquín de La del manojo de rosas, ambas de
Pablo Sorozábal, la no menos triste jota de La bruja frente a
las briosas y sureñas Carceleras de Las hijas de Zebedeo, las
dos de Ruperto Chapí, o parte del poético terceto del tercer acto
de Marina de Arrieta -aquí únicamente la sección a dúo
entre Marina y Jorge-. Dos romanzas de José Serrano, la de Gloria,
“Palomica aragonesa” de Los de Aragón, la única cantada
en su totalidad de toda la función -en una hermosa y delicada visión
onírica que tiene el maestro en la que ve a su otrora admirada
alumna vestida a la aragonesa- y la romanza de Rosa, que hará sufrir
a Susana Rey para volver a recuperar su más preciada arma, “Qué
te importa que no venga” de Los claveles, verdadera prueba
de fuego de la (re)conversión, un sufrimiento que en un primer
momento ella tacha de abuso por parte de Don Julián, pero que luego
buscará en plan masoquista como bien propio. Sangre, sudor y
lágrimas para volver a la casilla de salida y desandar lo andado en
el camino.
También aparecen
algunos de los números de zarzuela que el dramaturgo barcelonés
utilizó en su exitoso y en su día oportuno espectáculo dedicado a
la figura de Amadeo Vives estrenado en este mismo teatro, Amadeu,
como son el terceto -aquí nuevamente sólo dueto- de Doña
Francisquita “Peno por un hombre madre” o la Canción del
Arlequín de La generala, lo que hace reconciliarnos con las
mujeres en este prematuro empoderamiento femenino y ridiculización
del género masculino, allá por 1912. A este número se añade una
dosis más de picardía femenina con la romanza “Yo que siempre de
los hombres me burlé” de El rey que rabió de Chapí.
Tenemos un resultado de tablas por tanto en eso de la lucha de
géneros, que hoy tanto se estila, y que nuestro director catalán
exhibe delante de nosotros con espíritu mordaz y sin avergonzarse de
nada.
Cuando las cosas
funcionan no es necesario cambiarlas, por ello Albert Boadella vuelve
a recurrir una vez más a su pareja de oro, con la que ha
contado en multitud de ocasiones para protagonizar sus propuestas
artísticas: la soprano María Rey-Joly y el tenor Antonio Comas.
Tras verles hace dos años en la piel de Maria Callas y Aristóteles
Onassis en el espectáculo Diva -que tras las funciones de
Malos tiempos para la lírica han vuelto a programar
nuevamente los Teatros del Canal como homenaje al creador de Els
Joglars en el 60 aniversario de su carrera-, estos dos
experimentados cantantes vuelven a hacer suyos sus respectivos
papeles, como un tándem de encaje perfecto que provoca la chispa
escénica. Las excepcionales cualidades como actores que ambos poseen
sostienen una función de puro teatro regado por el canto. María
Rey-Joly lo convierte en arrebato lírico, oscilando su intensidad
vocal como en un péndulo, -una verdadera catarata de emociones-,
desde la fina sensibilidad hasta la explosión dramática; y Antoni
Comas, acompañándose y acompañando al piano portátil, y con su
voz intencionadamente ajada y quebradiza, se pone al servicio de un
retrato -pese a su senilidad- muy vital, de un tiempo y una manera de
entender el canto, la belleza musical, que fue y que es posible
revivir, gracias al afán reivindicativo que le insufla Boadella.
No es ninguna
casualidad que el regista catalán haya optado por bautizar a sus dos
personajes con los nombres de los amantes protagonistas de La
verbena de la Paloma, pues el amor-odio que Susana y Julián se
tienen en el sainete de Tomás Bretón y Ricardo de la Vega se
evidencia en toda la función de Boadella hasta su mismo final, la
despedida de cantante y maestro, relacionándolo con el dúo
habanera/concertante de la mencionada zarzuela, cuyos acordes
instrumentales cierran abruptamente esta propuesta, intensa y al rojo
vivo, pero también reflexiva y sentimental, como todas las de su
autor.
La conclusión de todo esto es que Susan King manifiesta que en los conciertos de masas que ofrecía en Estados Unidos gozaba como nunca escuchando los vítores y gritos enloquecidos de sus fans (“es como un gran orgasmo”) y don Albert Boadella nos revela que los gustos y los tiempos de hoy no son demasiado propicios para la lírica. Pero él se ocupa de resucitar ese encanto y esa armonía musical. Viva la nostalgia.
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